El Renegado
Una reciente entrevista en Emisora Del Sol a su periodista estrella Joel Rosenberg (“La Mesa de los Galanes”, 31 de octubre de 2018) pone de manifiesto algunos temas que apasionan a quienes en la entrevista misma se denomina como “la colectividad”; a tal punto, que si uno se remite a otra entrevista en Del Sol el 6 de mayo de 2017 se encontrará prácticamente con las mismas preguntas y las mismas respuestas. No sólo que Joel Rosenberg “vende” como periodista profesional ocupando uno de los primeros lugares del rating en su segmento, sino que su discurso sobre su identidad judía (o no) y su ya famoso intercambio con Tanco/Desbocatti venden por sí solos. Y no sólo a los judíos. No por nada el tema ocupa el primer segmento en ambas entrevistas, antes de abordar otros asuntos. No son pocos los minutos al aire que los entrevistadores dedican al tema judío. Mal que le pese al entrevistado.
A mí me llegó la entrevista por whatssap de un amigo, judío, como tal bastante escéptico y cuestionador él mismo, asombrado por el nivel de negación de Rosenberg acerca de su judaísmo (o no). Pero desde hace más de veinte años, cuando el propio Joel Rosenberg manifestó su sentimiento de auto-exclusión de su comunidad (“la cole”) en un ámbito público, y hasta hoy en día, la cuestión de su elección judía (o no) está latente en la opinión pública; mayormente en la judía, tan pueblerina, pequeñoburguesa, y temerosa de cualquier outsider. Más cuando su origen es inequívocamente de la tribu. Todo lo cual me ha llevado a pensar acerca de cómo entendemos los judíos montevideanos nuestra identidad como tales. Una vez más, mal que le pese, Joel Rosenberg está jugando un rol fundamental en obligarnos a enfrentar qué es ser judío.
En lo personal Joel Rosenberg y su judaísmo (o no) me tienen sin cuidado. Nunca lo seguí ni a él ni a Desbocatti, acaso por un tema generacional. Me consta su poder de penetración en la opinión pública. Cuando encaro este tema, no hablo como oyente de radio, hablo como judío no sólo comprometido y preocupado, sino activo y dedicado. En ese rol, la forma que una figura pública conjuga su exposición con su judaísmo me interesa; no por su decisión personal, sino por lo que pone de manifiesto, por lo que genera en la conversación judía, aunque él o ella no se sientan parte de la misma.
De la entrevista de marras surge que Joel Rosenberg tomó en determinado momento de su vida una decisión: él lo llama “ser ateo”; yo lo interpreto como desprenderse de la narrativa judía. De hecho, cuando habla de sus hijas, es lo que propone: el no apego a una narrativa y la libertad de opción. Yo creo que elegir está muy bien: ya sea en forma un tanto rebelde como lo hizo Joel o en forma natural, como él propone que lo harán sus hijas. Aunque no lo sepamos, todos hemos elegido alguna vez en esto de ser o no ser judíos. Así como hemos elegido otras tantas cosas. No todas se procesan de la misma manera. Algunos tienen más conflicto, otros menos, algunos quedan atrapados en la narrativa aunque no los convenza, otros la rechazan y se auto-excluyen, otros toman partes, otros la combaten, algunos la aborrecen, algunos la aman hasta el fanatismo. Hay de todo en la viña del Señor, o como se dice “en judío”, “éstas y éstas son las palabras del dios viviente” (Talmud).
Lo que creo es que posturas públicas tan negadoras deben servir para quienes sí nos sentimos parte como forma de afinar el concepto de aquello de lo que nos sentimos parte. La negación de uno puede reforzar la afirmación del otro. Por ejemplo: Rosenberg insiste en definirse como ateo. Estoy seguro que muchos judíos claramente identificados como tales se sienten ateos. Lo sé por mi padre y mi abuelo, por ejemplo; lo sé por mí mismo; lo sé por el rabino Donniel Hartman del Instituto Hartman en Jerusalem, que concluyó, no sin dificultad, que no es necesario ser creyente para ser un buen judío (CLP 2012). La cuestión de creer en Dios no nos hace judíos, más bien define el tipo de judíos que elegimos ser. Ser ateo no te excluye de la tribu.
Lo que excluye yace mayormente en uno y sus decisiones. Lo que yo llamo “dejar de contar el cuento”; eso es excluirse, dejar de ser. Podrás cargar con un apellido judío el resto de tu vida, dárselo a tus hijos y nietos y bisnietos, pero de judío no quedará nada si no elegís contar la historia. Por algo dice la Hagadá de Pesaj, el texto que leemos en Pascua: “y todo aquel que se extiende en el relato es digno de alabanza”. El mérito judío no es la fe en Dios, sino contar la historia e incluirse en la narrativa. Aun con críticas y hasta un cierto grado de incomodidad, mientras estemos conversando, estamos siendo.
No creo, como los místicos, que nacemos con un alma judía que no nos abandona a pesar de nuestras decisiones. Creo que nacemos como todos los habitantes de la tierra pero inscriptos en un relato que nos hace judíos. Siempre podemos dejar de contarlo y asegurarnos (o acaso nunca del todo, porque nuestros hijos también serán libres de elegir, como el mismo Joel insiste) de no seguir siendo parte. Siempre podemos contar el cuento de tal modo que nos aleje o nos acerque más: podemos decir que nuestro apellido obedece a una casualidad y podemos decir que desearíamos cambiarlo. De hecho en los EEUU, donde es posible, muchos judíos lo hicieron. En Israel, donde también es legal hacerlo, muchos cambiaron sus apellidos europeos por apellidos hebreos modernos. No hay nada malo en querer escribir, contar, nuestra propia historia. De eso se trata la vida.
¿Por qué nos asustan los judíos renegados? ¿Acaso porque le dan la razón a los antisemitas? ¿Acaso porque ponen de manifiesto nuestro perfil menos amigable? ¿Acaso porque rechazan nuestra singularidad? El judío que elige no serlo más ejerce una mezcla de fascinación y miedo, de perplejidad e incomodidad. No debemos detenernos un minuto en nuestra marcha por la vida judía; son ellos quienes se han detenido y buscan otro camino. Allá ellos; acá, nosotros. El camino judío está lleno de puentes angostos. La respuesta no está solamente en la célebre frase del Rab Najman de Brezlev, “lo importante es no temer nunca”; eso nos lleva a la fe en Dios, que acordamos que no es esencial a ser judío. La respuesta al miedo y los cuestionamientos que el judaísmo nos genera, como un puente angosto que yace ante nosotros, está en seguir contándonos la historia mientras lo atravesamos. Una vez. Y otra. Y otra.