Pesaj, Pascua, & Después
En la medida que han pasado los días y se han sucedido los temas, personales y nacionales, uno va perdiendo la noción acerca de qué escribir. Con la realidad moviéndose a ritmo de @Twitter, lo que es relevante en un momento deja de serlo al siguiente, o lo que era de una manera muta. Del prematuro triunfalismo de Gantz al triunfo de Netanyahu; del prematuro exitismo del proyecto espacial Beresheet a su frustrado alunizaje; de la magnificencia de Notre Dame a su destrucción. Como dice el Desiderata, “la vida está llena de heroísmo”: intentar aterrizar una nave en la Luna es casi tan jugado como intentar destronar a Netanyahu; salvar los objetos de fe y mantener un templo en pie es un acto de desprendimiento. En medio de estas coyunturas, algunas menos previsibles que otras, surge la certeza del tiempo: es viernes, y los viernes traen consigo Shabat; este viernes es distinto a los demás porque trae consigo Pesaj, la festividad de la liberación.
Es de suponer que Gantz lo intentará de nuevo cuando haya elecciones en Israel, aunque no sepamos hoy en qué configuración. Los financistas del proyecto Beresheet ya han prometido los fondos para intentarlo nuevamente. Macron ha prometido que reconstruiría Notre Dame en cinco años. Si el mundo está lleno de heroísmo, ciertamente lo está de buenas intenciones, o simplemente, de pura ambición. Nadie que se precie a sí mismo se embarca en semejantes desafíos para ceder ante el primer obstáculo. Ni siquiera Moshé vuelve a ser pastor de ovejas una vez que se propone ser pastor de un pueblo. A pesar de su resistencia, su escepticismo, y su torpeza al hablar, no cejará hasta que los Hijos de Israel son autorizados a dejar Egipto. Es cuestión de fe, siempre que uno haga lo que hay que hacer.
Aún así, como señala la Profesora Orit Avinery del Shalom Hartman Institute en una reciente exposición (https://youtu.be/J2TiR21MTSE), en los proyectos más planeados, tal como lo es la liberación de Egipto, hay lugar para imprevistos. De hecho, estos son parte del plan. Los imprevistos en Pesaj están representados por la Matzá: en algún momento faltaron las horas para terminar de cocinar la harina de modo que leudara. Ni siquiera el plan divino pudo contener ese imponderable. Como con Beresheet: en determinado momento la gravedad se tragó la energía de los motores (humana) y estrelló la nave contra la superficie lunar. Veintidós kilómetros y otra hubiera sido la historia; como si los panes hubieran leudado y no fueran ácimos.
En Pesaj los judíos celebramos la liberación. En Pascua los cristianos celebran la resurrección de Jesús. En ambos casos, contar la historia, recrearla, constituye el centro de la festividad. Ambos eventos son fundacionales, excluyentes, inequívocos: sin resurrección de Jesús no hay Cristianismo, sin Éxodo de Egipto no habrá Sinaí, ni Torá, ni Judaísmo. Para algunos es cuestión de fe, creer en los hechos tal como nos han sido contados; para otros, se trata de asomarnos a ciertos misterios acerca de nosotros mismos. En cualquier caso, se trata no sólo de hacer nuestro el relato, sino de ser parte del mismo. La pasividad nos auto-excluye del colectivo en el cual hemos nacido; pertenecer supone una elección permanente.
Por eso en medio de la sucesión de sucesos, ahora ilustrados por la cascada permanente en @Twitter, los ritos constituyen un ensayo de certeza. La mesa y la ceremonia de Pesaj, el Seder (orden), nos enfrentan a lo inmutable de nuestra naturaleza. Aunque nunca podamos tener control total de los acontecimientos, aunque el Seder sea mucho menos ordenado de lo que quisiéramos, aunque siempre haya un imponderable, un imprevisto, siempre comeremos matzá y hierbas amargas, bendeciremos el fruto de la vid, y siempre llegaremos al banquete festivo como hombres libres, liberados. No hay Pesaj sin Matzá, y no hay orden y rito sin imprevistos. Tan sencillo como eso, tan complejo como la vida.
Los medios llamaban la atención sobre el “timing” del incendio en Notre Dame: inmediatamente después del Domingo de Ramos, en Semana Santa, a horas del Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. No seré yo quien busque o proponga simbolismos a nuestros amigos cristianos. Un evento de esta magnitud será un punto de quiebre en la historia del Cristianismo, sin duda alguna: el mero hecho que un Presidente de la Francia republicana quiera hacerse cargo de reconstruir una catedral es suficiente para aventurar la hipótesis. Pero como sea que se desarrolle la historia en el próximo lustro o década, este viernes y este domingo los Cristianos reeditarán sus ritos como si Notre Dame estuviera, entera, en pie.
Si llevó doscientos años construirla, bien puede llevar veinte reconstruirla. Mientras tanto, la Pascua seguirá sucediendo, Jesús resucitando, del mismo modo que llegará Pesaj y volveremos a salir de Egipto. Netanyahu algún día dejará de ser gobierno, y seguramente Beresheet u otro proyecto alunizarán. El mundo seguirá cambiando, pero la esencia de la naturaleza humana es mucho más estable y esencial de lo que las transformaciones que se precipitan una tras otra nos quieren hacer creer. Por eso necesitamos Pesaj, Pascuas, y todos los ritos que nos definen. Porque precisamente todo lo demás es tan aleatorio.
¡Felices Pascuas!
Jag HaPesaj Kasher & Sameaj!