Almagro

Hay algo en Almagro… Que lo hayan echado del Frente Amplio me tiene sin cuidado; seguramente a él también. Su futuro está asegurado. Que ahora denuncie lo obvio no lo enaltece, en todo caso lo define: oportunista.

Hay algo en Almagro… Elije las causas nobles cuando está sentado en una torre de marfil; cuando andaba embarrado en las posturas y políticas de su partido eligió las más perversas. Hábil jugador, hombre de ideas turbias.

Definitivamente, no me gusta.

Convertido en una suerte de “arrepentido” como algunos otros frentistas cuando el Frente pronto dejará de ser tan “amplio” (véase Gonzalo Mujica, Esteban Valenti, y el propio Astori retirándose sobriamente), su video denunciando el discurso frentista me parece intrascendente. Él ya no se juega nada, él ya jugó su partido. Pero que las redes y los medios reproduzcan su mensaje hasta el cansancio no sólo me sorprende, me asusta: ¿tan fácil nos compramos la hipocresía y la demagogia? ¿No nos alcanza con Novick o Sartori, advenedizos demagógicos y poco originales, que precisamos al ex Canciller para hacer más obvia nuestra ingenuidad?

Hay algo que me asusta: porque, como dijera el pastor Niemoller, “entonces vinieron por mí”. Este mismo Almagro con su discurso democrático y occidental es el mismo que se puso al cuello una bufanda con la bandera palestina. Fue parte de un discurso anti-israelí que generó, en el Uruguay, una de las mayores escaladas antisemitas de la historia; en 2014, durante el conflicto bélico en la frontera de Gaza y el Estado soberano de Israel. A propósito: ni él ni nadie que condenaran los ataques y las bajas de entonces (las palestinas, que las israelíes sólo nos importan a nosotros) han dicho nada hoy de la contención de Israel frente a la constante y peligrosa, fatal, provocación de Hamas desde Gaza. Sumada ahora a la de Hezbola en el Líbano.

Una de las derivaciones de la propuesta de Harari en “Sapiens” acerca de nuestra especie es que el discurso o relato construye realidades. Nada es intrascendente, sea dicho en palabras o en signos y señales. Al mismo tiempo, no todo lo dicho es verdad, como insiste Harari en su último libro acerca del siglo XXI. Yo no sé cuál es el Almagro verdadero, si tal persona existe. Sí sé que aquel Almagro sembró odio en el seno de su sociedad, a la vez que dudo que este Almagro haga caer la dictadura bolivariana en Venezuela. A menos que, como vislumbro que tiene cierta fascinación por los tiros que disparan otros, consiga que su ahora aliado Trump y el ejército de los EEUU dediquen sus fuerzas ociosas a invadir Venezuela y derrocar a Maduro.

Hay algo en el hombre que quisiera dejar atrás: como decía el “rebe” en “El Violinista en el Tejado” acerca del Zar, manténganse bien lejos nuestro.