Antisemitismo
Donniel Hartman, The Times of Israel, 1 de enero de 2020
Odio hablar sobre el antisemitismo.
Odio la forma en que los israelíes hablan del antisemitismo como una reafirmación del sionismo. El discurso a menudo representa una combinación de la alegría perversa del “Te lo dije”, con una medida de paternalismo, ya que Israel se designa a sí mismo como solución y protector. Esto es especialmente cierto cuando se trata de judíos norteamericanos, que se atrevieron a posicionarse como una alternativa equivalente a Israel. “Les dijimos que nunca estarían en su hogar, aceptados y a salvo, en cualquier lugar que no sea la patria judía”, es un mantra israelí habitual. Aunque los israelíes condenan el antisemitismo, no creen que pueda ser erradicado, ni siquiera combatido, de manera eficaz. Creen que el antisemitismo es algo inherente a la vida en la Diáspora y que sólo puede ser superado mediante el desmantelamiento de la propia Diáspora, y hasta que esto no ocurra, Israel se unge a sí mismo como el portavoz del judío impotente.
Odio este discurso, porque perpetúa la falta de respeto endémico que muchos israelíes tienen hacia la calidad, vitalidad e importancia de la vida judía fuera de Israel. Lo odio, porque disminuye la esencia del sionismo y lo aprisiona en conceptos de importancia crítica en las décadas de 1920 y 1930, pero que son inadecuados para el siglo XXI. Lo odio, porque presenta una fachada de preocupación que sirve para encubrir la falta de respeto y la creciente alienación.
Odio una parte del discurso sobre el antisemitismo en América del Norte. Una parte de él exagera el problema y adjudica a la vida judía contemporánea categorías anteriores al Holocausto, lo que disminuye el notable éxito y la fuerza de la vida judía de América del Norte.
Odio cuando el antisemitismo ocupa todo el discurso judío. Odio hablar sobre el antisemitismo, porque quiero hablar sobre lo que el judaísmo puede aprender del mundo moderno y contribuir a él, y no simplemente cómo podemos sobrevivir. Crecí con la creencia de que la vida judía contemporánea, ya sea en Israel o en América del Norte, tenía que tomar una decisión crítica entre Auschwitz y el Sinaí, en cuanto a cuál debía guiar nuestras vidas y dar forma a nuestra identidad central. Auschwitz debía ser recordado y llorado, pero son el Sinaí y las enseñanzas de la tradición judía a lo largo de los milenios los que le dan sentido y valor a la vida judía y, en consecuencia, un futuro. Me criaron para creer que el desafío fundamental de la vida judía es el desarrollo de formas de permitir que nuestra tradición de 3.000 años aprenda del pensamiento moderno e incorpore lo mejor de él. Que la grandeza de nuestra tradición se mide no sólo por la profundidad de su pasado, sino por el coraje de sus intérpretes para garantizar que la tradición sea relevante y refleje lo mejor de lo que podemos aprender de los demás.
Y así, me criaron para odiar hablar sobre el antisemitismo y simplemente ignorarlo. Al hablar sobre él, al pensar sobre él y al comprometernos con él, recreamos los muros espirituales, intelectuales y morales del gueto de los que finalmente habíamos sido redimidos. Hablar sobre él desplaza el discurso judío hacia adentro, en lugar de hacia arriba, y hace de la supervivencia la principal preocupación de la vida judía, sin dejar oxígeno para el trabajo crítico de significado, valor y propósito.
Sin embargo.
Si bien odio hablar sobre el antisemitismo, odio aún más al antisemitismo. Odio lo que les hace a los judíos. Odio el miedo que infunde. Odio el dolor y el sufrimiento que causa. Odio la atención que exige. Y a medida que lo experimentamos con mayor frecuencia, realmente exige atención, incluso de aquellos de nosotros que odiamos hablar de él. No quiero ofrecer un análisis de las causas profundas del antisemitismo, por qué está resurgiendo hoy y los pasos que debemos seguir para protegernos mejor. En cambio, quiero hablar sobre cómo hablar sobre el antisemitismo de una manera que pueda evitar algunas de las trampas de esa conversación.
1) No debemos utilizar un incidente antisemita como vehículo u oportunidad para nuestro propio engrandecimiento ideológico. Por ejemplo, cuando ocurre un ataque antisemita, los israelíes deben abstenerse de pedir a los judíos de la Diáspora que hagan Aliá, sin importar cuán bien intencionados puedan ser esos israelíes. Imaginemos cómo reaccionaríamos los israelíes si, después de un ataque terrorista aquí, los judíos de la Diáspora nos pidieran que enviáramos a nuestros hijos al extranjero porque no es seguro criarlos en Israel. Cuando el otro experimenta pérdida, dolor y miedo, ya sea por terror, guerra o violencia antisemita, no es el momento de ofrecer “soluciones” egoístas que solo refuercen nuestras propias certezas ideológicas.
Del mismo modo, en el ambiente político partidista tóxico de los Estados Unidos de hoy, los ataques antisemitas no pueden ser utilizados como un vehículo para denunciar la quiebra moral de los opositores políticos. Con demasiada frecuencia toleramos y excusamos el antisemitismo que proviene de “nuestro” campo político. Sus perpetradores son clasificados como trastornados en lugar de malvados, para mantener las alianzas políticas y la corrección política. Es sólo ese antisemitismo que proviene del “otro”campo que es clasificado como amenazante y digno de condena.
Cuando politizamos el antisemitismo, socavamos la condena universal que los ataques antisemitas merecen y requieren. Lo que es más significativo, creamos divisiones profundas dentro de nuestra propia comunidad y evitamos que nos unamos para combatir las amenazas que enfrentamos. Es fundamental que nuestro discurso adopte una política de tolerancia cero, no sólo contra el antisemitismo en sí, sino contra aquellos judíos e instituciones judías que permiten su politización.
2) Necesitamos hablar sobre el antisemitismo de una manera que no minimice sus peligros, pero que tampoco mezcle falsamente la realidad en los Estados Unidos con la de la Alemania anterior al Holocausto, o incluso con la de la Francia contemporánea. Es importante que hablemos sobre las preocupaciones y temores legítimos que genera el antisemitismo, que están libres de la falsa afirmación de que la vida judía está en peligro existencial. No lo es, y los judíos en América del Norte lo saben. Si bien están preocupados, no están vendiendo sus propiedades inmobiliarias o empacando maletas de emergencia. Es fundamental que recordemos que no estamos luchando contra el antisemitismo instituido por el gobierno, sino un antisemitismo que el gobierno mismo se ha comprometido a combatir. Al combatir los ataques en los lugares donde se reúne nuestra gente – nuestrassinagogas, centros comunitarios y vecindarios – nosomos impotentes ni estamos solos. No estamos experimentando una segunda Kristallnacht. Tanto en Israel como en América del Norte, estamos en casa y tenemos a nuestra disposición recursos inmensos y aliados profundos y leales. Como resultado, podemos y debemos mantener un discurso sobre la ola actual de antisemitismo que tenga la convicción de que, con un esfuerzo concentrado, podemos prevalecer y hacer que los judíos se sientan seguros nuevamente.
3) Necesitamos evitar el discurso que retrata el antisemitismo como un fenómeno singular y los judíos como atacados de una manera singular. No niego que hay amplios argumentos históricos que apuntan al antisemitismo como algo distinto en su longevidad, su ferocidad y el alcance de su destructividad. Pero me pregunto si este discurso es útil para la identidad judía moderna. Nuestra responsabilidad es proteger y garantizar la supervivencia del pueblo judío, pero nuestra misión es crear un pueblo guiado por una tradición que nos desafíe a vivir vidas de significado y valor y que puedan ser una luz para nosotros y para los demás. Necesitamos luchar contra el antisemitismo dondequiera que aparezca, pero luchar contra el antisemitismo no debe agotar ni definir el propósito de la vida judía.
La razón por la que odio hablar sobre antisemitismo es porque temo su impacto en la vida judía. Cuanto más hablamos sobre la singularidad del antisemitismo, más consagramos la victimización y la soledad como las experiencias definitorias de la vida judía. Sin embargo, eso no es una receta para la supervivencia judía a largo plazo ni tampoco para la grandeza. La principal lección de Auschwitz es “Nunca más”. La principal lección del Sinaí es el desafío de convertirse en un pueblo santo.
Como en el pasado, sé que prevaleceremos contra nuestros enemigos. La pregunta es cómo nos aseguramos de que esa victoria no menoscabe la responsabilidad judía esencial de construir una vida de grandeza moral y espiritual.
Traducción: Daniel Rosenthal