De Notre Dame a Sri Lanka

La semana que los uruguayos bautizamos “de Turismo” pero que en realidad es la Semana Santa a causa de la fe cristiana estuvo signada por hechos que van desde lo simbólico a lo fatalmente trágico. En el medio quedó atrapada, con una coincidencia tan perfecta como es posible, la festividad judía de Pesaj. En suma, no fue sólo una adición aritmética de acontecimientos, sino una multiplicación exponencial de signos y significados. Hacía mucho que tanto no ocurría en tan poco tiempo. Lamentablemente no hablamos de los milagros que nos cuentan ambas tradiciones, la judía y la cristiana, sino de fatalidades largamente atribuidas a las flaquezas humanas. Tal vez alguien quiera ver un milagro en que no toda Notre Dame se haya incendiado o que sus reliquias se hayan salvado, pero no cabe duda que Sri Lanka no tuvo atenuantes: más de trescientos cincuenta muertos y contando…

Pesaj sin embargo transcurrió en paz para los judíos del mundo entero. Tal vez precisamente porque el terrorismo islámico estaba concentrado en otro rincón del mundo, los rincones judíos celebraron en paz su “liberación” milenaria y fundacional. Pero como lo atestiguan las dos mecenas judías que comprometieron donar entre ambas la suma de ciento veintidós millones de dólares, los judíos nunca estamos libres de los avatares de nuestros vecinos. Donemos o no para la reconstrucción de una catedral católica (suena un tanto inquietante cuando en sus ochocientos años de historia tanta injusticia y barbarie asoló a nuestros ancestros desde ese lugar), no escapamos a las generales de la ley: el incendio de Notre Dame nos conmueve. Porque estuvimos allí, porque no sólo estuvimos sino que escuchamos su imponente órgano y su maravilloso coro, y porque, sobre todo, jamás podremos ser indiferentes a la destrucción de nada. La cultura cristiana, de la cual Notre Dame es buque insignia, nos permea. Me pregunto si las mismas filántropas han pensado en donar una suma similar a los sobrevivientes de Sri Lanka, a los templos destruidos (claro, no eran catedrales), al país en sí para perfeccionar sus medidas de seguridad; o sea: ¿cómo conjugamos Notre Dame con Sri Lanka? No sólo nosotros, judíos, sino la humanidad toda. Notre Dame sangró en sus metales derretidos, Sri Lanka sangró en sus muertos y heridos. Nada más simbólico en la Pascua cristiana.

Pesaj no es acerca de destrucción (para eso tenemos Tisha BeAv, aniversario de la destrucción de los Templos de Jerusalém), pero es acerca de minorías en el seno de otras naciones. Sri Lanka es abrumadoramente budista, los cristianos son sólo el siete por ciento de su población; el ensañamiento con las minorías es algo que los judíos conocemos muy bien, vivimos con esa condición, es casi estructural, si no fuera que cultivamos permanentemente la esperanza. Por otro lado, y sin entrar en estadísticas, es casi una certaza que el cristianismo occidental está amenazado en su Europa natal. Notre Dame no fue un atentado (hasta ahora nadie ha dicho tal cosa) pero pone en relieve, simbólicamente, la fragilidad de una mayoría hasta ahora inmune. También en este rubro los judíos podemos explicar cómo la destrucción de un “espacio” condiciona el destino de un colectivo. La santidad, en el judaísmo, está en el tiempo; pero no somos ajenos al culto de los espacios: Muro de los Lamentos, Tumba de los Patriarcas en Hebrón, tumba del Rabino Najman en Umán…

Pesaj supuso la liberación de Egipto (un espacio concreto) con la aspiración de llegar a la Tierra Prometida (otro espacio, algo menos concreto). Como sugiere Yossi Klein Halevi en su libro “Letters to My Palestinian Neighbor” (Harper/Collins 2018), somos un pueblo de exilios: él cita el exilio babilónico que duró setenta años, y el exilio romano, que duró casi dos mil hasta la creación del Estado de Israel (Letter 2); me atrevo a sugerir que hay un exilio “original”, estructural, cuya liberación celebramos en Pesaj cada año, sea donde sea que estemos. Aún con la existencia del Estado, los judíos seguimos diciendo “el año próximo en Jerusalém”; aunque sabemos que podemos estar allí mañana si así lo deseamos. Dicho de otro modo: conocemos muy bien la ambigua condición de los espacios físicos: los anhelamos, los celamos, los cuidamos, pero sabemos vivir sin ellos. Pesaj es acerca de la precariedad de salir al camino, y es acerca de construir identidad. En ese proceso, los espacios son secundarios, no “significan”.

En esta Semana Santa de 2019 los judíos fuimos testigos. No fuimos perseguidos ni mucho menos perseguidores, condición que los antisemitas persisten en adjudicarnos cuando ejercemos el derecho a la auto-defensa. Como escribiera Paul Johnson en su Prólogo a su “Historia de Los Judíos”, “Escribir una historia de los judíos es casi como escribir una historia del mundo, pero desde un punto de vista sumamente peculiar. Es una historia del mundo observada desde el punto de vista de una víctima culta e inteligente.” (p. 14, Javier Vergara Editor, 1991) Esta condición de testigos “privilegiados” que nos fue impuesta pero a su vez convertimos en valores e ideales nunca fue tan evidente como en la semana de referencia. Siendo así, ¿cuál es nuestro rol?

Por cierto no es admonitorio (¡yo les dije!) ni auto-complaciente (nosotros tenemos la razón). Como sugiere Johnson, deberíamos hacer uso de nuestra condición e historia para echar luz sobre estos episodios oscuros de la Humanidad. Somos sobrevivientes de las Cruzadas, los Pogromos, y la Shoá; no podemos ser indiferentes a Sri Lanka, no podemos callar, no podemos negar el peso trágicamente simbólico que supuso el atentado. Como no podemos ser indiferentes a la erosión de una cultura y una fe fatalmente expresada en un incendio acaso fortuito pero ciertamente destructivo. Aunque mayormente hemos sido ajenos a esa lucha, sabemos que las mezquitas y las catedrales han competido por proyección hacia el cielo a lo largo de los siglos. La caída de la aguja de Notre Dame es inequívocamente simbólica.

Me ha sorprendido la confusión de los mensajes de buenos deseos de Pascua y Pesaj. Como si fueran un lado y su reverso de una misma moneda. No lo son. Pascua se engancha con Pesaj en un eslabón a esta altura anecdótico como la “Última Cena” de Jesús, su Seder de Pesaj; pasada esa instancia, su “pasión”, su muerte, y su resurrección, son fundacionales para el Cristianismo. El judaísmo siguió celebrando Pesaj, la salida de Egipto. Es precisamente el carácter fundacional de ambas festividades el que las hace diferentes. Las diferencias no deben soslayarse en aras de un universalismo equivocado. El universalismo es más relevante cuando se nutre de la particularidad de quien lo ejerce. Por tanto, hemos asistido con tristeza y desazón al incendio de Notre Dame y la masacre de Sri Lanka; no como testigos distantes, sino como si nos hubiera sucedido a nosotros mismos. Como ciertamente nos ha sucedido antes.

Así ha sido, precisamente, “porque esclavos fuimos en la Tierra de Egipto”.