Trenes fantasma en Tierra Santa
Matti Friedman, The New York Times, 16 de enero de 2020
Una vez que comienzas a notarlos, los rieles fantasma están en todas partes en Israel: rieles que se oxidan en medio de las malezas, edificios de estaciones de piedra caliza vacíos. Sobre el río Jordán, las conexiones ferroviarias atraviesan un elegante puente de basalto negro que no se conecta a nada. Debajo de las laderas de olivos y pinos a orillas del Yarmuk, un afluente del Jordán, está el edificio de una estación utilizada como depósito por los piscicultores y ocho túneles ferroviarios abandonados que conducen a Siria. En los mapas del Medio Oriente de 2020, las características más importantes son las fronteras: las líneas que dividen a los estados en conflicto y a las personas en conflicto dentro de los estados. Pero en los mapas antiguos, los de hace 80 o 100 años, lo que destaca son otras líneas: ferrocarriles, el tipo de líneas que conectan a las personas entre sí.
Seguir los rieles abandonados alrededor de Israel, como lo he estado haciendo durante algunos años ya, da vida a un Medio Oriente fluido que solía existir y pone de relieve las estrechas fronteras del presente. Te da tiempo para contemplar otros lugares del mundo, lugares donde la gente da por sentado cosas como los trenes internacionales y la libre circulación a través de las fronteras y para considerar cuánto se pierde cuando el estado de ánimo humano pasa de los rieles a los muros.
Si tomas el moderno tren hacia el norte desde Tel Aviv, por ejemplo, tendrás que bajarte en Nahariya, a unas pocas millas de la frontera con el Líbano. Esa es la última parada, pero no es donde terminan los rieles y, si lo deseas, puedes seguir caminando hacia el norte. La antigua línea británica todavía es visible aquí y allá, pasando por entre edificios de estuco y eucaliptos, antes de desaparecer en un túnel que atraviesa los acantilados que marcan el extremo norte de Israel. En la década de 1940 habrías salido por el otro lado y seguido por la costa libanesa hasta Beirut. Pero ahora la frontera es infranqueable, y el túnel está cortado a medio camino.
No hace mucho tiempo, en el otro extremo del país, acampé con mis hijos en un bosque de tamariscos junto a una línea militar turca de 1915, un elevado terraplén que aún se extiende por kilómetros a través del desierto delNéguev, pasando por un puente que atraviesa un barranco desolado antes de llegar al alambre de púas de la frontera entre Israel y Egipto. La barrera fue construida hace algunos años debido al contrabando y al terrorismo, pero no había nada allí cuando se colocaron los rieles. Siguiendo la antigua ruta hacia la valla, el ejército nos detuvo y regresamos. La línea seguía avanzandohacia el desierto al otro lado, como si no hubiera ninguna frontera allí.
La línea fantasma más famosa del país es el Ferrocarril del Valle, construido en 1905 por orden del sultán otomano como parte del gran proyecto del Ferrocarril Hijaz, que significó un salto a la modernidad para el imperio turco. El Ferrocarril del Valle estableció una conexión, completamente lógica y, sin embargo hoy en día inconcebible, entre el puerto de Haifa, en el actual Israel, y la ciudad de Damasco, ahora en Siria. (El ferrocarril recibió su nombre del Valle de Jezreel, por el que pasaba gran parte de la ruta). El tren de Haifa se encontraba con la línea imperial principal en Dara’a, un somnoliento empalme sirio. Dara’arecién pasó a ser un lugar conocido por el mundo mucho más tarde, en 2011, al ser el sitio de la represión que ayudó a encender la guerra civil en Siria, señalando el colapso de más partes de la región que se transformaron en enclaves hostiles y también cortando los vestigios del enlace ferroviario Turquía-Siria. Israel y Siria se convirtieron en enemigos hace 72 años, pero cuando se construyó el ferrocarril, ninguno de los dos existía. Según un horario ferroviario de 1934 que encontré, podías salir de la estación de Haifa a las 10 de la mañana y llegar esa misma noche a Damasco, a las 20:02. Los restos de esta línea son visibles en el Kibutz Gesher sobre el río Jordán, donde una integrante de tercera generación del kibutz, NiritBagron, me mostró el lugar. El puente ferroviario de basalto de 1905 está detrás de un formidable portón militar coronado con alambre de púas: ahora esto es la frontera con Jordania y el puente está en una zona de desmilitarizada. Nirit simplemente le dio un puntapié al portón con su pie calzado con una sandalia y me aseguró que el área había sido desminada. En la primavera de 1948, la guerra por la creación de Israel cambió el significado del puente, pasando de ser una conexión bienvenida a una amenaza: un punto de cruce para una fuerza expedicionaria árabe desde Irak. En la batalla, un equipo de defensores del kibutz lo deshabilitó con una carga explosiva, y aún se puede ver el daño en el segundo de los cinco elegantes arcos del puente. El tren no ha corrido desde entonces.
Israel tiene un acuerdo de paz con el gobierno jordano, como lo tiene con Egipto, pero la mayoría de los israelíes judíos no se atreven a visitar ninguno de los dos países. Para nosotros, los viajes por tierra se limitan a los límites de un estado del tamaño de Nueva Jersey. Cuando salimos, usamos el aeropuerto. El país bien podría ser una isla.
Las líneas desaparecidas, y particularmente el Ferrocarril del Valle hacia Siria, dejaron atrás un sedimento de cuentos populares, muchos de ellos bromas sobre la actitud relajada del tren en relación a los horarios y la velocidad en los días previos a que todo el mundo estuviera apurado. Hay uno sobre los pasajeros en el primer vagón saltando del tren mientras se movía, preparándose una taza de café al lado de los rieles, bebiéndola lentamente y saltando al último vagón cuando pasaba a su lado. Otro es sobre el pionero judío que se deprimió, se acostó sobre los rieles y terminó muriendo de hambre.
Una historia que siempre asumí era un mito tiene que ver con los pilotos alemanes con base aquí durante la Primera Guerra Mundial, que estaban tan frustrados por la lentitud del tren que le atornillaron uno de sus motores de hélice a un vagón del ferrocarril y rompieron un récord de velocidad. Esta historia en realidad es cierta: se pueden encontrar fotos del maravilloso artilugio, junto con otros hechos arcanos, en una vasta historia sobre trenes publicada en 2015 por Yehuda Levanony, un oficial de inteligencia retirado. El Sr. Levanony ubicó a jefes de estación, conductores y gente común que recordaban el apogeo del tren, como ShaulBiber, quien creció en la década de 1930 cerca de la estación de Tsemaj (que recientemente fue restaurada y ahora está, encantadora e inútil, a orillas del Mar de Galilea). El Sr. Biber recordaba las idas y venidas exóticas de su infancia, antes de que los imperios murieran y las fronteras se achicaran: los hidroaviones que solían aterrizar en el Mar de Galilea llevando a las damas británicas a la India y los coloridos vagones que recorrían los rieles desde lugares distantes, trayendo consigo “los aromas del gran mundo”.
No todos los recuerdos sobre el tren son buenos. Durante la Primera Guerra Mundial, los turcos construyeron una línea a Tulkarm, una ciudad que ahora está en Cisjordania, y el último tren de esta línea circuló en abril de 1948. Así lo recordó Saleh Abu Raysieheh, un pasajero de ese tren, entrevistado 50 años después por un investigador que recogía los recuerdos de los refugiados palestinos. Tenía 15 años cuando huyó de Haifa, después de que las fuerzas árabes perdieran la batalla por la ciudad. El tren lo llevó a Tulkarm, que estaba en manos de las tropas jordanas, y luego la línea fue cortada. Una frontera hostil apareció entre su antiguo hogar y el nuevo. “Finalmente el tren se detuvo en Tulkarm” – dijoel refugiado–“y nunca regresó”. Hoy los judíos israelíes no van a Tulkarm, y los palestinos van a Haifa solo si se atreven a lidiar con los puntos de control y el sistema de permisos. Mucha gente no sabe que alguna vez hubo un tren. Lo mismo ocurre con la línea que podría llevarte, de acuerdo con el horario de 1934, desde el empalme cercano a Tel Aviv, a las 11:05, a Ciudad de Gaza a las 12:40 (y luego a Kantara, sobre el Canal de Suez, a las 17:30). Hoy casi no hay contacto entre la gente de Israel y la de Gaza.
La idea de revivir las líneas abandonadas está arraigada en la imaginación popular y ocasionalmente incluso se cumple. En Jerusalem, por ejemplo, una sección no utilizada de la línea más antigua del país, el tren Jaffa-Jerusalem de 1892, ha sido convertida en un bullicioso parque para peatones y ciclistas. También hay una nueva encarnación del Ferrocarril del Valle, el notoriamente lento tren del folklore israelí, que corre desde 2016 sobre parte de la ruta original. Ya no continúa a Siria, aunque hay un plan para extenderlo algún día por sobre un puente y bajar a través de Jordania hasta el Golfo Pérsico. El ministro de transporte de Israel lanzó la idea el año pasado durante una visita al sultanato de Omán, llamándola “rieles de paz”. Yo creo en puentes y trenes. Pero es difícil saber en qué terminará esto.
Si caminas por la línea cubierta de vegetación hasta la frontera norte de Israel, en los acantilados de RoshHanikra, donde el túnel hacia el Líbano fue cortado en 1948, pasarás un pequeño letrero en el que alguien escribió una meditación en hebreo. “La gerencia del ferrocarril Cairo-Jaffa-Haifa-Beirut se disculpa con los pasajeros”, se lee. “El reloj está roto, los rieles desgastados, la locomotora cansada, las malezas altas, el combustible caro, el ingeniero dormido, el túnel de RoshHanikra bloqueado. Y un pequeño detalle más: la paz está retrasada. Pero no te rindas: el tren vendrá. Serán solo unos minutos más”. Cada vez que leo eso, simplemente quiero sentarme y esperar.
Traducción: Daniel Rosenthal