Amos Oz Z’L: los Shloshim.

Finalmente, el mes ha pasado: ya son más de treinta días desde aquel viernes 28 de diciembre de 2018, 22 de Shvat 5889, cuando Amos Oz calló para siempre. Como dijo su hija Fania en su velatorio, los escritores mueren en Shabat. Puedo imaginar la perpleja tristeza que cundió por lo menos en algunos círculos aquel viernes de tarde, cuando todo Israel se recoge, se aquieta, cuando el tránsito se aliviana y se escucha el silencio sabático. Viernes de tarde, erev Shabat, en Israel es una experiencia única. En ese silencio que amaba escuchar, como nos cuenta en el capítulo 40 de “Una Historia de Amor y Oscuridad”, murió Amos Oz.

Los primeros días, acaso la primer semana, los medios se llenaron de Oz. Después, devino el silencio. Uno muy diferente al sabático o aquel que él salía a escuchar en el desierto desde su casa en Arad. Sobrevino un silencio mezquino, politizado, impuesto. No habían pasado los treinta días de rigor que impone la tradición judía cuando ya la controversia se desató: dentro y fuera de Israel. De pronto, el “gigante” de la literatura israelí adquirió proporciones normales, controvertidas, denostadas. Fue tal el alud que su hija Fania Oz-Salberger eligió retirarse por un tiempo de las redes sociales, evitando así sumar la ofensa al dolor.

Me es difícil referirme a lo sucedido en Israel. Consulté y tengo nociones, pero nada que merezca editorializarse; seguramente el tema es mucho más complejo de lo que podemos percibir desde fuera, como suele suceder cuando observamos un fenómeno desde lejos. A una semana de su muerte el diario Haaretz, en su edición de viernes, en su suplemento cultural, hubo compiladas malas críticas que suscitaron sus obras cuando fueron publicadas. El autor israelí más traducido y difundido a nivel mundial merecía otra cosa. También supe que Oz fue criticado por su omisión de la cultura sefaradí u oriental en general, por su desacralización de la vida en el kibutz, y por supuesto por ser de los primero portavoces de dos estados para dos pueblos, cuando todavía la opinión pública israelí no estaba preparada para lo que hoy parece obvio pero es tan difícil de lograr.

No puedo discutir ninguno de los puntos. Toda obra literaria merece críticas buenas y malas. Cuando las obras sobreviven a sus críticas, es que son grandes obras. Está claro que es el caso de la obra de Oz. El kibutz como concepto ha desaparecido casi en su totalidad, se capitalizó como negocio inmobiliario e industrial. La idea de un solo estado para dos pueblos no entra en la cabeza de nadie, excepto en la de los fascistas o en la de los ingenuos e irresponsables. Si Oz fue omiso o burlón respecto de la sociedad oriental que lo rodeaba es porque, sencillamente, no escribía sobre ella. Era el detalle, no la historia. Como todo escritor, escribió sobre lo que conocía y lo atormentaba. Su historia es una historia de judíos ashkenazíes, y sobre ella escribió.

Desde el resto del mundo el peor pecado ha sido rescatar al Oz pensador ideológico por sobre el Oz escritor. No importa cómo se plantee, el discurso sobre Oz en los medios ha conducido a su postura “pacifista”, a su posición política en la izquierda israelí, a sus discursos y conferencias. Pero la mayoría de los medios han omitido no sólo las sutilezas de su discurso, sino su transformación. El Oz de los años setenta y ochenta se confunde con el del siglo XXI, cuando la realidad ha transformado todos los parámetros. Es cierto que Oz ha mantenido su postura de dos estados para dos pueblos, que ha sabido explicarla como pocos; pero como tantos, con el correr de los años y los sucesos en Oriente Medio, Oz no era un pacifista romántico sino pragmático. La paz es un concepto abstracto, y lo que Oz dijo, escribió, sea ficción o ensayo, nunca fue abstracto. El suyo era un realismo a ultranza.

Haaretz ha publicado en inglés un compendio de palabras de Oz sobre judaísmo secular: https://www.haaretz.com/israel-news/culture/.premium.MAGAZINE-amos-oz-there-is-no-judaism-without-debate-over-the-meaning-of-judasim-1.6875342. Cuando uno lee la nota no puede no maravillarse ante la profunda dimensión judía de Amos Oz. Allí sí incluye referencias a la tradición sefaradí (¿acaso podría no hacerlo?) en toda la riqueza de sus aportes. Su forma de entender el judaísmo es de una claridad meridiana. Vale la pena leer y pensar.

En el personal, en este mes he vuelto a leer “Una Historia de Amor y Oscuridad” y he comenzado a releer “Mi Mijael” (lo leí por única vez hace 40 años). En la medida que han pasado las semanas y me he sumergido en sus personajes, adquiero cada vez más consciencia de que su riqueza yace en su ficción. Toda sus postura ideológica está en su ficción, pero es mucho más difícil comprenderla porque al ser arte, es ambigua, connotativa, y abierta. Su discurso académico, si queremos llamarlo así, es denotativo, concluyente, e inequívoco. Amos Oz explicó cientos de veces su origen, el de sus padres y abuelos, sus conflictos con Europa, su alienación en el Levante, su transformación de judío galútico y pueblerino en kibutznik bronceado y rudo. Sin embargo, quedarse sólo con sus discursos es perderse su mejor parte: su sensibilidad, su humor, su amor, sus fantasías, su sufrimiento, su felicidad.

Amos Oz estará por siempre entrelazado con el flujo de la vida. Muchos de sus personajes son reales. Él los dotó de un flujo de vida nuevo, imperecedero, el que sólo la literatura puede dar. A la larga, será su valor literario que prevalecerá.