Génesis & Éxodo: dos modelos.

La naturaleza judía de una persona interesa sobre todo a los antisemitas.

Por otro lado, el tema nos interesa a los judíos: nos guste o no, desde el punto de vista de un judío el mundo se divide, también, entre quienes lo somos y quienes no lo son. El conflicto surge, como generalmente sucede, con las zonas grises. Lo cierto es que la pregunta chauvinista acerca de si fulano es judío o si “se siente” judío resulta socialmente recurrente. Lo paradójico es que generalmente a la persona cuestionada el asunto seguramente lo tenga sin cuidado, mientras que para quienes se hacen la pregunta y la discuten socialmente el “asunto judío” parece ser central.

“¿Qué es un judío?” fue el tema central durante el Seminario para Líderes Comunitarios en 2016 en el Shalom Hartman Institute de Jerusalém. No “quién” sino “qué”: cuál es la “naturaleza” de lo judío. El subtítulo era, y no sorprende, “Dilemas de Identidad en el siglo XXI”. Porque en definitiva, cuando nos obsesiona saber o determinar si alguien es o no es judío, lo que emerge es nuestro propio conflicto en torno a “qué es un judío” para nosotros.

Más aún: cómo enfrentamos los desafíos que impone la post-modernidad, el millenialismo, el multi-culturalismo, y los temas de identidad en general en relación a lo judío. La propuesta que entonces aventuró Donniel Hartman fue que deberíamos dejar un gran espacio vacío, acaso abierto, donde dar lugar las múltiples categorías que se nos puedan presentar, de modo de incluir más que excluir. En definitiva, quedó planteada una gran interrogante.

Karin Neuhauser ha desarrollado y explicado los diferentes dilemas y propuestas que se manejaron en el Seminario por parte de distintos académicos en relación al tema; además de escuchado, merecería ser publicado. Con una pretensión menos ambiciosa que la suya, pero también en base a una idea de Donniel Hartman, de 2011, me gustaría contribuir con dos parámetros que simplifiquen, el conflicto acerca de la naturaleza judía de alguien. Donniel Hartman habló entonces, en su conferencia de apertura, acerca de “Judíos de Génesis” y “Judíos de Éxodo”.

Con riesgo de sobre-simplificar, el “judío de Génesis” es aquel que pertenece por el mero hecho de nacer en el seno de la familia. Se constituye en Génesis 12 con “Lej-lejá” y la promesa divina. A partir de Abraham se construye la familia de los patriarcas que no sólo se multiplica exponencialmente hasta los doce hijos de Iaacov y sus descendientes, sino que de ella se escinden otros “hermanos”  que en sí mismos crearán familias y luego pueblos: Ishmael y Esav. A través de la bendición del padre se construye una línea de sucesión cuya pertenencia nunca está cuestionada. Génesis está plagado de conflictos y faltas, y sin embargo, si se es familia, la pertenencia está garantizada. Por eso el concepto de conversión lleva implícito el concepto de renacimiento. En definitiva, es bastante simple: si se nace judío, se es judío. Hago especial hincapié en que no está en discusión aquí el tema de patrilinidad o matrilinidad, un tema de rabinos, no de identidad.

Por otro lado el “judío de Éxodo” implica no sólo pertenecer por circunstancia de nacimiento, sino pertenecer por acción. El judío de Éxodo supone una comunidad de valores. Éxodo y la revelación en Sinaí son un pacto que cada generación debe renovar en forma significativa. No alcanza con “nacer” judío, hay que “elegir” serlo. Sería imposible pretender que sólo a través de Génesis se garantizara la continuidad del pueblo; sin Éxodo no hay continuidad posible. El pacto implica dar algo a cambio, valores y aspiraciones, confrontación de la realidad y esfuerzo e ingenio para prevalecer a pesar de todo. Bajo esta premisa, el judío que se “convierte” no sólo renace como tal sino que se compromete con valores.

Ser judío puede visualizarse como el cruce de dos ejes: el de Génesis, la pertenencia por simplemente “ser”; y el de Éxodo, el compromiso con los valores y aspiraciones del colectivo. Nacer judío supone serlo, pero con el correr del tiempo también exige ejercerlo. Si no contamos la historia del Éxodo, y antes la de los patriarcas, no habrá forma de dotar de significado aquello que somos. Por otro lado, quien nació judío pero elige no contar la historia está renunciando a su condición de tal. Tal vez no él, tal vez no en una generación, pero en dos o tres, si no se revierte la tendencia, sin duda no habrá más judíos en esa familia.

Por eso cuando preguntan si fulano es judío, no basta con el rigorismo rabínico de la matrilinidad o el liberalismo reformista de la patrilinidad: nacer judío es condición deseable, pero no suficiente: es condición necesaria elegir, cualquiera sea nuestro origen como judíos. Aquel que niega su condición de judío, de la forma que sea, está dejando de serlo; no porque su linaje no sea válido, sino porque no está sumando  su pacto al de la comunidad. Es el hijo “malvado” de la Hagadá de Pesaj, el que se auto-excluye. Y así como cada año nosotros lo volvemos a incluir entre los cuatro hijos, así cada año él vuelve a excluirse. Es nuestro hijo, pero es él como individuo quien debe asumirse como parte del colectivo. Mientras no lo haga, no lo integra.