¿Hibris? Israel es demasiado fuerte

Gideon Levy, Haaretz 8 de setiembre de 2018

Al final, después de descontar el resto de los males, nos encontramos con que el peor de todos, la madre de todos los desastres, es que Israel es demasiado fuerte. Si no fuera tan fuerte – demasiado fuerte – sería más justo. Si no pudiera hacer lo que le da la gana, su conducta sería más moral y más considerada. Una buena parte de sus crímenes y caprichos proviene de la embriaguez de su poder. Una buena parte de lo que hace deriva del hecho de que simplemente puede hacerlo. Puede despreciar al mundo entero, ignorar el derecho internacional, controlar a otras personas por la fuerza durante generaciones, infringir la soberanía de sus vecinos y actuar como si fuera el todo y el fin, sólo porque tiene el poder para hacerlo.

Como cualquier otro país, Israel necesita ser fuerte. La debilidad podría realmente llevar a su destrucción, cosa que se les dice a los israelíes constantemente desde el día en que nacen. Pero demasiado poder lo ha arruinado y le ha causado daños de otro tipo. No es su debilidad, como se describe a sí mismo – rodeado de enemigos que sólo buscan destruirlo, el pequeño David enfrentado a Goliat – lo que ha moldeado su carácter. Es la sobreabundancia de poder acumulado, lo que lo ha moldeado más que cualquier otra cosa. Si Israel fuera más débil, haría más para ser aceptado en la región. Si fuera menos fuerte, Israel habría tenido que poner fin a la maldición de la ocupación.

Incluso si nació en pecado, Israel no es un país de personas particularmente malas. Incluso la arrogancia que los israelíes exhiben ante el mundo entero no es un rasgo innato. Israel probablemente no tuvo la intención de convertirse en lo que es: una potencia regional, que en gran medida dicta al país más poderoso, los Estados Unidos, cómo deben conducirse; un país que muchos otros cortejan e incluso temen y que, al mismo tiempo, es considerado como un marginado por cualquier persona con conciencia. Israel se ha vuelto así porque rebosa poder. Lo ha acumulado gradualmente, y hoy ha alcanzado su cenit.

Israel nunca ha sido más fuerte. No es casualidad que en la actualidad su imagen esté en el punto más bajo de su historia. Ese es el precio de tener demasiado poder. Israel está dándole una paliza al mundo entero. No sólo con la ocupación, que continúa incambiada a pesar de la oposición de la mayor parte del mundo; no sólo con el horrendo asedio a Gaza y sus crueles ataques, que incluyen crímenes de guerra por los que nunca se castiga a Israel; no sólo por los asentamientos, cuya legitimidad la mayoría del mundo tampoco reconoce: la totalidad de su política exterior dice arrogancia.

Los bombardeos diarios en Siria y otros países y los sobrevuelos regulares en Líbano como si no hubiera ninguna frontera y ningún mañana; los asesinatos internacionales arrogantes, criminales, libres de trabas; el hecho de llevar al mundo a luchar contra el programa nuclear iraní; la impactante campaña de criminalización internacional contra el movimiento BDS; el hecho de que se abstiene de firmar tratados internacionales de los que todos los países democráticos son signatarios; el hecho de ignorar por completo las resoluciones de organismos internacionales; los intentos de interferir en los asuntos internos de sus vecinos, involucrándose en guerras con las que no tiene nada que ver, incluso intentando agitar las cosas en la Unión Europea para llevar a la desunión allí; el hecho de emprender una acción subversiva contra el (ex) Presidente de los Estados Unidos y cerrar su embajada en Paraguay sólo porque este país dio un paso que a Israel no le gustó: hace todas estas cosas como si fuera una superpotencia.

Es difícil pensar en otro país que no sea Estados Unidos, Rusia o China que se atreva a actuar así. Israel puede.

Ostensiblemente, este es un éxito vertiginoso del emprendimiento sionista. ¿Quién hubiera soñado que llegaríamos a ser así? De hecho, esta es la mayor amenaza a su justicia. Excepto por algunos percances, como en 1973, esta embriaguez de poder ha continuado hasta ahora sin que Israel tenga que pagar un precio significativo, excepto en términos de su imagen, que también ha aprendido a ignorar.

En la víspera del nuevo año, Israel no enfrenta desafíos que pongan en peligro su beligerante estatus de superpotencia. Es probable que pueda seguir haciendo lo que está haciendo: en los territorios ocupados, en el Medio Oriente y en todo el mundo.

Sólo la historia misma insiste en recordarnos de vez en cuando que tales demostraciones desenfrenadas de embriaguez de poder usualmente terminan mal. Muy mal.

Traducción: Daniel Rosenthal