«Vice»
Ianai Silberstein, TuMeser 21 de enero de 2019.
“Lost in Translation” se llamó aquella película de Sofía Coppola de 2003: “Perdidos en Tokio”. El título viene al caso por cómo “tradujeron” “Vice” de Adam McKay: “El Vicepresidente: más allá del poder”. Cuánto se pierde en la supuesta traducción; cuánta necesidad hay de adelantarnos de qué trata la película. Hay una cierta subestimación del espectador en esas traducciones explicativas y denotativas, cuando el título original es todo lo contrario: ambiguo y connotativo. El factor expectativa, cuando uno se sienta en la butaca del cine, está quebrado antes de entrar. Y sin embargo…
“Vice” quiebra nuestra expectativa muchas veces a lo largo de la película. Recomendación: no se apoltrone en su butaca, no se deje estar; siempre pegará un salto o ahogara un grito. “Vice” trabaja sobre técnicas de filmación específicas, personajes más retratados que explicados, claroscuros dignos del mejor suspenso y sugestión, y salpicados varios de drama y sangre. “Vice” no es una biografía, es una alegoría. No en vano se estrena al promediar la presidencia de Donald Trump en los EEUU y a un año de las elecciones en ese país.
Leí algunas de las críticas estadounidenses sobre la película. Que si es verdad, que si no. Que no explica realmente lo sucedido. Como en los focus group que la película muestra, es difícil escapar a la realidad en la que uno está encerrado y por lo tanto manipulado. Si es difícil verse a uno mismo con espíritu crítico y analítico, lo mismo aplica a los países. “Vice” es una representación con visos fantásticos de una realidad a través de la vida de una persona que incidió en esa realidad. Vista en forma colectiva por los ojos de su director, sus actores, y sus productores. No es casualidad que Brad Pitt sea el principal productor junto al comediante Will Ferrell. Sí, el “tono SNL (Saturday Night Live)”, dónde Ferrell se inició y fue factótum durante años, está muy presente. Tampoco es casualidad que aparezca, de incógnito y en un segundo plano, Naomi Watts (la rubia del King Kong de Jackson) como presentadora de noticias; sea alusión a “la bella y la bestia” o no, nadie quiso perderse de participar. La lista de grandes actores en papeles principales, de reparto, y hasta insignificantes, es enorme. El statement de la película importa a muchos.
Mucho se ha dicho de la personificación de Christian Bale como Cheney. Se roba la película, pero ésta no se sostendría solamente en su actuación. De todos modos, es digna de un Oscar, y no sólo por su capacidad de engordar… su sobriedad, posturas, rictus, sus ritmos, su fraseo, todo contribuye a un personaje oscuro e imponente. Así como supo decir “I’m Batman” en voz ronca y profunda, aquí sabe decir poco, imponerse mucho. El Cheney de “Vice” es el Trump de la vida real, salvando una gran diferencia: el bullying del primero es sobrio, casi imperceptible, cuando el del actual Presidente de los EEUU es vociferante e infantil. No sería disparatado decir que el Cheney de Bale es una versión premonitoria (en el tiempo imaginario, pero coincidente en el tiempo real) del fenómeno Trump: los vacíos legales y humanos, el juego sucio, el sistema electoral, y la composición demográfica permiten que un Donald Trump sea Presidente. Del mismo modo que permitió que lo fuera George W. Bush con un margen de menos de seiscientos votos.
Como nosotros no somos estadounidenses, vemos la película desde otro lugar; desde el sur, dirían los “compañeros”. Algo de eso hay: así como la cinematografía clásica estadounidense tiende a generalizar sobre las países latinoamericanos, cargándolos con corrupción, militarismo, carteles de drogas, y pueblos aparentemente muy estúpidos, nosotros no podemos no preguntarnos cómo los EEUU han votado, en menos de veinte años, dos personajes tan singulares como Bush hijo o Trump padre. Los une el espanto: la certeza de que ninguno de ellos tiene, tuvo, ni tendrá el don de mando y criterio que se precisa para ser Presidente de ese país. De cualquier país. Con lo que hay en juego, ser Presidente de los EEUU es tener un arma cargada y engatillada en la mano. Sea por fraude, sea por la mediocridad del resto, sea por lo que sea, el hecho es que ese país se ha dado el lujo de tener dos Presidentes bufonescos. Sobre Trump, la historia está por contarse… sobre Bush, George W., se cuenta en “Vice”. La película refleja, muestra, y se basa en ese absurdo.
Si Oliver Stone hubiera acometido la empresa de contar la vida de Dick Cheney, o si Michael Moore hubiera encarado un documental, otra sería la historia. Al decir de Roman Jacobson, las imagino menos artísticas, menos ambiguas, y seguramente menos auto-reflexivas. Porque si bien “Vice” recurre a recursos muy manidos en la filmografía anglosajona (no somos más específicos para no “spoilear” la película), estos son parte de la alegoría. Ya sabemos cómo cuentan sus historias tanto Stone como Moore; “Vice” es otra cosa.
Aquello de que cada pueblo tiene el gobierno que merece, frase cínica si las hay, aplica. Es que “Vice” hace gala de un cinismo feroz, puesto en sus personajes, sin excepción. Hay una suerte de “mea culpa” colectiva sugerida en la cual el pueblo estadounidense podría hacer su introspección respecto a estos avatares de su historia más reciente. Un pueblo que oscila entre la grandeza impuesta por la era Reagan-Bush Sr. (nada menos que doce años) y el carisma y la corrupción de los Clinton, entre el fraude y la improvisación de Bush Jr. (Cheney mediante) y la inspiración y aspiraciones de Barack Obama, para volver a votar un personaje como Trump, no puede entenderse sin una dosis de cinismo.
Los EEUU son un país muy grande, rico, y poderoso. Pueden resistir errores así, o presidencias asá. Tienen recursos. Películas como “Vice” nos dejan pensando en la comarca: cuántas malas elecciones podemos resistir en este paisito. Nosotros no estamos libres de personajes poderosos que aman pescar o personajes siniestros cuya sed de poder tiene en jaque a una población con crimen, analfabetismo creciente, y discurso impuesto a fuerza de los medios. Así como los estadounidenses pudieron creer que la guerra en Irak tenía que ver con el 9/11 (que no), nosotros hemos creído no sólo que los Tupamaros pelearon contra la inminente dictadura, sino que el mundo se divide entre empresarios y trabajadores, que la educación pública sigue siendo un valor nacional, y que el crimen es un estado de ánimo. Sabemos que nada de eso es verdad.
Si “Vice” no incluye un discurso esperanzador (todo lo contrario), mucho menos la realidad: ni allá en el norte, todavía, ni acá en el sur. Al menos yo no consigo escucharlo.