Poway, Ca.

La verdad es que debo reconocer mi ingenuidad. En mi editorial de la semana pasada escribí: “Pesaj sin embargo transcurrió en paz para los judíos del mundo entero.” Una vez copiado el texto en mi página de Facebook, Nadin Hakas me señaló que “es inexacto decir que no hubo incidentes antisemitas este Pesaj, entre otros incendiaron una Yeshiva en Moscú y atacaron salvajemente ( …)en Kenia”. A lo cual contesté, entre otras cosas, que “no focalizo mi judaísmo en llevar inventario de ataques antisemitas”. Lo cual es cierto, pero a la luz de lo acontecido en Poway, Ca el pasado sábado, “ajarón shel Pesaj”, en tiempo de “Izkor”, no tengo otro camino que reconocerme humildemente impotente ante la crudeza de la realidad y lo iluso de mis ideas.

Seguiré propugnando un judaísmo fundamentado en y construido desde sus valores en lugar de uno fortalecido desde el miedo y la persecución. Por más que la evidencia sea irrefutable, me resisto a creer que sólo podemos unirnos y convocarnos en función del miedo y la supervivencia. Diversos hechos acaecidos acá nomás en Uruguay en los últimos años demuestran que esa hipótesis es cierta: que convoca y construye mucho más un discurso de persecución que un discurso de valores. No por nada durante la escalada antisemita de 2014 vinculada con la situación en la frontera entre Israel y Gaza se juntaron más de quinientas personas en Montevideo a escuchar cómo funciona la opinión pública en las redes sociales y cómo reaccionar a la avalancha antisemita de aquél momento. Hay más ejemplos que prefiero no citar por sensibilidad personal.

Este miércoles 1 de mayo ha comenzado al atardecer Iom HaShoá, o como también es denominado, Iom HaShoá VeHagburá: Día del Holocausto y el Heroísmo. La memoria de la Shoá, del mismo modo que la memoria de la liberación de Egipto, es un tesoro bien custodiado gracias al esfuerzo de muchos judíos en todo el mundo, entre los cuales no me cuento, pero cuya labor y creatividad reconozco y admiro. No puedo negar que la persecución nos constituye: sea que esclavos fuimos en Egipto y luego perseguidos por el faraón hasta atravesar el mar, sea como víctimas de un sistema industrial de exterminio único en la historia de la Humanidad. Es más: en la medida que las generaciones de sobrevivientes y sus hijos, e incluso sus nietos, vayan desapareciendo, habrá que ir construyendo ritos sustitutivos y creativos a los Actos tal como los conocemos hoy.

Así como no puedo negarlo, puedo resistirme a que la persecusión sea lo único que nos constituya, o que nos enceguezca ante tragedias que viven otros. En tiempos de la Inquisición los judíos se empeñaban en mantener sus ritos y contenidos en el secreto de su vida privada, por qué no íntima incluso; el fenómeno “marrano” es el de un judío de apariencia gentil pero contenido judío. No es precisamente una fórmula de éxito para la supervivencia del Judaísmo, pero fue una herramienta válida para varias generaciones. A diferencia de aquellos tiempos, hoy es posible que el rabino de Jabad Poway pueda decir que seguirá caminando por la calle con su kipá y sus tzitzit a la vista.

Tal vez debamos parafrasear a Dickens en su famosa apertura de “A Tale of Two Cities”: “it was the best of times, it was the worst of times”. Los judíos nunca hemos sido tan libres en toda la historia de la Humanidad, y uno tiende a apresurarse en celebrarlo. Pero al mismo tiempo, no que vivamos en el “peor de los tiempos”, sino que lo “peor de los tiempos” siempre subyace. Mal que me pese, la lectora Nadin Hakas puso el dedo en la llaga cuando argumentó en contrario a mi aseveración de que tuvimos un Pesaj en paz. Me apresuré. No sólo acaecieron los eventos que ella cita, sino que la festividad terminó con tragedia. Nuestro afán de liberación se pone a prueba una y otra vez, y por más que persistamos en el asunto, los antisemitas, supremacistas, o cómo sea que los llamemos, nos recuerdan siempre que el odio irracional vive y lucha.

Nosotros los judíos también.