Pandemia, Pesaj, y Política.
Pesaj 5780 estará para siempre asociado con la pandemia del Covid-19. Cuando se reediten hagadot como la “Hagadá Latina” (Montevideo, 2011), sin duda se incluirán hechos vinculados a este Pesaj singular en alguno o varios de los pasos del Seder, como hoy están incluidos textos de Mario Benedetti o alusiones a los Desaparecidos. Uno quiere creer que por muchas generaciones no volveremos a pasar Pesaj en aislamiento y distanciamiento social; que sea algo más de aquello que se nos mandata: “y les contarás a tus hijos cómo tú pasaste la pandemia”.
No sólo a nivel colectivo y personal este Pesaj estará marcado en forma indeleble en nuestra memoria; a nivel nacional habrá marcado nuevos y poco frecuentes hitos en la historia moderna del pueblo judío y el Estado de Israel. Como no se cansa de señalar el Rabino Donniel Hartman, el Sionismo y la creación del Estado han permitido, como nunca, asumir el desafío de poner en juego los valores y la ley judía (halajá, o como él propugna últimamente, halajot) en el espacio público judío. Aquellas normas que el Pentateuco guardaba para cuando finalmente nos establezcamos en la Tierra, son ahora, exceptuando las relacionadas al culto en el Templo, un desafío de interpretación e implementación. La soberanía, el poder, y la convivencia de más de la mitad de los judíos de todo el mundo en un solo Estado, constituyen un hecho inédito en la historia del pueblo judío. En tiempos de pandemia, nos comprenden las generales de la ley, pero al mismo tiempo afrontamos dilemas inherentes a nuestra condición de judíos.
Como en cualquier país, la crisis sanitaria es usada con fines políticos, en forma más o menos obvia. El presidente Trump en los EEUU ha cambiado radicalmente su tono y lenguaje, su respeto por los científicos, y hasta ha mostrado algún rasgo de humildad; aun así, no deja de acariciar o abofetear, según le convenga, la gestión de gobernadores o parlamentarios. Tal es el poder de la pandemia. En Uruguay, el gobierno “multicolor” ha hecho un “cambio de frente” súbito y sorpresivo que ha dejado mal parada a la oposición. No es sólo una cuestión de solvencia y gestión, sino sobre todo de discurso: si las prioridades son las sanitarias y las sociales, poco puede reprochársele a un gobierno frente a una pandemia que paraliza un país.
En Israel, visto desde muy lejos, con una perspectiva muy difusa, se han destacado dos hechos: el primero es la crisis política que llevó a Yuval Noah Harari a denunciar la existencia de un sistema no democrático, una suerte de “dictadura” o “dicta-blanda”, que ahora parece, y sólo parece, encaminarse a una solución democráticamente válida, aunque éticamente cuestionable; el segundo hecho ha sido la desobediencia indebida de algunos grupos “jaredim” (ultra-ortodoxos) que insisten en juntarse a rezar y sobre todo en congregar multitudes como forma de demostrar su presencia y poder frente a la autoridad.
Cuando hablo de una perspectiva difusa me refiero a que resulta muy complejo entender los detalles y matices detrás de cada uno de estos fenómenos. Si bien la realidad siempre es compleja, y más aún en medio de crisis sanitaria, gobiernos de transición, y elecciones prácticamente empatadas, la lectura de los hechos, tal vez no significativa como datos duros, sí lo sea a un nivel simbólico. Cualquier realidad está, en definitiva, construida sobre una tensión entre lo objetivo y lo simbólico.
Netanyahu se vio sorprendido por la pandemia, como tantos otros líderes. Actuó, pero tal vez no lo suficientemente rápido, como suele hacerlo: con autoritarismo, medidas extremas, y consideraciones políticas. Por eso no se ocupó del problema “jaredí” hasta que le explotó en la cara; esos “jaredim” son en definitiva sus votantes. Mientras tanto la crisis sanitaria jaqueó a Israel interiormente al nivel del jaqueo exterior tantas veces experimentado. En ese contexto, la urgencia por un gobierno estable, donde Netanyahu dejara, entre otras cosas, de acaparar ministerios, era imprescindible. Gantz se prestó al acuerdo de un Gobierno de Unidad Nacional en lo que algunos vieron como un gran gesto patriota y otros como una gran traición. Parecía que una vez más Netanyahu se fagocitaba a su oponente de turno. Cuando escribimos esto, todavía está por verse…
Pero más allá del baile político-electoral al ritmo de la pandemia, están sucediendo cosas en Israel que no habíamos visto desde su creación. Todos sabemos de la fragmentación tribal de la sociedad israelí, reflejada precisamente en su Kneset y en la formación, o no, de gobiernos estables. Pero nunca antes habíamos vistos dos fenómenos tan concretos y contundentes como ajenos a la naturaleza de un Estado judío. Por un lado, Tzahal (Ejército de Defensa de Israel, léase bien) en las calles ayudando a la policía a poner orden y límites a los desbordes de algunos ciudadanos (imaginemos por un instante que en Uruguay o Argentina saliera el Ejército a patrullar las calles… más que pandemia, sería histeria colectiva frente al fantasma de la Dictadura); y por otro lado, pero también Tzahal mediante, el cierre del barrio ultra-ortodoxo de Bnei Brak en la ciudad de Ramat-Gan, cono urbano del gran Tel-Aviv. Al punto que alguien puso un portón de acceso que debió ser removido por pedido expreso del Intendente de Ramat-Gan. Sé que es políticamente incorrecto decirlo, pero, al menos transitoriamente, se ha efectivizado un guetto en Israel; y no precisamente voluntario ni simbólico, como lo eran Bnei Brak o Mea Shearim hasta ahora.
La imagen del guetto es muy poderosa en nuestra memoria colectiva. No nos gusta. Cuando Sharon construyó el famoso y denostado muro que puso fin a las Intifadas, ya entonces hablamos de guetto, o de lo que, en palabras de Robert Frost, dejamos fuera o dentro del muro. Ahora sucede algo similar: una suerte de muro entre “ellos” y el resto busca frenar la pandemia. Eventualmente todo volverá a una cierta normalidad, aunque todavía no sabemos qué será “normal” en el futuro. Acaso el aislacionismo largamente practicado por la comunidad jaredí se intensifique, o acaso, como propone el animador Lior Schelein, la sociedad tome cartas en el asunto y ponga coto a los desbordes de estos poderosos grupos minoritarios. Todo está por verse.
No es fácil ser judío. No se pone más fácil con el paso del tiempo. A pesar del antisemitismo aun persistente, nunca estuvimos tan bien, tan fuertes, y tan libres, ni nunca fuimos tan iguales a los otros pueblos, como Herzel soñó; la pandemia es prueba de nuestra “normalidad”. Sin embargo, los desafíos están puertas adentro, en nuestro seno, en nuestra diversidad, en esa libertad que celebraremos en dos días. Libertad que debemos renovar y perfeccionar, año a año, cada Pesaj, cuando nos preguntemos, “¿en qué es diferente esta noche de todas las noches?”.