Comunidad Siglo XXI

Al comenzar el tercer decenio del siglo XXI valdría la pena pensar, en medio del torbellino que supone e insume una vida judía social, comunitaria, y económicamente activa: ¿qué futuro yace delante nuestro?

No hace mucho rebatía en “The Times of Israel” un artículo que hablaba de la empequeñecida comunidad judía uruguaya. Me jactaba entonces de nuestra riqueza y solidez institucional, de nuestra diversidad y pluralismo. Pasado el tiempo me he terminado de convencer que ninguna de esas virtudes podrá sostener por mucho tiempo la estructura que creamos cuando éramos más de cincuenta mil almas. Me parece que hemos perdido la brújula: sabemos dónde está Jerusalém cuando estamos en la sinagoga, pero no sabemos dónde está nuestro futuro en nuestro quehacer comunitario cotidiano. ¿Hacia dónde miramos cuando caminamos por la rambla en Montevideo o nos juntamos a tomar un café  después del cine en el Costa Azul?  Somos los mismos los que caminamos por la rambla, los que vamos al Costa Azul, los que nos reunimos en las cinco opciones (estoy siendo generoso) en Iom Kipur, o los que nos vemos en la cola de “la Alemana” comprando lekaj. Sí, somos esos que nos vemos en todos lados, y poco más.

Mientras tanto, hemos olvidado lo básico. La preocupación de los primeros judíos en Uruguay era formar un minián y enterrar a sus muertos. Luego vendría educar a los hijos, la ayuda social o tzedaká, las relaciones con el entorno y el país, los movimientos juveniles sionistas y no, y todas las instituciones que fueron apareciendo para llenar necesidades específicas. Todo, sin embargo, había nacido de la noción de comunidad, el ámbito donde la gente resuelve sus problemas judíos del día a día: nacimientos, ritos de pasaje, rezo, educación, formación de familias, y muerte. Todo se concentraba allí.

La condición fisípara del judaísmo determinó cuatro comunidades en Uruguay: la Sefaradí, la Ashkenazí (autodenominada “la Kehilá”), la NCI, y la Húngara (adhiero a un orden histórico). Paysandú tuvo y aún tiene su comunidad propia, y CIPEMU es una comunidad hoy en Punta del Este y Maldonado. Sin embargo, el siglo XXI nos encuentra con alguna comunidad de menos (hay un presidente pero no hay edificio ni estructura), pero sobre todo con un fenómeno general muy particular: las partes son más que el todo.

En veinte años la ayuda social dejó de ser “tzedaká” para convertirse en “La Fundación Tzedaká”; el Asilo de Ancianos Israelita se ha transformado en “El Hogar Israelita” prestando servicios profesionales a nivel de cualquier residencia de la tercera edad y modificando la vieja percepción de ser un depósito de ancianos. El Comité Central Israelita fundado por las  cuatro comunidades del Ishuv es una entidad autónoma, que funciona a instancias del esfuerzo del Presidente de turno y su equipo. La “Bnei Brit”, que todavía ostenta su brillo y alcurnia histórica, ha perdido muchas de sus filiales y sólo algunos incondicionales mantienen sus valores. El Keren Kayemet y el Keren Hayesod son entidades recaudadoras para el Estado de Israel autónomas e independientes, que mantienen sus estructuras administrativas intactas e intocables;  hoy Israel es mucho más rico de lo que jamás hubiéramos soñado cuando esas fundaciones tuvieron su razón de existir. Ni hablemos de las escuelas, en su feroz autonomía, prioridades, e idiosincrasia: una que pretende mantener un cierto pluralismo (concepto siempre difícil de implementar) y otra jugada claramente a un judaísmo religioso y nacionalista.

En este panorama, ¿dónde quedan las comunidades de origen, qué función juegan hoy? En definitiva, si miramos sólo aquello que nadie más puede hacer, las comunidades administran lo vinculado al cementerio. Las ceremonias de Brit Milá son actos privados, las ceremonias de bnei-mitzva otro tanto, las ceremonias de kidushin, lo mismo. ¿Quién precisa una comunidad? ¿Quién valora y por lo tanto aporta al esfuerzo de un espacio global, un pequeño mundo judío que nos contenga y nos signifique? La liberalidad del mercado ha llegado al mundo judío y hoy ya no somos contribuyentes sino clientes. Incluso hay judíos que son enterrados en cementerios parque. Por eso la pregunta: ¿qué futuro yace delante de nosotros?

Hay dos tipos de Comunidades: las que se han vaciado por dentro y por fuera (contenidos y edificios), y las que bregan y luchan por no hacerlo, en diferentes grados. Pero en el fondo, todo lo que una Comunidad brinda puede ser encontrado en otro ámbito no comunitario; ahora un grupo de padres de Carrasco han organizado una escuela complementaria de tradición en aquella zona, cuando hay una Comunidad, la NCI, que sostiene el esfuerzo más de cincuenta años. Otra Comunidad, la Kehilá, sostiene un Rabinato (representante del cuestionado Rabinato de Israel) con mayor o menor suerte de acuerdo al rabino de turno. ¿Pero quién precisa un Rabinato institucional (ortodoxo) si el Yavne ofrece generosamente una pléyade de rabinos y bajurei ieshiva 24/7? Ni hablar de Jabad-Lubavitch y el esfuerzo de la familia Shemtov y  sus adeptos, o la oferta secular de la Fundación Mordejai Anilevich con su programa de Bar/Bat Mitzva “Guili”, tan atractivo para el público no religioso y anti-comunitario.

La pregunta de fondo es: ¿quién financia las Comunidades? Sí, sus sueldos, sus servicios, sus infraestructuras (transitorias o permanentes). La diversificación, y con ella el prestigio de unas instituciones versus el desprestigio de otras, ha dejado al Ishuv convertido en una batalla por los escasos recursos con que contamos. Si hay tal cosa como un PBI de la comunidad judía en el Uruguay, somos muchos disputando esos recursos. Hemos perdido la perspectiva entre los propósitos importantes y los secundarios, y no terminamos de entender que sin “vida judía” integral, como la que una Comunidad puede brindar, no hay ayuda social ni movimiento de rikudim ni sinagogas donde rezar porque simplemente no habrá judíos. La autonomía hará que sobreviva el más fuerte primero o el que se adapte después, pero mientras tanto el “hábitat” judío terminará destruido en aras de los pequeños ideales que todos y cada uno tenemos pero que dejarán de tener dónde concretarse una vez que todo se haya convertido en mera fachada. Apuntalada desde atrás por los últimos puntales que encontraremos por ahí. Viviremos una ilusión, pero no una vida judía.