«Jewish Pride»
Seré muy breve por una razón de tiempo y urgencia: la coyuntura no puede ser más sombría y como tal deberíamos considerarla: por un lado nos preparamos para un Día de Orgullo Judío el próximo lunes 6 de enero (iniciativa del AJC en los EEUU) ante la escalada de atentados antisemitas en aquél país; y por el otro Medio Oriente, el barrio donde habitamos como Estado de Israel, se ha vista sacudido por el asesinato del jerarca iraní Qassem Soleimani. Como judíos hemos quedado expuestos: aquellos en Israel, en la primera línea, a una represalia iraní cuya incógnita es cómo, cuándo, y dónde; y en el resto del mundo al aumento de una noción universal de un “problema judío” que hasta ahora es sólo obsesión de los antisemitas.
Es por ello que me pregunto por qué con tanta ligereza y hasta liviandad celebramos la operación mediática del Presidente Trump y hasta sugerimos o queremos creer (o tal vez así sea, no cambia) que el Mossad cooperó con la operación. Por qué el Jerusalem Post publicó ayer 3 de enero un artículo sobre las diferencias de este tipo de operaciones entre los israelíes y los EEUU, elogiando el secretismo israelí. Por qué de pronto mis grupos de whatssap se inundan de fotomontajes humorísticos en relación a Soleimani y su circunstancia. No es que yo no celebre su eliminación; pero las consecuencias de la misma me aterran; y como yo vivo en un rincón de América del Sur, trato de mantener distancia y respeto frente a acontecimientos de tal magnitud en otras zonas del mundo. Porque de hecho, la eliminación de este personaje no me garantiza el desmantelamiento de la presencia iraní y terrorista en este continente. La operación fue exitosa y espectacular pero fue sobre todo un acto político electoral del Presidente Trump. Si hay una guerra con Irán, Israel está en la primera línea y eso me asusta. Aun cuando confíe en el poderío militar de Israel y de los EEUU. Una corresponsal de CNN detallaba anoche, sin embargo, la multiplicidad de opciones de ataque que tiene Irán. Es un enemigo formidable.
Por otro lado, todos corremos atrás del WJC y adherimos, porque “no podemos quedar fuera”, a su campaña de “Jewish Pride”. El concepto de “pride” en los EEUU es mucho más que la traducción literal a “orgullo”; tampoco apunta al tipo de orgullo que describe Jane Austen en “Pride & Prejudice”. El “pride” en los EEUU está asociado a reivindicaciones tales como la supremacía blanca o los derechos LGTB; es decir, es un instrumento para avanzar los derechos y agendas de las minorías. La agenda y los derechos de los judíos en los EEUU había sido manejado hasta ahora con mucho éxito por medio del famoso y mentado “lobby judío”, principal blanco también de la retórica antisemita. ¿Por qué de pronto hay que salir en una campaña mediática, en las redes, a afirmar el orgullo de ser judíos? ¿Por qué comunidades ajenas a la realidad judía en los EEUU debemos adherir a esta campaña sin cuestionarnos su relevancia para nosotros? Tal vez la campaña no sea tanto hacia el afuera sino hacia el adentro de la comunidad judía en los EEUU; tal vez la idea no sea combatir el antisemitismo desde el exterior sino la indiferencia desde el interior.
Por lo tanto, seamos prudentes. El pueblo judío aprendió a defenderse después de la Shoá y después de dos mil años de persecuciones e impunidad. Sin embargo, caer en la bravuconada matona al mejor estilo Trump no es una característica judía. Tampoco hemos precisado afirmar nuestro orgullo de ser judíos públicamente: el que no lo siente, eventualmente se asimilará y poco podremos hacer al respecto; los que sí lo sentimos, no necesitamos declararlo: simplemente, lo somos.
No caigamos en el facilismo de importar problemas que no son nuestros ni en banalizar actos de guerra que podrían afectar a nuestros seres queridos en aquella zona y eventualmente extenderse hasta afectarnos a todos.