Coincidencias nada banales
A veces daría la impresión de que la vida está escrita por un gran novelista. En principio, ha entregado a sus personajes su destino, pero cada tanto interviene como para demostrar su poder y omnipresencia; no ya con signos y señales sino con sutiles coincidencias antes las cuales no tenemos más opción que detenernos a reflexionar.
El pasado jueves 14 del mes en curso se llevó a cabo en la NCI de Montevideo un Acto por la Convivencia en memoria de David Fremd Z’L al haberse cumplido tres años de su trágico asesinato en Paysandú, Uruguay. Concurrieron autoridades nacionales políticas y civiles así como miembros de la comunidad judía. Fue convocado, y disertó sobre lo que él tituló “La banalidad del bien, Indiferencia, frivolidad y discurso antisemita”, el intelectual Fernando Buttazoni. Su discurso, tres años después, no sólo constituyó un relato de lo sucedido aquella tarde en Paysandú, con sus causas y sus consecuencias, sino una mirada profunda al Uruguay y los uruguayos en aquel contexto, hoy, y en el futuro próximo.
Mi intención no es citar a Buttazoni; hay que leer detenidamente su discurso, merecedor de un cerrado aplauso; hay que ir a la fuente. Mi ánimo es compartir el asombro y la perplejidad.
Al mismo tiempo que nos preparábamos para el Acto supimos de ataques sobre Tel-Aviv desde la Franja de Gaza por medio de dos misiles, ambos malogrados. Pero un misil interceptado y otro que erró su rumbo no son consuelo para los cientos de miles de israelíes y no israelíes (Tel-Aviv es absolutamente cosmopolita) que tuvieron que refugiarse, correr, o desear lo mejor dentro de la circunstancia. Aunque no sabíamos a priori si haría referencia a ella, fue la operación “Márgen Protector” por parte de Israel en 2014, para frenar los misiles desde Gaza y desmantelar su estructura militar, la que disparó la gran escalada antisemita que terminó con el asesinato en Paysandú. Aquello en cuya memoria estábamos promoviendo un discurso de convivencia parecía comenzar una vez más, como un círculo vicioso inmune a otro relato que no sea el suyo propio, el que lo alimenta.
Al día siguiente, cuando finalmente pude ojear, en mi rutina semanal, el Semanario “Búsqueda”, no podía dar crédito a una carta publicada y firmada por un tal “César”, cuyo documento consta, pero a todos los efectos, es anónima. Como si “César” hubiera tenido acceso al discurso de Buttazoni, banaliza de tal manera el asesinato en Paysandú que, si no fuera por la debilidad de su tono y sus argumentos, merecería otro tipo de atención que no vale la pena dispensarle. O acaso sí: porque si algo aprendimos escuchando a Buttazoni es que no podemos ni debemos, parafraseando a Eli Wiesel, “quedarnos sentados detrás de las ventanas.”
La coincidencia del Acto, las palabras de Buttazoni, y la carta al editor de “César” no deja de ser pasmosa, si no fuera intimidante.
Intimidante no por miedo. El miedo atávico del judío ante el antisemitismo rampante ha sido sustituido por precaución, atención, esclarecimiento, seguridad, y sobre todo, como dijera Amos Oz Z’L en su última conferencia, por un “discurso para curar heridas”. Al día siguiente del Acto, el viernes (día santo para los musulmanes) el mundo supo del atentado racista en una mezquita en Auckland, Nueva Zelanda; los judíos en todo el mundo fuimos los primeros en reaccionar, por aquella máxima de Hilel en el Talmud: “lo que es odioso para ti no se lo hagas al prójimo”. La tradición rabínica, base del judaísmo, es una tradición de “curar heridas”. Al mismo tiempo, la historia reciente nos ha enseñado que el derecho a la defensa propia es legítimo, y sólo nosotros somos responsables por nosotros mismos. Por eso el ejército de Israel es un “Ejército de Defensa”, explícitamente.
Pareció que el Acto comunitario, multitudinario, inspirador, el Acto contra la “indiferencia, la frivolidad, y el discurso antisemita”, quedó atrapado entre dos morsas que aprietan y estrujan el discurso hasta quebrarlo, hasta el grito, hasta la violencia. El mismo día, en menos de doce horas, en aquel rincón del mundo una mano movía la mano que movía las piezas del ajedrez (la imagen es de Borges) para disparar dos misiles, mientras que en este rincón del mundo una mano había escrito, días antes, la razón de ser del discurso que Buttazoni todavía no había compartido.
Nunca una muerte fue tan injusta y terrible como la de David Fremd; nunca un Acto fue tan pertinente como este de marzo de 2019, a tres años de aquel hecho. Porque si nada decimos, si no actuamos, si no generamos un discurso “de curar heridas”, de Convivencia, contra los Crímenes de Odio, siempre estaremos a la merced del odio ancestral y la pluma banal de algún iluminado anónimo. La tragedia ocurre cuando en lugar de una pluma se blande un cuchillo.