Prioridades

Una y otra vez, y en diferentes circunstancias, surge el tema de las prioridades. ¿Cuáles son nuestras prioridades como judíos en Uruguay en vísperas del año hebreo 5780? No hace mucho respondíamos a un artículo en Haaretz sobre la “empequeñecida” comunidad judía del Uruguay; tal como dijimos, somos pequeños pero vibrantes. Pero no hemos dado un paso más: no sabemos, o no queremos discutirlas, cuáles son nuestras prioridades. Dónde, cómo, y qué recursos asignar y por qué. Nos obsesionan algunos temas, de los cuales muchos enfrentamos mientras que otros nos superan. Tenemos recursos acotados (económicos y humanos por igual) y competimos internamente por ellos como si cada uno estuviera defendiendo una última verdad. Manoseamos la palabra “pluralismo” cuando en realidad no somos capaces de ver más allá de nuestras narices y reconocernos diferentes y con diferentes necesidades unos de otros. Miramos por encima del hombro con obsesión persecutoria, pero no podemos ver que la falta de sentido y relevancia socava mucho más nuestra identidad que las amenazas externas. Queremos explicarnos, justificarnos, ser comprendidos y jamás criticados, pero no somos capaces de una auto-crítica constructiva.

Soy uno más entre tantos de mis semejantes que se preocupa por la vida judía de su comunidad. He tenido la suerte y el privilegio de encontrar espacios donde desarrollar, en mayor o menor medida, mi visión y mis prioridades como judío. Desde aquellas épocas en que bregaba por los contenidos israelíes a través de los Shlijim en La Integral en contraste con los valores litúrgicos y rabínicos que por entonces prosperaban, hasta hoy donde La NCI habilita los espacios para proyectos menos tradicionales, no necesariamente “religiosos”, y sin embargo profundamente judíos. Confieso que no siempre tengo el éxito que quisiera. Esa es la dinámica de los hechos, el ida y vuelta entre una propuesta y su respuesta; son las reglas del juego. Lo que valoro es el ámbito fértil y fecundo para incubar las ideas, ponerlas en práctica, y evaluar su aceptación.

Eso me trae al tema de las prioridades, al tema de los recursos. Visualizo la comunidad como una suma de términos en contraste con una multiplicación de factores. Como cada uno tiene su agenda, la mayor parte de las veces terminamos restando, cuando lo que intentábamos era una simple suma. A lo que debemos aspirar es a una potenciación exponencial. En lugar de repartir esfuerzos y proyectos nos peleamos por ellos; en lugar de apoyar necesidades comunes, nos saboteamos mutuamente precisamente en aquellos espacios creados con una afán unitario y eficiente; no son ni lo uno ni lo otro. Hablamos de achicar la estructura pero terminamos discutiendo por detalles y convirtiendo proyectos colectivos en campos de batalla de egos personales. Aplaudimos que una institución como la Bnei Brit haya recalado en la sede de la NCI, pero nadie dice que esto sucede diez años más tarde de lo que debió ser, con sus consecuencias lógicas y logísticas. Una vez más, prioridades atravesadas.

La comunidad judía, aquí, en EEUU, en Israel, o en Marte, se sostiene de una sola manera: el aporte de sus miembros. Tan básico es este concepto que su origen es bíblico; del corazón mismo de La Torá. Del mismo modo que los Estados se sostienen con el aporte de sus ciudadanos en forma de impuestos, las comunidades se sostienen con las contribuciones de sus miembros; la diferencia es que no son obligatorias sino voluntarias. El desafío es motivar al contribuyente o donante por un lado, y usar con responsabilidad y sabiduría los recursos por el otro. No podemos decir que en nuestra comunidad en Uruguay no tengamos suficientes miembros suficientemente motivados; lo que ya existe es prueba irrefutable que alguien alguna vez donó algo, y no poco. Lo que me genera más duda es el uso y la distribución de los recursos. Año a año en lo personal me enfrento a la disyuntiva de qué proyectos apoyar y cuáles, por el momento, no. Es una disyuntiva no sólo difícil sino dolorosa; uno sabe de las bondades de cada proyecto.

El año 2003 vio la creación de la Fundación Tzedaká como respuesta al fenómeno de la nueva pobreza a raíz de la crisis financiera en la región. Fue un cambio de paradigma que hasta hoy transitamos. De igual modo, las necesidades han cambiado: Israel ya no precisa tanto de nuestro apoyo, producto de su espectacular crecimiento económico, sino que está en condiciones de ayudar a las comunidades en la diáspora. Los problemas de identidad y asimilación que antes eran inherentes a los judíos diaspóricos hoy son parte de la problemática israelí. El Judaísmo nunca precisó tanto recurso como hoy día: el mundo es tan rico en ofertas y mensajes, que la competencia es demandante. Por lo tanto, cuando respondemos a las diferentes campañas, cuando en las Festividades nos inundan con proyectos, cuando en las fiestas nos piden Tzedaká, pensemos bien dónde y por qué queremos volcar nuestro esfuerzo. Hagamos inventario, sepamos dónde, cómo, por qué, y cuánto hemos donado, y teniendo en cuenta nuestras prioridades, actuemos en consecuencia. Seamos fieles a aquello en que creemos.

Por último: como nos enseña la suguiá del Talmud “El Horno de Ajnai”, hay que seguir a la mayoría. En términos judíos, las prioridades nunca son personales sino colectivas. El interés de uno por sí mismo no vale si no se inscribe en un colectivo, del mismo modo que ciertos rezos no son posibles sin un Minián. Por eso priorizar es un desafío comunitario. Es darse los espacios y tiempos para elaborar los criterios que guiarán nuestra acción. Si no lo hacemos así, razonablemente, estamos más o menos en la situación que tenemos hoy: algunas pocas grandes ideas y preocupaciones que nos aglutinan, y un gran vacío de propuesta y relevancia que nos desanima.