Un Plan para Transformar un Conflicto
Micah Goodman, The New York Times, 29 de enero de 2020
Micah Goodman, del Shalom Hartman Institute, es el autor de “Catch-67: «TheLeft, theRight and theLegacyoftheSix-Day War” (Trampa 67: La izquierda, la derecha y el legado de la Guerra de los Seis Días).
El “Acuerdo Definitivo” del presidente Trump para la paz entre israelíes y palestinos no es definitivo, y no es exactamente un acuerdo. Lanzado el martes, el plan, o “Visión de Paz”, como se lo llama en su documento oficial, tiene tres defectos. Ninguno de ellos es fatal.
En primer lugar, la disonancia entre su pretensión y su oportunidad: pretende cambiar la historia, pero al aparecer sólo un mes antes de las elecciones de Israel, sirve únicamente a los intereses políticos mezquinos. En segundo lugar, hay un desajuste entre el objetivo declarado del plan y los actores que deben ponerlo en práctica: busca lograr la paz entre Israel y los palestinos, pero los palestinos no son socios completos en su implementación. En tercer lugar, y éste es el mayor problema: el plan no cumple con las condiciones mínimas de los palestinos. ¿Alguien puede imaginarse que los palestinos, que previamente rechazaron planes que les ofrecían casi el 100 por ciento de Cisjordania, podrían conformarse con tan sólo el 70 por ciento? El plan de paz, en otras palabras, no traerá la paz.
Pero estos tres defectos no deberían distraernos de la gran oportunidad que presenta el plan: inteligentemente redistribuye, incluso temporalmente, los territorios en disputa. Esta división puede reconfigurar el conflicto. Si es implementado, el plan crearía un estado palestino con una soberanía casi total en aproximadamente el 70 por ciento de Cisjordania, al tiempo que atiende por completo las necesidades de seguridad de Israel. El conflicto no terminaría, pero sería funcionalmente diferente. El conflicto palestino-israelí es un conflicto entre ocupantes y ocupados. Pero después del plan, se convertiría en un conflicto entre dos entidades políticas separadas, y ese es un paradigma completamente nuevo. Esta debería ser la gran ambición del plan: en lugar de tratar de terminar la batalla, debería redefinir fundamentalmente las líneas de combate.
El problema con el “Acuerdo Definitivo” es la falta de coincidencia entre el plan y su objetivo declarado. Como plan de paz es ridículo. Pero a veces, todo lo que se necesita para solucionar un problema es repensar el propósito de la solución. Y aquí, podemos dejar de fingir que el plan de los Estados Unidos pondrá fin al conflicto y admitir que podría ser mejor transformando sus características. Y con objetivos más modestos, podría tener mayor éxito.
Para transformar la propuesta de la administración Trump de ser un mal plan para terminar el conflicto en ser un buen plan para transformar el conflicto, todas las referencias a la finalización del conflicto deben ser eliminadas. No se puede esperar que los palestinos reconozcan a Israel como un estado judío, renuncien formalmente al derecho de retorno o firmen un documento que anuncie el “fin de las reclamaciones”.
¿Qué ganaría Israel con un plan para reconfigurar el conflicto? Mucho. La mayoría de los israelíes están atrapados entre dos aspiraciones nacionales. Por un lado, no quieren gobernar sobre el pueblo palestino, pero por el otro, no quieren vivir bajo la amenaza de cohetes de un estado palestino. La tensión entre estos dos impulsos ha paralizado la capacidad de Israel para abordar el conflicto. Un plan para reconfigurar el conflicto reduciría drásticamente el control de Israel sobre los palestinos y lo haría sin poner a Israel en peligro. En otras palabras, para los israelíes, el plan de Trump rompería el juego de suma cero entre la seguridad y el fin de la ocupación. Los israelíes podrían reducir en gran medida su dominio sobre los palestinos sin ser amenazados por ellos.
¿Y qué pueden ganar los palestinos de un plan para reconfigurar el conflicto? También mucho. Los palestinos también están atrapados. Por un lado, quieren un estado independiente propio, pero por otro, la mayoría de ellos quieren que los refugiados palestinos “regresen”, es decir, que sean reubicados en Israel. Además, una gran parte de la sociedad palestina no está dispuesta a reconocer la soberanía no musulmana sobre ninguna parte de Tierra Santa. Reconciliarse con Israel sería una concesión religiosa y renunciar al “derecho de retorno” sería una concesión nacional. Para muchos palestinos, esas dos concesiones significarían renunciar a sus creencias más sagradas, que forman parte de la identidad palestina. Durante muchos años, los diversos planes de paz propuestos a los palestinos tenían la expectativa de que renunciaran a estos dos axiomas. Pero los palestinos siempre han rechazado un acuerdo en el que tendrían que renunciar a elementos centrales de su identidad nacional como el precio de la independencia. Un plan para reconfigurar el conflicto daría a los palestinos un estado sin esperar que lo paguen renunciando a su demanda de un derecho de retorno y, por lo tanto, cediendo una parte fundamental de su identidad nacional.
Según el plan, el nuevo estado palestino no será completamente soberano, pero será mayoritariamente soberano, y los elementos de la ocupación que complican a los palestinos en su vida cotidiana, es decir, restricciones de movimiento, construcción y crecimiento económico, desaparecerán.
En otras palabras, cualquier plan necesita abandonar la pretensión de hacer realidad el acuerdo perfecto para ambas partes. Este plan comienza a hacer eso. En virtud de él, los palestinos podrían mejorar dramáticamente su soberanía sin ceder en sus aspiraciones e Israel necesitará controlar a muchos menos palestinos sin ceder su seguridad. Ninguna de las partes renunciará a lo que es realmente importante para ella, y ambas reducirán lo que es realmente doloroso. No será la paz. No será un nuevo Medio Oriente. Pero será un avance.
Traducción: Daniel Rosenthal