Ori Ansbacher Z’L

Hace una semana hacíamos referencia a los premios Goya españoles, concretamente en el rubro corto documental y su polémica premiación, más las polémicas declaraciones de sus directores; nos referimos a “Gaza”. No nos repetiremos al respecto. Esta semana por otro lado no sólo se confirmó el asesinato a cuchillo de la joven israelí y judía Ori Ansbacher en Jerusalém, sino que su autor confesó el crimen como acto terrorista ya sea en busca de volver a la cárcel o convertirse en mártir. Por ahora sólo ha logrado lo primero. La madre de Ori, cuyo nombre significa “mi luz”, dijo que su hija quería sumar luz y compasión al mundo, un discurso coherente con la mística religiosa que llevó a la familia de Ori a vivir en el asentamiento de Tekoa en Cisjordania. El asesino, de nombre Arafat (“qué subyace en un nombre” pregunta Shakespeare en “Romeo y Julieta”), confiesa su determinación en ligar su vida al asesinato de judíos, hasta lograr convertirse en mártir.

Dicho esto, y procurando con toda honestidad posible presentarlos como hechos reales y documentados, había dos posibilidades: una, la más fácil, sería decir cuán buenos somos nosotros, los judíos e israelíes, cuán nobles nuestras causas, y cuán crueles y pérfidas la de los palestinos. Como en la tan mentada cita de Golda Meir: “sólo habrá paz cuando ellos amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”, esta opción demoniza al enemigo. Que es precisamente lo que hace “Gaza” el NO-documental premiado en los Goya. La otra opción es contrastar los hechos que acaecieron en una misma semana y mirarlos con cierta perspectiva en términos comunicacionales.

Mirado desde esta perspectiva, denominaríamos “Gaza” como “fake news” mientras que el luctuoso episodio de Ori Ansbacher sería un “fact”, un hecho concreto, indiscutible, e irreversible, además. La premiación de “Gaza” dio lugar ríos de tinta tanto condenatorios pero en definitiva promocionales y por qué no, para muchos, laudatorios, al menos en su pretendida denuncia; mientras que el asesinato de Ori Ansbacher no tuvo más repercusión que el de la prensa judía, mientras que la europea silenció el asunto. ¿Por qué?

Cuando generamos una narrativa o relato de ficción creamos un mundo cerrado e independiente cuya verosimilitud ponemos a prueba a través del lector o espectador. Él nos confirma si ese mundo ficticio nos resulta creíble y por lo tanto aceptamos sus reglas y dejamos que nos atrape: sea “Harry Potter” o “Cien años de Soledad”, partimos de la base que ciertas cosas, en ese mundo, suceden. “Gaza” pretende basarse en la misma premisa: se auto-define como documental cuando en realidad es una ficción construida por razones ideológicas por dos antisemitas que han encontrado además una veta comercial a su causa, porque España y Europa está llena de antisemitas que creen en ese mundo distorsionado y parcial, grotesco y absurdo, que muestra el corto. Porque en definitiva cualquier obra de arte (por mediocre que sea) es un relato específico, no una realidad. De modo que partiendo de un par de axiomas, contamos la historia cómo nos plazca.

Lidiar con los hechos, que es lo que tiene que hacer la prensa seria, sin embargo, obliga a indagar en las causas, buscar antecedentes, y sumergirse en una realidad tan compleja que torna la tarea en un verdadero desafío. Explicar en menos de veinte minutos, el tiempo que dura “Gaza”, por qué la familia Ansbacher vive en Cisjordania y por qué el palestino Arafat Irfayia ha consagrado su vida a asesinar judíos, simplemente no es posible. El fatalismo del conflicto palestino-israelí, representado en este asesinato en toda su absurda tragedia, supone entender valores y culturas ancestrales en ambos lados de la línea divisoria. Cuando confrontamos hechos complejos las ideologías tienen que pasar a segunda plano, como mínimo, para dar espacio a las verdades y realidades que surgen de las miradas inter-subjetivas que hacen a la realidad. Por eso los medios no se refieren a Ori Ansbacher mientras que cubrieron exhaustivamente los premios Goya y el discurso de odio de los creadores de “Gaza”.

En suma: esos medios que optaron por referirse a un hecho (Goya y “Gaza”) y no a otro (el asesinato de Ori Ansbacher) no están informando, están editorializando. Sólo que no lo declaran y disfrazan su editorial como “noticia”. Están dando su opinión, no están explicando nada, mucho menos ayudando a entender, y mucho menos aún a construir empatía y vislumbrar, por precarias y remotas que sean, soluciones.

El fenómeno de las “fake news” en oposición a las noticias honestas es el fenómeno de la década. Habrá que ver cómo sigue. Nadie niega a nadie el derecho a editorializar, opinar; pero las diferencias deben estar claras. Muchos medios muy prestigiosos tienen espacio para ambas opciones. Sin ir más lejos, Ana Jerosolimsky en su “Semanario Hebreo” se cuida mucho de diferenciar sus notas de opinión de sus notas periodísticas; aún así, siempre navega con mucho cuidado entre una orilla y otra del conflicto, precisamente porque, siendo ella protagonista (vive en Jerusalém), conoce su complejidad y la respeta profundamente. Que no es lo mismo que cubrir información de Oriente Medio desde un escritorio en Madrid…

El contraste entre “Gaza” y el asunto Ori Ansbacher debería ser un aprendizaje para tirios y troyanos. Porque la parcialización y manipulación de los hechos no es exclusiva de ningún bando, y con seguridad venden más las historias efectistas y básicas que las complejas y realistas. Cualquiera puede caer en la tentación de contar la historia de tal modo que su razón de ser se justifique en detrimento de la razón de ser del otro. El propio dicho de Golda Meir que citamos antes es un ejemplo claro: pensar que cualquiera odia más al objeto de su odio de lo que ama al objeto de su amor es una exagerada y tendenciosa simplificación de la realidad. Demonizar al otro siempre nos libera de culpa, nos hace autocomplacientes, y en definitiva sólo ahonda las brechas.

Digámoslo así: si bien no hay relación causal entre “Gaza” y el asesinato de Ori Ansbacher, el discurso de “Gaza” conduce irremediablemente, aunque sea en forma simbólica, al asesinato de Ori Ansbacher. Ante hechos tan trágicos y terribles, producto de conflictos tan complejos como irresolubles, por lo menos tengamos cuidado con lo que decimos y no decimos. Eso, por lo menos, lo podemos manejar. Está en nuestras manos.