El Demencial Sistema Político Israelí

Ariel Picard, Jewish Telegraphic Agency, 7 de enero de 2019.

El rabino Dr. Ariel Picard es el director del Centro de Investigación Kogod para el Pensamiento Judío Contemporáneo del Instituto Shalom Hartman.

La política israelí parece ser un gran lío en este momento. En las últimas semanas, se han lanzado tres nuevos partidos, y uno de ellos ha expulsado a un ex socio. También es probable que haya más cambios. Probablemente todo se volverá más complicado aún si el Primer Ministro Benjamín Netanyahu es procesado antes de las elecciones nacionales que se celebrarán el 9 de abril. Las últimas encuestas muestran que entre 12 y 14 partidos ingresarán a la nueva Knesset, muchos de ellos con un mínimo de apenas cuatro escaños (la Knesset tiene 120 escaños). Eso representaría un aumento con respecto a los 10 del parlamento recientemente disuelto. Pero es esperable que estos primeros cálculos cambien. Las encuestas divergen ampliamente en sus estimaciones, y seguramente nos esperarán más sorpresas políticas.

Para los británicos, y especialmente para los estadounidenses, que están acostumbrados a la política bipartidaria, esta situación fluida puede parecer una debilidad de la democracia israelí, pero en realidad es un signo de su fortaleza. Como dicen en el mundo tecnológico, la situación política israelí es un atributo, no una falla.

¿A qué se debe esto? Los juegos de sillas musicales, con partidos que se alejan y otros que son despedidos, no sólo son impulsados por los egos políticos. Eso no quiere decir que no haya egos en juego. Pero el surgimiento de nuevos partidos y la reducción de los más antiguos se basan en la idea de que el votante israelí se ha “despertado” y se preocupa. Los votantes tienen demandas, opiniones y deseos, y los políticos del país están tratando de averiguar qué es lo que quieren. Los políticos no tienen a casi ningún votante en sus bolsillos, por lo que no pueden dar a nadie por sentado. La mayoría de los israelíes ya no votan siguiendo las tradiciones familiares, la lealtad étnica o las directivas rabínicas. Cambian de opinión en cada campaña. Los movimientos sionistas antiguos e influyentes como el Partido Laborista y el Partido Nacional Religioso están perdiendo terreno políticamente, a pesar de que la gente todavía cree en sus ideologías. Los votantes están planteando demandas específicas a sus líderes y no serán leales a un político solamente porque dirija un partido en particular.

Estas continuas divisiones también han destrozado las redes de apoyo tradicionales de los partidos de la vieja línea. El Laborismo no puede contar con el apoyo que sus “tropas terrestres”, que solía ser proporcionado por los sindicatos de trabajadores de la Histadrut y los kibutzim. Los partidos religiosos solían poder contar con sus grupos de jóvenes B’nei Akiva y sus estudiantes de las ieshivot. Pero estas redes son menos importantes en una era de campañas por Internet, y ese apoyo tradicional ciertamente no se demuestra en el día de las elecciones. Ya ni siquiera los haredim ortodoxos votan en bloque. Uno pensaría que en un gobierno de derecha obtendrían lo que quieren. Pero no fue así, y al final, los jóvenes haredim serán reclutados por el ejército, incluso en una coalición de derecha. En general, los haredim tienen menos escaños que lo que sugieren sus características demográficas. Incluso es posible que el partido haredi sefaradí Shas no reciba suficientes votos para obtener escaños en la Knesset. Con los derechistas Naftali Bennett y AyeletShaked saliendo del partido Hogar Judío, es posible que sus remanentes, principalmente el antiguo Partido Nacional Religioso, tampoco puedan superar el umbral electoral de cuatro escaños.

Abundan otros ejemplos de fracturas de este tipo. El partido Yisrael Beiteinu de Avigdor Liberman ya no representa a los israelíes rusos. Los partidos políticos árabes son un asunto más complicado, pero tomando en cuenta sólo los números, se podría pensar que podrían obtener más de 20 escaños en la Knesset de 120 miembros, ya que los israelíes árabes representan el 20 por ciento de la población del país. Pero están estancados en el rango inferior de los dígitos dobles.

Según mis cálculos, solo el 20-25 por ciento de los votantes emiten sus votos de acuerdo con la tradición, y se agrupan en los partidos del Likud y de los haredim. Este porcentaje no es suficientepara cambiar el juego. El cambio de juego está representado por el otro 75 por ciento. El mapa político israelí en las elecciones de 2019 es diferente al de 2015, que fue diferente al de 2012 y al de 2009.

Esto no es una señal de caos. Más bien es unaseñal de una democracia madura y demuestra el pensamiento crítico de los votantes sobre la política. Dicen: “No votaré por ti solo porque voté por ti la última vez o porque me criaron en tu sistema educativo”. No hay lealtades. Esta influencia directa de los ciudadanos en la política es el verdadero peso y contrapeso en nuestro sistema político, especialmente porque no tenemos una constitución y porque los tribunales están bajo ataque. Incluso Benjamín Netanyahu, un gran político, tiene que columpiarse entre ideas contrapuestas. No se puede engañar a los israelíes, y él lo sabe. El argumento de que la mayoría de la población judía de Israel es de derecha es un hecho, pero es el resultado de la situación actual. No siempre fue así y no siempre será así. Bibi no estará aquí para siempre.

A pesar de que el Likud parece ser el último de los partidos de la vieja línea en mantener intacto su núcleo más profundo, el día en que Netanyahu se vaya – y ese día llegará – elLikud implosionará como lo han hecho sus rivales y socios históricos. Él es el único que mantiene unido al Likud.

Una coalición gobernante con muchos partidos pequeños es un problema. Pero prefiero un sistema frágil que sea sensible a las diferentes opiniones en la sociedad antes que un liderazgo fuerte como un sistema presidencial. La política israelí puede parecer caótica, pero logra que las cosas se hagan. La legislación innovadora de las exportaciones de cannabis, las vacunaciones de los niños y el etiquetado de los cigarrillos se lograron a través del sistema antes de que la Knesset fuera disuelta.

El sistema presidencial bipartidario de los EE. UU. se ha paralizado como resultado de un electorado polarizado y partidos diferentes dirigiendo las dos cámaras del Congreso. Los fundadores de los Estados Unidos querían que gobernar fuera difícil, pero también querían algún tipo de consenso, algo aparentemente imposible en un sistema que exige optar rigurosamente por uno de los dos lados de una línea divisoria. A diferencia de Donald Trump, Netanyahu no puede simplemente jugar hacia su “base”. La formación y realineación de facciones significa que siempre está en peligro. Se puede argumentar que el peligro paraliza su actuación, pero también exige más precaución. En una sociedad con mucha fricción, otorga más poder representativo a diferentes partes de la sociedad, que en definitiva es de lo que se trata la democracia. Prefiero eso a una especie de tiranía política o una democracia que se detiene.

Una democracia no es puesta a prueba por el poder de un gobernante sino por las restricciones que impone al poder. Un primer ministro en un sistema parlamentario debe ser una persona abierta y escuchar. Tiene que hacer concesiones, incluso a los pequeños partidos. Siempre habrá gente infeliz, y aquí, prácticamente todos los grupos políticos se sienten tanto felices como infelices, según el momento. Una de las pruebas de esto es nuestra alta participación de votantes. Casi el 72 por ciento de los votantes elegibles de Israel votaron en las elecciones de 2015, en comparación con el 58 por ciento en los Estados Unidos en 2016– un año presidencial – y menos del 50 por ciento en 2018, que significó la mayor participación en las elecciones a mitad del mandato desde 1914. O los israelíes son ingenuos – y no lo son – o creen que el sistema está funcionando. Las elecciones en Israel son un ejemplo de la confianza que la gente tiene en el sistema político, y cuanto mayor es el ruido y el caos, mayor es la participación y el compromiso.

Traducción: Daniel Rosenthal