Fania & Eli pasaron por aquí…
Fania y Eli Zalsberger-Oz todavía están aquí. Todavía el aire está impregnado de su espíritu israelí, judío, y liberal. Todavía resuenan sus historias de Rejavia pre-1967, de la vida en el kibutz Hulda, de los años en Oxford doctorándose, las anécdotas de sus mellizos, los relatos sobre Amos Oz z’l y Charlotte (Wreschner) Salzberger z’l, las anécdotas de sus Springer Spaniels. Nieta de inmigrantes judíos intelectuales de Rusia, hijo de “iekes”, con ellos trajeron al Río de la Plata el más agudo espíritu crítico y no conformista del Israel moderno, sus preocupaciones acerca de la calidad de la democracia israelí, a la vez que una visión esperanzadora casi profética, entre augurio y tesis, que nos hizo a todos sentirnos renovadora y orgullosamente judíos y sionistas.
Sólo con el correr del tiempo podrá la comunidad judía montevideana aquilatar la verdadera dimensión del discurso y la visión judía que dejó Fania Oz-Zalsberger después de su maravillosa ponencia del jueves 7 de noviembre en la NCI de Montevideo. Mientras tanto, a todos nos ha quedado una suerte de feliz embriaguez producto de su vocabulario e ideas. Hay otras formas de contar la historia, y ella nos nos contó una, la suya. Su imagen del niño y el libro, su metáfora de la mesa de la familia judía, su rescate del rol de la mujer en el mundo rabínico, su ilustración talmúdica acerca del valor de la discusión y la discrepancia, su tono encantador y delicado, su feroz honestidad intelectual, y sobre todo, su orgullo judío exento de nacionalismo barato, todo contribuyó a dejarnos una noción de propósito renovada y fresca, tradicional y relevante, motivadora.
Cuando yo era un niño y un adolescente en la Escuela Integral, en la década de 1965-1975, mi judaísmo estuvo determinado por los “shlijim” (enviados) que llegaban desde Israel a enseñar. Mi generación tuvo el privilegio de contar con por lo menos cinco o seis años de maestros jóvenes, altamente motivados, orgullosamente sionistas, y llenos de vivencias israelíes: desde modificar la disposición del aula para el Kabalat Shabat, pasando por el jalil (flauta), la trenza, y los pies descalzos de la maestra Yael, hasta el acordeón y las canciones, las historias bíblicas abordadas históricamente, y las experiencias vivenciales del ejército (campamento, fogón, cuentos) del maestro Zeev, Israel, el mejor Israel, el único Israel por ese entonces, llegaba a nuestras aulas, nuestros pasillos, y por lo tanto a nuestros hogares. Cuando Fania y Eli ya está llegando de vuelta a Israel, me doy cuenta que su visita a América del Sur fue una misión de “shlijut”, un soplo del espíritu que todavía sostiene ciertos valores irrenunciables en la conflictuada patria.
Cuando amanecimos con noticias del asesinato “quirúrgico”, selectivo, y preventivo de Baha Abu al-Ata en Gaza por parte del Ejército de Defensa de Israel, y la consiguiente represalia de misiles sobre el sur y centro de Israel, y la eventual, casi inevitable escalada militar que esto supone, no sólo aquilatamos la dimensión histórica y fatal del conflicto que nos envuelve y define, también nos preguntamos acerca del fin del círculo vicioso de violencia. Fania y Eli no viven en una burbuja académica, como sus padres no vivieron en burbujas ideológicas: sea escritor mundialmente reconocido, sea la segunda del alcalde de Jerusalém, ellos también se juegan por sus ideales y su existencia: acaban de ver liberado del ejército a uno de sus mellizos. La tradición continúa.
Entre el pragmatismo y el ideal, entre lo posible y lo deseable, bajo el fuego de los misiles o del discurso devastador de las redes, en la tierra de Israel caminan pequeños grandes líderes, acaso reticentes como fuera Moshé para los grandes roles, pero que nos pueden mostrar un camino de redención y propósito que desoye aquello de aborrecer a Amalek, y construye bendiciones como Bilam. Como aquellos mis maestros de la infancia. Así fue la visita de Fania Oz y Eli Zalsberger al cono sur de nuestra América Latina.