Tisha Be’Av 5779: Dvir Sorek Z’L
En una primer lectura, Tisha Be’Av tiene una connotación rabínica; esta tradición ha acumulado en esta fecha una sucesión de tragedias acaecidas al pueblo judío a lo largo de su historia siendo las “fundacionales” la destrucción del Templo de Jerusalém en dos oportunidades. Sin embargo, podríamos también proponer una lectura nacionalista o en términos judíos “sionista”, de Tisha Be’Av: es el duelo por el fin de la soberanía nacional. La destrucción de 586 AEC fue el primer exilio oficial del pueblo judío, el exilio babilónico; la destrucción de 70 EC fue el gran y definitivo exilio de dos mil años que moldearía al pueblo y su religión para siempre; la derrota de Bar Kojba en Betar en 135 EC es el golpe definitivo a cualquier intento de soberanía hasta el Levantamiento del Guetto de Varsovia o la creación del Ishuv en la Tierra de Israel en el siglo XX.
Aun hoy el exilio como factor de identidad tiene mucho más peso del que desearíamos admitir. Tal vez sea porque la culminación del proceso (no su final) es tan reciente: la Shoá. Al mismo tiempo que nos enorgullecemos y jactamos por la existencia del Estado de Israel, en el cual de hecho ya vive la mitad de los judíos del mundo, no dejamos de llevar en nuestros corazones el espíritu dócil, pacifista y conciliador del exilio. A pesar de toda la tecnología y el poderío de Israel como Estado, del lobby judío en los EEUU, y del trabajo de cientos de instituciones judíos en todo el mundo en aras de la preservación de nuestros derechos y la defensa de nuestro rol en las sociedades que integramos, no podemos evitar pensarnos en función del deseo del otro. Sea el Presidente de los EEUU de turno y sus gestos o falta de ellos; sea el Ayatolla de turno en Irán; sea la indiferencia mayor o menor de los gobiernos europeos frente al antisemitismo rampante, Tisha Be’Av no es una fecha del pasado sino una condición del presente. Acaso estructural a nuestra naturaleza.
La historia del pueblo judío es una historia de redención, de destino.
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Hasta ahí había escrito este editorial cuando supimos del asesinato en Gush Etzion del joven Dvir Sorek Z’L. Como judíos, vimos anticipada la tristeza que supone Tisha Be’Av; para su familia, la causa nacional y el duelo familiar se entrelazaron en un solo destino. Dvir Sorek Z’L representa la soberanía nacional de la que hablábamos a la vez que su propia fragilidad. Aquellos que han elegido vivir en territorios “cuestionados” son la expresión más extrema de la redención mediante el regreso a La Tierra; la mayoría de los israelíes se conforma con vivir en territorios menos cuestionados. Es sólo una cuestión de grado: en el fondo, y sin necesidad de profundizar demasiado, el cuestionamiento al derecho de “retorno judío” sigue siendo la piedra fundamental de la causa palestina.
Lamentable y tristemente hoy podríamos sumar el asesinato de Dvir Sorek Z’L en la lista de tragedias que conmemora Tisha Be’Av. La magnitud nacional del asesinato está dada no sólo por la fecha, coincidencia no menor, sino por la unanimidad en la congoja y la condena. El autor israelí David Grossman salió al encuentro de la familia Sorek con palabras de empatía y consuelo; los Sorek y los Grossman están francamente opuestos en términos ideológico-políticos en Israel. Por si no bastara el gesto público de Grossman, doy testimonio personal de alguien muy cercano, ciudadano del Israel progresista, liberal, secular, y pacifista, a quién el asesinato de Dvir dejó sin palabras: entre bajar de un ómnibus y caminar hacia el portón de su localidad de destino, Dvir fue emboscado y asesinado. Las circunstancias del hecho son cuestión de la crónica político-policial-militar. Lo que rescatamos y resaltamos aquí es precisamente la fragilidad de la soberanía: en unos pocos metros, un joven religioso, amante de su patria, que regalaba libros “liberales” a sus rabinos y maestros, pierde su vida a manos del odio de turno; o de siempre.
Tisha Be’Av no es una fecha del pasado sino una condición del presente.