Diferenciando entre sangre y sangre.
Donniel Hartman, The Times of Israel, 5 de abril de 2020
La aldea global, que prometió libertades inimaginables, ahora está esclavizando a toda la humanidad en un destino común y compartido. Pero aunque la infección es ciega frente a razas, religiones, nacionalidades y género, la cura no lo es. Si vives o mueres es principalmente un asunto regional. El lugar donde vives, las políticas de tu liderazgo político, la cultura de tu nación y el sentido de responsabilidad colectiva de tus conciudadanos determinarán tu futuro. La pandemia es global, la búsqueda de la vacuna se extiende por todo el mundo, pero la cura inmediata es local.
Como hemos visto en los últimos dos meses, quién vivirá y quién morirá no es en principio una cuestión de quién se infectará, sino de cómo respondemos una vez que la infección se ha propagado. Dependemos de la capacidad de nuestro país para adquirir el equipo que necesitamos y distribuirlo equitativamente a los que lo necesitan. Estamos a merced de la capacidad y el deseo de los responsables políticos de planificar con anticipación y, lo que es todavía más importante, de nuestros vecinos de practicar el distanciamiento social y la autocuarentena de forma responsable.
Uno de los grandes mitos de los ciudadanos en las prósperas sociedades occidentales es que los principios y valores, más que la escasez, influyen en nuestras decisiones distributivas. Pero, de hecho, el principio de escasez siempre está en juego. En tiempos normales, es más sutil y menos obvio. Entonces, por ejemplo, cuando un país o una compañía de seguros de salud determina la “canasta” de medicamentos que cubre, está tomando una decisión de vida o muerte basada en la escasez. Sin embargo, en principio, una persona puede tener acceso a un seguro complementario, elegir un proveedor diferente o tener acceso a otras fuentes de fondos. Y algunos tienen esa posibilidad, pero otros no.
Lo que define la crisis actual es que claramente tiene que ver con escasez y recursos limitados. Se reduce a números cuantificables: personal médico, camas de hospital, equipos de protección y el más crítico y escaso de todos los recursos, respiradores y ventiladores. Es precisamente en este momento que se prueba y mide el carácter de una sociedad. Qué hacemos, qué pensamos, cómo nos sentimos, cuando un segmento de nuestra sociedad, un barrio o una ciudad, ha actuado de manera irresponsable y ahora está infectado fuera de toda proporción? ¿Cuáles son mis responsabilidades morales para con una comunidad que entiendo que ha ignorado las pautas de salud pública y las instrucciones del gobierno, y que, aunque constituye tan sólo el 10 por ciento de la sociedad, ahora consume más del 50 por ciento de sus limitados ventiladores? ¿Puedo elegir entre sangre y sangre? ¿Puedo elegir la mía por sobre la de ellos?
No hay duda de que hay muchos factores que han influido en la tasa de infección dentro de la comunidad jaredí: la densidad de población, la pobreza, la falta de acceso a los medios, las supersticiones y el liderazgo malo y equivocado. Si bien muchas, y posiblemente incluso la mayoría de los afectados son víctimas, no hay duda de que parte del grado de infección es el resultado de decisiones conscientes tomadas por partes de la comunidad haredí y su liderazgo de ignorar las instrucciones y tomar distancia de las normas sanitarias que la mayoría de la sociedad israelí había adoptado. Puede que merezcan mi preocupación e incluso mi compasión, pero ¿se merecen el ventilador que yo y otros que fueron marcados por el destino necesitamos?
En los tiempos del Talmud [BT Gittin 46b–47a], los rabinos determinaron que la esencia de una sociedad judía es su vínculo de lealtad y preocupación del uno por el otro. En consecuencia, cualquier persona que sea tomada cautiva tiene el derecho a exigir que nuestra sociedad gaste sus recursos para recuperarla. Sin embargo, si la persona se vendió a sí misma, sus acciones irresponsables liberan a la sociedad de su responsabilidad. La lealtad y la responsabilidad social tienen limitaciones. Los ciudadanos y las personas deben actuar de manera responsable para exigir que otros sean responsables por ellos. Se puede exigir lealtad, pero solo cuando es recíproca. La aplicación de esta enseñanza a nuestra realidad contemporánea otorga legitimidad y urgencia a la pregunta de si la comunidad haredí ha actuado de manera responsable.
Los rabinos del Talmud, sin embargo, instituyeron una calificación sobre su decisión: si la vida de la persona en cuestión está en peligro, debe ser redimida independientemente de si fue tomada cautiva o si optó venderse a sí misma para estar en cautiverio. La responsabilidad individual y la lealtad son factores relevantes, pero no en momentos de vida o muerte. Hay un tiempo para juzgar y moralizar. Ese momento no es cuando la vida está en juego. Cuando la vida está en peligro, no distinguimos entre lo bueno y lo malo, lo responsable y lo irresponsable. No distinguimos entre sangre y sangre.
Llegará un momento, y espero que muy pronto, en el que la sociedad israelí en general y la comunidad jaredí en particular, tengan que realizar un jeshbón néfesh y una asunción de responsabilidades seria sobre el significado y la responsabilidad de la ciudadanía israelí. Sobre lo que nos debemos y, lo que es más importante, lo que le debemos al otro. El COVID-19 nos ha recordado que, como humanos, nuestro destino es compartido. Como israelíes, nos ha recordado que más allá de nuestras divisiones tribales, étnicas, religiosas, políticas y nacionales, el futuro propiodepende del de los demás. No hoy, sino mañana, todos deberemos pensar individual y colectivamente, quées lo que esto realmente significa para nuestro futuro, juntos. Hoy es el momento de abrazar nuestra responsabilidad del uno por el otro, como congéneres humanos creados a imagen de Dios.
Traducción: Daniel Rosenthal