«Vidui»

Hace un año me invitaron a disertar en el Palacio Legislativo en homenaje a Eli Wiesel Z’L. Ante semejante desafío, y sobre todo ante un tema que raramente abordo (Shoá), me crucé con un próximo prójimo, gran orador él, y le manifesté mi ansiedad; me dijo: “hablá del corazón”. Así hice, y creo que fue una disertación por lo menos honesta. Desde entonces, he adoptado ese lema casi siempre; hoy será una de esas ocasiones. Espero me acompañen.

Los diez días iniciales de Tishrei, desde la víspera de Rosh Hashaná hasta el toque del Shofar al final de Iom Kipur, están llenos de simbolismo, ansiedad, expectativas, balance, reencuentros; de hecho, Elul ya nos prepara para ello. Sin embargo, el simbolismo más significante puede aparecer a pesar nuestro, donde ya poco controlamos: nuestra propia salud. Elul ha sido un mes de “tikun” si tal concepto puede aplicarse a reparar lo dañado; ha sido un mes de “teshuvá” si el concepto puede aplicarse a literalmente revisar nuestro ser en toda su profundidad. Podía suceder en cualquier momento del “luaj” (calendario hebreo) pero sucedió en este. Hoy no estoy escuchando el Shofar en mi comunidad porque gracias a Dios, y si Dios quiere, todo irá quedando atrás. Convalecer con esperanza no es lo peor que nos puede pasar. La esperanza es la esencia de estos diez días, y en eso estamos.

Dice el “Desiderata”: “… Dios, cómo sea que lo concibas”. Suelo definir a Dios como una metáfora, aquello que el lenguaje habilita para denominar lo innombrable o inaprehensible. Son días de noción de Dios, parafraseando a Benedetti en su cuento “Sábado de Gloria”. No importa qué uno cree, o si cree; el abismo nos asoma a lo innombrable.

Hace cinco años en Iom Kipur terminé mi día con un infarto. La noción del quiebre que significó en mi vida y en la de aquellos que viven conmigo o próximo a mí es innegable. La noción de finitud se instaló entonces con cierta violencia, contundente; no hubo tiempo para la perplejidad o la negación, como ahora. Sucedió. La quietud que deviene del espanto tiene su función fisiológica y su función espiritual. En aquel momento pensé en aferrarme a ritos como los Tfilim o las plegarias matutinas; después de todo, nunca tan bien aplicado como eso de “Bendito eres Tú Adonai, que reintegras la vida a los cuerpos inertes” (Sidur del Seminario Rabínico, 1965). Sin embargo, no fue el camino que tomé: en lugar de buscar respuestas, sumé preguntas. Inicié un blog con comentarios de “parashat hashavuá” en Simjat Torá y completé una lectura del texto.

Si este año, con motivo del lustro transcurrido, tenía el propósito de hacerlo nuevamente, y sumar además el texto de Haftará, ahora la intención es un compromiso. Si no me aferro a los ritos, me aferro a la palabra. Por eso existe TuMeser ya diez años; por eso invitamos a Fania Oz-Salzberger con ese motivo; por eso damos charlas sobre Amos Oz Z’L o simplemente sobre qué es una “conversación judía”. Ese es el legado de mis padres y abuelos, en toda su imperfección, y ese es el que queremos construir, desde este hogar judío adulto, para nuestros hijos, nietos, y comunidad. Todo es más fácil de a dos y por ello también agradezco.

He tomado al pie de la letra aquello de “hablar del corazón”. Espero no sea inoportuno; siempre se puede no leer. Pero no podía escribir de otra cosa que no fuera mi mirada sesgada y subjetiva desde una quietud impuesta pero sanadora. Es lo que tengo hoy para compartir.

Shaná Tová UMetuká! Año de plenitud, sustento, y Salud.