Nombres, listas, y anonimato.
En el acto II, escena II de “Romeo y Julieta” de William Shakespeare está escrito: “¿qué hay en un nombre?” “What’s in a name?” es tal vez la segunda cita más famosa de Shakespeare, después del abusado “ser o no ser” en “Hamlet”. Cuando hemos finalizado el libro de Génesis (jazak, jazak, betitjazek!) el Shabat pasado, cuando estaremos comenzando el libro de los “nombres”, “Shmot”, este sábado, la pregunta viene al caso. ¿Qué implican los nombres?
No en vano el libro de “Éxodo” comienza con el listado de los hijos de Iaacov que llegaron con él a Egipto, más Iosef que ya estaba allí. Parecería que el texto quiere dejar muy claro quiénes son los nombres, quién es parte de la familia y quién no. Pregunta que por otra parte, en otros contextos, y con otras intenciones (no siempre negativas), nos hacemos hasta el día de hoy. ¿Quién es? Si nos remitimos a Éxodo 1:1, dice “estos son los nombres …”, y no escatima en detallarlos. Es relevante esta apertura que no es genealógica, como acostumbra el texto bíblico desde Génesis, sino taxativa: son estos y no otros. El que no está en la lista, no es parte. El texto apunta a la singularización, una característica que ha complicado a lo largo del tiempo no sólo a los antisemitas sino a los propios judíos: ¿somos diferentes, mejores, inferiores, etc? Sin duda, no; pero somos parte de una lista de nombres. Como veremos más adelante en el tiempo, se sumarán nombres de orígenes varios, aun enemigos; la lista no es cerrada pero es lista al fin: empieza y termina. La apertura de “Éxodo” deja muy claro quiénes son “éstos”, que no son otros. O como dijera Gertrude Stein, “a rose is a rose is a rose”, en respuesta la demanda de Julieta: aquello que ha sido en suerte ser, será.
Por otro lado, “Éxodo” continúa con un versículo que parece descolgado del texto, como un mojón solitario donde se quiebra el derrotero de esos nombres recién enunciados; sin él no se entiende todo lo que vendrá, y sin él no los nombres enunciados no devendrán en pueblo. Dice en Gén.1:8: “Se levantó en Egipto un nuevo rey, que no había conocido a José”. El nuevo faraón no sólo no sabía de la existencia de Iosef, sino que en consecuencia no sabía de la existencia de sus hermanos, los patriarcas, nada. La fuerza del versículo radica en que sin él Egipto hubiera sido una buena tierra para prosperar y quedarse, tal como narra la historia posterior. No “conocer” a Iosef es no identificar, por más que el acto esté puesto en un tercero. Es este nuevo faraón que denomina, en forma genérica, “pueblo de Israel” a esos súbditos tan prósperos y al mismo tiempo tan extranjeros. Sin la esclavitud impuesta por el nuevo faraón no hay historia fundacional; los patriarcas y su estirpe se hubieran perdido en las mareas demográficas de la historia antigua.
¿Cuántos faraones se han levantado en la historia para desconocer a Iosef? De pronto el nombre carece de significado, no dice. ¿Cuántas veces nosotros mismos vaciamos de contenido aquello que somos? Por un lado enumeramos quiénes somos, nos obsesiona quién está dentro y quién fuera de la lista de turno, pero aun entre nosotros, que nos incluimos en la lista, somos los primeros en desconocer a nuestro Iosef de turno: el otro que vive en nuestro seno.
Al comenzar un nuevo libro de la Torá, cuando dejaremos de ser familia, “judíos de Génesis” (Donniel Hartman, varias veces citado) para convertirnos en pueblo, “judíos de Éxodo”, no podemos ni conviene seguir contando la historia en base a una lista taxativa ni en base a un desconocimiento antojadizo y fatal. La lectura de Parashat Shmot expandirá los recursos y las fuentes de dónde abrevar historia: los nombres comenzarán a decir nuevas verdades y el largo derrotero de regreso a la tierra, que consumirá los próximos cuatro libros del Pentateuco, dejarán sentadas las bases de una dinámica que oscila siempre entre nombrar y olvidar qué hay detrás de aquello que nombramos.
Tal vez el actual “Meghanbrexit” o la excepcional abdicación del Papa Benedicto VI en su momento, o esas pequeñas historias de apellidos judíos que han sido desconocidos por sus mismos portadores nos hayan llevado a reflexionar, en esta transición pautada por la tradición rabínica de lectura de la Torá, acerca de qué hay en un nombre. Y cómo puede ese nombre, no tan de pronto pero sí con prontitud, ser desconocido por propios y ajenos.