Tzipi Livni
“This is the way the world ends
Not with a bang but a whimper.”
T.S. Eliot, “The Waste Land”
La renuncia de Tzipi Livni a su candidatura en las próximas elecciones en Israel no han sido tanto un estallido sino un gemido. De alguna manera todos sabían que su chance era escasa. Cuando las encuestas le demostraron que eran casi nulas su posibilidad de entrar en la Kneset, mucho menos de ser parte de cualquier gobierno de coalición, esta mujer con no pocos años en la política israelí, que supo ocupar cargos medulares en el gobierno, decidió que era momento de, como se dice en estos pagos, descolgar los cuadros e irse para su casa. Sólo el tiempo nos dirá si se fue para no volver o esta ha sido una estrategia coyuntural. Los políticos de raza nunca se van; ante la duda, véase el fenómeno Sanguinetti en Uruguay. Como sea, está claro que se fue por una puerta trasera y chica, un poco humillada, y seguramente muy triste: en un gemido. Cabe preguntarse si sólo ella debe apenarse y murmurar para sus adentros, o si toda la sociedad israelí, y por qué no el pueblo judío en su totalidad, debería estar apenado y con una sensación de desesperanza y fatalidad a flor de piel.
Salvando las enormes distancias en cuanto a logros, cargos, y trayectoria en general, es como cuando Shimon Peres z’l se “conformó” con su cargo de Presidente del Estado después de una carrera política de una vida en la que sí, ocupó todos los cargos de gobierno en Israel. Su tendencia a perder elecciones a pesar de su altísima consideración y estima por parte del público israelí, pero no tanto por parte del votante israelí, lo relegaron a esa posición protocolar, paternalista, que es la Presidencia del Estado de Israel. En su caso no fue un mal cierre de su carrera política: merecía ese honor y mucho más, si tal cosa existiera, y seguramente se fue en paz, sin estallido (como Rabin) pero sin gemido como Tzipi Livni.
La renuncia de esta última pone de manifiesto muchos aspectos de lo que es la política en general, en Israel en particular, y sobre todo en cuáles son las prioridades de los pueblos cuando votan. Que en definitiva representa aquello que los pueblos son, aspiran, y priorizan. Ningún discurso ideológico o análisis ideologizado, aspiracional, puede competir con la contundencia del voto. Digan lo que digan, Brasil votó en forma contundente a Bolsonaro; el resto, parafraseando a Hillel, es comentario, opinión, nada. Del mismo modo, y habrá que ver cómo votan los israelíes en abril, que los principales candidatos a ser Primer Ministro sean Netanyahu y Gantz nos dice algo acerca de Israel: la prioridad es la seguridad; todo lo demás viene atrás, muy atrás.
Si los pueblos votan de acuerdo a sus prioridades más profundas (no sólo las de coyuntura, aunque las hay aquellas que quiebran los paradigmas), hay candidatos que simplemente no tienen chance, como la Livni. O Lapid. O el propio Gantz. Lo mismo sucede en Uruguay, lo mismo pasó en los EEUU. En Uruguay, en el mejor de los casos, aun con la mediocridad de sus candidatos, la chance de que el Frente Amplio pierda el gobierno es del cincuenta por ciento. Las encuestas son claras, el desastre coyuntural todavía no es tan grave, y los uruguayos seguimos siendo estatistas, “compañeros”, y mesocráticos. Por eso la irrupción de Sanguinetti causa no sólo estupor sino que sacude “las raíces de los árboles”: quién puede asegurar que no volverá a arruinarle la vida a un Lacalle…
Si una política de raza y carrera como la Livni tiene que abandonar (o Bordaberry en Uruguay, si vamos al caso), ¿qué hace suponer que outsiders como Novick o Sartori tengan chance? Los outsiders se cuelan en el poder cuando un país ha tocado fondo, que no es el caso de Uruguay 2019. Sin la crisis del 2002 dudo que Tabaré Vázquez hubiera sido Presidente en 2005. El Frente Amplio podía haber estado cuarenta años más esperando llegar al poder; como esperó un siglo el Partido Nacional. Con los deberes bien hechos como los hizo Macri en Argentina, dudo que sin el desastre de la corrupción kirchnerista hubiera accedido al poder; y aún así, lo hizo por escaso margen. Así como Uruguay es esencialmente “batllista”, Argentina es peronista.
La salida de Tzipi Livni de la escena política israelí nos priva de una voz sensata, con aspiraciones pacifistas, con una ilusión de confianza en el enemigo prójimo. Los pueblos precisan ese tipo de discurso, por ingenuo que parezca por momentos. Aunque no lo voten. Por eso fue una gran cosa que el recientemente fallecido Amos Oz z’l nunca haya incursionado en política aunque se haya ocupado de temas políticos: porque precisamos las voces de consciencia junto a los operadores de la realidad. Si las únicas voces que se escuchan son la de los políticos, y sobre todo la de aquellos en el poder, los pueblos se volverán muy cínicos, muy pragmáticos, y perderán sus cualidades empáticas y solidarias. Estas deben existir siempre, aunque cuando se convierten en gobierno tienden a dejar al país en problemas.
Israel nunca fue tan fuerte, tan pujante, tan avanzado. Pero que Tzipi Livni se retire de la política porque no podría siquiera conseguir un lugar de ciento veinte en la Knesset (los partidos árabes consiguieron doce) habla claramente del rumbo de la sociedad israelí: materialista, pragmática, conservadora, por momentos paranoica. Sí, Israel se ha “derechizado”, la “Izquierda” se ha perdido, y hasta las voces moderadas como la de Livni han perdido su lugar. Es una pena, o una bendición. Porque las voces siguen estando, expresándose, e incidiendo: sólo que no electoralmente.
Pese lo que nos pese, los judíos del resto del mundo (en especial en los EEUU) tendremos que aprender a vivir con un Israel donde no hay lugar para una Tzipi Livni. Todavía resta ver quién más queda fuera del gran reparto de mandatos parlamentarios. La pregunta no es tanto quién gobernará (apuesto a que será Bibi), sino quién no accederá a una banca.
¡Buena vida Tzipi Livni!