La otra cara de Zoom: Seder II.

La otra cara de Zoom fue la segunda noche de Pesaj, el Seder II que los judíos diaspóricos tenemos el privilegio de celebrar como forma de recordarnos que aun no hemos cumplido el precepto de vivir en la Tierra Prometida. Generalmente reservamos esta noche para el Seder comunitario, en el seno de la familia extendida que supone una congregación. Este año, obviamente, nada de eso. Por lo cual aceptamos gustosos una inesperada invitación desde California, Estados Unidos de América. La invitación era a sumarse a un Seder virtual vía Zoom cuya anfitriona es un querido vínculo cuyo origen es otra comunidad, la de quienes nos hemos alguna vez congregado en el Shalom Hartman Institute en Jerusalém. Es que los judíos no podemos, y por eso Zoom ha sido una bendición, vivir sin familia y sin comunidad. La generamos en forma espontánea. Este año la semana de estudios en Jerusalém seguramente se cancele, pero todos anhelaríamos el reencuentro en el patio del instituto, ocupar nuestro lugar en el Beit Midrash…

Nos tocó ser los únicos dos extranjeros en una extendida mesa virtual que incluía los estados de California y Arizona y esta pequeña República Oriental del Uruguay. La atipicidad del evento no estuvo dada sólo por el aislamiento de todos los participantes, sino por la excepcionalidad de dos latinoamericanos sentados a una mesa de judíos californianos ultra-liberales. Había una Hagadá, que por cierto, aun en todas sus variaciones, es un texto único; sin embargo, también había agendas bien diferentes en cada mesa.

Para empezar, había mucho más texto fuera de la Hagadá que dentro: la introducción, los comentarios, el espacio a las preguntas, las discusiones casi rabínicas de los detalles, todo contribuía a una experiencia sui-generis para nosotros. Acaso sea porque se trataba, sin excepción, de judíos de afiliación reformista, mientras que nosotros, en nuestro compromiso con el movimiento conservador o “masortí”, todavía estamos atrapados por un ritual “comme il fault”.

¿En qué fue diferente esta noche de todas las noches? Además de Zoom… Excepcionalmente, casi como una concesión, en Uruguay leemos en el idioma vernáculo, y mayormente en Hebreo o Arameo; anoche fue lo opuesto. Mientras aquí nos apresuramos en cumplir el precepto de los pasos del Seder no sea cosa que los participantes se aburran y se los pierdan, anoche se cumplió hasta la hipérbole el mandato que nos dice “todo aquel que se exceda en el relato de la salida de Egipto es digno de alabanza”. Que conste: nuestra anfitriona fue digna de alabanza.

La preparación casi académica del Seder (detalle: no había niños en ninguna mesa, sólo un gato) es digna de cualquier seminario sobre Pesaj en cualquier comunidad montevideana; sumados todos los esfuerzos en Montevideo, difícil emular el acopio de material, fuentes, lecturas, e interpretaciones como las que se ofrecieron anoche. Más que un Seder, era un Shiur, una clase. Obsesionados por la duración de los eventos como estamos aquí, no dábamos crédito a la parsimonia y el tiempo con que se procesaban no sólo los textos hagádicos sino los textos agregados. Nosotros estuvimos tres horas participando y todavía no habíamos llegado a la segunda copa. No quiero pensar en lo que habrá sido la lectura en que los cinco rabinos en Bnei Brak discuten hasta la madrugada… de habernos quedado, nosotros hubiéramos vivido la experiencia: no sólo hubiéramos sido liberados de Egipto, hubiéramos sido esos cinco famosos rabinos.

Es que al final de cuentas y de cuentos, Zoom o no, Pesaj es y ha sido a lo largo de generaciones el mandato de vivir la experiencia: aquella de nuestros antepasados en Egipto, como si nos estuviera sucediendo a nosotros. O, de hecho, cualquier experiencia colectiva de allí en más; como muestra, alcanza la Shoá, pero la historia está llena de recuerdos vivenciados en el presente. Extenderse en la lectura del Seder, tal como lo presenciamos desde una casa en Beverly Hills, es precisamente recrear aquella noche de espera y anticipación, de reflexión y murmuración mientras alrededor de aquellos israelitas la décima plaga causaba estragos. Lo que, desde la Shoá, fue una suerte de ficción, este año 2020, 5780 del Luaj, ha sido real: una plaga, la décimo primera, vino a azotarnos y no nos salteó. Este Pesaj, más extenso o más corto, más vivencial o más virtual, más o menos solos, hemos sido nosotros los que debimos saltearnos la plaga.

Sea en las calles desiertas de Tel-Aviv, sea en los hogares montevideanos, sea en la tarde lluviosa y fría (excepcionalmente, como la plaga) de Los Angeles, Ca., como hace miles de años, los judíos estuvimos congregados en torno a un relato, a un banquete festivo, y a un esfuerzo indeclinable por sumar, año a año, experiencias significativas. El desafío asumido por nuestra anfitriona es merecedor de alabanza y es también un espejo donde mirarse, reconocerse, y saber cuáles son nuestras prioridades, usos y costumbres, y cómo podemos seguir asegurando el futuro en función de un pasado nada reciente.

Zoom lo hizo técnicamente posible, pero la Hagadá y el ritual de Pesaj han sido nuestro Zoom por generaciones, y con todo nuestro espíritu creativo debemos preservarlo.

El año próximo en Jerusalém, y con salud, personal y comunitaria.