Bloomfield, 2019.

Siempre recordaré, y no dejo de citarla, la frase del basquetbolista Tal Brody en 1977 cuando Macabi Tel-Aviv ganó la copa europea: “estamos en el mapa”, o en Hebreo: “alinu al hamapá”. Brody podía referirse a muchas cosas; de hecho, esa gesta fue el preámbulo de conquistas posteriores por parte de la selección israelí de básquet-ball. También anoche Israel “se subió” al mapa del mundo “normal” cuando fue anfitrión de un amistoso en fecha FIFA (o sea, amistoso “oficial” si tal cosa existe) entre Uruguay y Argentina.

Si bien para la prensa israelí anglosajona el tema es menor, o se focaliza en Messi, el hecho es histórico al punto que asistió el Presidente del Estado, Reuben Rivlin, cuyo primer plano por unos segundos fue lamentablemente ignorado por la trasmisión en Uruguay. Ni hablar de la presencia del eventual Primer Ministro Benny Gantz o la modelo Bar Rafaeli. Bastaba con tener en estudio a alguien familiarizado con la vida socio-cultural israelí para aquilatar la trascendencia del evento. Ni hablar de explicar la publicidad en cancha, lo que antes llamábamos “estática” pero ahora es totalmente dinámica. Todo esa información pauta, y el televidente lo hubiera sabido, la relevancia de un “clásico” continental jugado en otro continente, más exactamente en Oriente Medio.

Conocí el estadio Bloomfield en los años setenta. Era el estadio “chico” y pobre de la región metropolitana de Tel-Aviv. El Estadio en aquella época era el de Ramat-Gan, precisamente en el límite de esa ciudad con Tel-Aviv. Ambos se ubicaban en sendos descampados en medio de zonas industriales: talleres mecánicos, metalúrgicas, comercios al por mayor, depósitos de importadores, distribución. Zonas urbanas decididamente feas. Los viernes y sábados, muy tranquilas y desoladas. Entre semana, una cacofonía de gritos, bocinas, motores, y escapes libres; el infierno. En comparación con el fútbol, el básquet-ball tenía ya por entonces una especie de “Cilindro” en la zona de Yad Eliahu, tampoco precisamente residencial, pero un lujo urbano comparado a los estadios de fútbol. Hoy se llama estadio Nokia y se hacen allí grandes conciertos.

Boomfield está en Yaffo. Yaffo es la parte árabe de Tel-Aviv, que de hecho, oficialmente, se llama “Tel-Aviv-Yaffo”. Yaffo ya estaba allí cuando se construyó Tel-Aviv como la primera ciudad totalmente judía en la tierra de Israel. Hoy y siempre han sido una sola ciudad. Bloomfield no está en las afueras, está en Tel-Aviv. De hecho, está en el centro geográfico exacto de Yaffo. Así como el estadio ha sido remodelado, todo Yaffo está sufriendo cambios en forma permanente, como todo Tel-Aviv, y todo Israel. La dinámica es continua. Muchos israelíes judíos, artistas, intelectuales, se han mudado a Yaffo a vivir entre los árabes originales del lugar, en parte por razones inherentes al mercado inmobiliario, en parte por razones sociales: incentivar la multi-cultura. Yaffo tiene su zona antigua y turística, tipo boutique; su puerto de pescadores con sus restaurantes y mercados; su rambla, donde Shimón Peres eligió erigir su Instituto para la Paz, y sus barrios populares. Allí está Bloomfield. Más al sur, Yaffo es el límite de Tel-Aviv con la ciudad de Bat-Yam.

No faltan estadios en Israel; estadios nivel FIFA. Hay en Jerusalém, hay en Netanya. Pero este partido se jugó en Tel-Aviv-Yaffo. En la ciudad más cosmopolita, plural, diversa, capitalista, y al mismo tiempo judía, de todo Israel. Por otro lado, el evento fue cuidadoso en no provocar reacciones políticas ni reivindicativas. Que Israel es una fiesta, y que Tel-Aviv-Yaffo es su máxima expresión, lo sabemos todos quienes tenemos algo que ver con Israel. Como con Eurovisión, el asunto es que lo viera el mundo entero. Así fue. Más allá de las conclusiones del ya legendario “Maestro” Tabárez en Uruguay o del frágil Scaloni en Argentina, como judíos y sionistas lo más relevante del partido fue que se jugara allí en esta semana. Ni el BDS ni el miedo ni los misiles de la Jihad o Hamas desde Gaza evitaron que las delegaciones llegaran, dieran su espectáculo, y se fueran en paz. Este es el país que los judíos en todo el mundo anhelamos, y anoche ese deseo tuvo su cabal expresión.

Si yo viviera en Israel no hubiera ido al partido. Me estresan las multitudes y he perdido mi capacidad de ver fútbol en directo. Paradójicamente, al mismo tiempo siento sana envidia de mis amigos y allegados que estuvieron allí. Que encontraron solaz y alegría en una cancha de fútbol, precisamente lo que debiera encontrarse en este tipo de evento.

Seguí el partido desde mi casa, feliz por su realización, satisfecho con su juego, con el empate, pero sobre todo, porque una vez más el país en que resido, contribuyo, y voto, Uruguay, estuvo a la altura de la historia y dijo presente cuando de Israel se trata. En las fronteras, norte y sur, la situación es frágil. En el centro neurálgico del país, Uruguay dijo presente, la gente deliró con Messi, Suárez, y compañía, y la fiesta fue absoluta y perfecta.

El resto es política. Lo de anoche fue fútbol en su expresión más pura.