Sobre Amos Oz Z’L

Gideon Levy, Haaretz, 30 de diciembre de 2018

¿Cómo se puede amar tanto a una persona cuyos puntos de vista expresan todo lo que uno odia de la izquierda sionista? ¿Cómo se puede amar a un sionista declarado tan lleno de una profunda fe en la justicia del sionismo?¿Cómo se puede amar a un optimista tan incorregible? ¿Cómo se puede amar el rostro más bello del país, un país cuya imagen se ha distorsionado para convertirse en una ilusión? ¿Cómo se puede amar a una persona tan refinada que, cuando habla, sus oraciones suenan como si vinieran de su último libro? ¿Cómo pudo Amos Oz haber sido tan amado? ¿Cómo podría no haber sido tan amado?

El secreto estaba en su atractiva personalidad y encanto, su asombrosa modestia, su magia. Cada encuentro con él era una experiencia impresionante; cada conversación telefónica estaba llena de esperanza, incluyendo la última, el otro día, en la que prometió que en el momento en que le bajara la fiebre nos reuniríamos de nuevo.

Había algo inolvidable en él cada vez que nos encontrábamos. Esto quedó claro desde el día en que le llevé un borrador de uno de los discursos importantes de ShimonPeres para que lo comentara. Estuvo claro en Iom Kipur del año 2002, cuando siguiendo los pasos de “Una historia de amor y oscuridad”, fui a la casa de la calle Ben Yehuda 175, donde habían vivido su madre y su hermana, y de allí a la calle YefeNof, la callejuela de Tel Aviv por la que su madre caminó por última vez antes de suicidarse. Estuvo claro en la cena de 2010 con A. B. Yehoshua y Mario Vargas Llosa, donde Oz imaginó que uno de ellos ganaría el Premio Nobel unas semanas después (lo ganó Vargas Llosa).

Israel será un país diferente sin él. No sucederá de inmediato, pero de repente veremos que no queda nada del país que alguna vez pensamos que era hermoso y justo. Que nos hemos quedado sólo con Miri Regev. Ya tenemos una mini Trumputopia aquí, pero en la periferia se percibían algunas viejas luces iluminando, aunque fuera ligeramente, la abrumadora oscuridad. Ahora estos focos se han extinguido. Siempre supimos que, a pesar de todo, todavía teníamos a Amos Oz. Ya no es así. Con el fallecimiento de Amos Oz, Israel perdió a un patriota. Y yo perdí a un amigo de la familia.

Hace unos meses, me entregó una fotocopia de una carta escrita hace décadas por el filósofo Yeshayahu Leibowitz a la editora del diario Davar, Hannah Semer. “Estoy cerca de la opinión de Amos Oz de que la ocupación de ‘territorios’, esclavizando así a un millón y medio de árabes, destruirá al pueblo y al país y nos corromperá a nosotros como judíos y como personas desde un punto de vista nacional, social y ético-humanitario”, escribió Leibowitz. “Y nos convertiremos en una Rhodesia israelí, condenada a la degeneración y la destrucción”. La fecha era el 8 de setiembre de 1967, tres meses después de la Guerra de los Seis Días. Oz tenía 28 años. El profeta Amós.

El profeta Amós en 1989: “Tan mesiánico, ignorante y cruel, surgiendo de un rincón oscuro del judaísmo, amenaza con destruir todo lo que es querido y sagrado para nosotros, para lanzarnos a un loco ritual loco de derramamiento de sangre… Nablus y Hebrón son sólo los medios, sólo las estaciones en el camino de Levinger y Kahane para extender su demencial control sobre Tel Aviv, Jerusalem y Dimona”. Y el profeta Amós, en el mismo discurso: “Si usted no se levanta, Sr. Shamir, y usted tampoco, Sr. Rabin… y llaman al asesinato como lo que es, ni siquiera ustedes serán inmunes a las balas de los asesinos”.

No tenía razón en todo. Creía que los judíos y los palestinos debían divorciarse, como lo decía, adoptando un enfoque simétrico hacia ambos pueblos, una simetría que jamás existió de manera alguna. En una de sus últimas conferencias, que se hizo viral con más de 100.000 visitas en YouTube, atacó la solución de un solo estado, que su buen amigo Yehoshua había abrazado, y dijo que nunca podría haber un estado binacional sino sólo un estado árabe con un minoría judía. En ese discurso, también se opuso a mis descripciones del apartheid. El último de los sionistas morales no podía creer que la situación se había vuelto tan grave e incorregible.

Sí, Oz fue el último de los sionistas morales. Así como el otro día creyó que nos reuniríamos para tomar un café, creía que el país sería divido. Ni lo uno ni lo otro ocurrió. Y aparentemente nunca ocurrirá. Cuán triste, cuán verdaderamente triste.

Traducción: Daniel Rosenthal