Cuál es la conversación judía
Durante el mes de Elul, e inspirado por las lecturas de la Torá correspondientes a cada semana, intenté abordar temas comunitarios que a mi criterio merecen ponerse sobre la mesa; en especial durante ese mes de recapacitación. Habiendo iniciado Tishrei y en especial los diez días de “teshuva” quiero sumar dos líneas de pensamiento aparentemente excluyentes una de otra pero que tocan temas sensibles e insoslayables. Lo de “aparente” es más bien una cuestión de abordaje; cuando vuelvo a leer lo que escribí (y en uno de los casos, lo que dije) me doy cuenta que básicamente hablo de lo mismo pero con otro lenguaje y sin duda otro tono. He decidido compartirlo con los lectores de TuMeser porque creo que mi conflicto personal al tener que optar por uno de los textos, así como la resolución del mismo, dicen mucho sobre los temas en juego.
El primer texto es el que efectivamente dije durante el servicio de Arvit de Rosh Hashaná en la NCI de Montevideo el pasado domingo 9 de setiembre. El segundo es el que escribí previamente pero descarté. Algo me reclamó un tono más directo y coloquial, un abordaje menos romántico de temas estructurales de nuestro ser judío hoy. Algunos de mis compañeros discreparon con mi elección. Espero que la doble lectura sea enriquecedora y no redundante.
Texto dicho en Erev Rosh Hashaná 5779 en la NCI de Montevideo
Shaná Tová! Bienvenidos a la NCI.
Tenía escrito un texto para compartir hoy de Torá y poesía, esa combinación que siempre me atrapa. Sin embargo, ese texto quedó para otra oportunidad. Hoy quiero responder a una demanda que he escuchado de varios socios a lo largo de los años: que en la NCI se hablen los temas que están en la calle, los que movilizan, perturban, y sobre todo afectan nuestro sentido de lo correcto y lo justo.
En los próximos diez días no menos un millar de personas habrán pasado por este espacio buscando algo en el área de lo judío. Creo que estoy siendo conservador con el número. Pero con tres ceros me alcanza para poner sobre la mesa el tema de la validez y relevancia de esta propuesta. No menos de mil personas elijen éste como su espacio judío, a veces el único en el año. Éste, y no otro. Motivos han de haber muchos, tal vez tantos como individuos. Para algunos, es la tradición familiar; para otros, la posibilidad de compartir este tiempo en familia, no separados una mejitzá; para muchos, la estética de la plegaria; para otros, la prédica rabínica; para los padres jóvenes, el espacio para los niños.
Por detrás de todas estas razones hay una de fondo y de peso que las sostiene a todas ellas: es la postura ideológica de la NCI. La coherencia, el cuidado de cada socio, el consenso buscado y trabajado, la transparencia, el celo por lo colectivo por sobre lo personal, el cambio generacional, el cambio de nombres propios… el cambio en sí, enmarcado en la tradición que nos trajo hasta nuestros días.
Todos sabemos de esfuerzos denodados en Montevideo por mantener operativos espacios de encuentro judío; pero todos también sabemos, incluso aquellos que aún los sostienen, que sus días están contados. El valor de la memoria sólo puede sostenerse cuando el presente nos es significativo; y sin presente, no hay futuro posible.
Todos somos conscientes de que estamos en una época de transformaciones a ritmo exponencial que suponen nuevos desafíos. Todo esfuerzo judío por generar judaísmo es digno de alabanza.
Por supuesto que la NCI no es el único espacio “relevante”. Reconozco y respeto profundamente propuestas paralelas, vitales, innovadoras, entusiastas, que hoy están reuniendo a los judíos en torno al calendario hebreo; como también reconozco pequeños reductos sostenidos en creencias profundas, específicas, para mí anacrónicas, pero tan personales e importantes como las mías.
Lo que hoy estoy planteando aquí no es reciprocidad en ese sentido: me consta que la NCI es admirada. La NCI es respetada. Pero no me alcanza con que sea a nivel institucional. Mi demanda hoy es que esta forma de entender y vivir el judaísmo sea merecedora del respeto que muchos le niegan. El mismo que yo tengo por Jabad Lubavitch o por Yavne o por el Rabino Godet, yo lo quiero, lo exijo, para mi comunidad y mi Rabino, hoy el rab Dany Dolinsky.
Cuando conversábamos las opciones para el espacio del “Debate” de IK este año hubo un par de temas muy actuales sobre la mesa. Pero fue una voz joven la que marcó el rumbo, que dijo claramente: “tal es el tema que demanda la opinión pública, tal es el tema que debemos proponer”. Siempre necesitamos de una voz clara para señalar lo relevante. La NCI recoge el guante, acepta el desafío de la post-modernidad. De eso se trata la fascinante y desafiante vida comunitaria: tomar ideas y transformarlas en propuestas.
Lo que no se termina de entender es esto: la misma NCI que abre sus puertas a una discusión sobre género, diversidad, e inclusión; la misma que usa amplificación e instrumentos musicales; la misma que resalta la voz femenina; la misma que cuenta a las mujeres en su minián… Esa misma es la NCI que pone todo su celo e intensidad en las lecturas de la Torá, en la recitación del Musaf, en el toque del Shofar, y en que los ritos judíos se cumplan de acuerdo a Halajá.
No sólo no se entiende; se niega.
La multiplicidad de sinagogas y rabinos es una bendición. Es una fortaleza del judaísmo. Yo llamo Rabino a cualquiera que tenga una smijá institucional. Lo que no admito es que a nuestros Rabinos cualquiera les niegue el título. ¿Qué hay en un nombre?, preguntaba Shakespeare. Todo, digo yo. “El hábito hace al monje”, dice el refrán; el título también.
Yo sé que a uds, que están hoy congregados aquí, nada tengo que explicarles. Pero me gustaría, y lo digo sin falsa modestia, que estas palabras resuenen más allá de estas paredes.
Porque muchos reconocen en la NCI la válvula de escape de un ishuv reticente a llamar a las cosas por su nombre, a reconocer los cambios de la sociedad y la cultura que dificultan, si no amenazan, la experiencia judía de las próximas generaciones. Pero al mismo tiempo, se empecinan en negar la profunda naturaleza judía de la NCI, su consensuada y largamente debatida forma de vivir el judaísmo, la priorización de unos valores por sobre otros, el trabajo auténtico y dedicado de sus Rabinos.
Si estamos hoy aquí, y estaremos mañana para escuchar el Shofar, y en diez días para Kol Nidré e Izkor y Neilá, y seremos multitudes, es porque para todos nosotros, que representamos una buena mitad del ishuv, éste es el lugar, éste es nuestro centro.
Los necesitamos. Para que corran la voz. Para que se sumen. Para que sumen. Para que vibren. Para que nos contagien.
Esto es auténtico. No permitan que digan otra cosa. Esto es judaísmo puro, esencial, sólido, y coherente.
Dice el Talmud: “éstas y éstas son las palabras del dios viviente”. Respetemos las palabras del prójimo. Defendamos las nuestras.
Al final no resistí la tentación. Me permito citar al poeta israelí Amir Gilboa en su famoso poema musicalizado por Shlomo Artzi: “Canción de la Mañana”.
“De pronto un hombre se levanta, siente que él es un pueblo, y echa a andar. Y a todo aquel que encuentra a su paso, lo saluda “Shalom”.
En ese espíritu de individuos que somos un pueblo, uno solo, deseémonos todos
Jatimá Tová!
Texto escrito para la misma ocasión pero no dicho. Se publica aquí por primera vez.
¡Bienvenidos a la NCI!
Shaná Tová UMetuká!
Quienes me conocen saben que no resisto la tentación de traer poesía a este espacio, especialmente en este tiempo del año. Una vez más recurro al poeta hebreo Iehuda Amijai; representa para mí, y seguramente para muchos, esa delicada ambivalencia entre una “apática ternura hacia dios”, como decía Benedetti, y un cierto desarraigo terrenal. En su libro “Abierto Cerrado Abierto” dice:
Sobre mi mesa yace una piedra sobre la cual está escrito “Amén”,
Un pedazo de lápida, un resto de un cementerio judío
Destruido hace como mil años, en la ciudad en que nací.
Una sola palabra “Amén” está grabada profunda en la piedra
Un “Amén” duro y terminante por todo lo que fue y no será
Un “Amén” suave y melodioso como en una plegaria,
Amén y Amén, así sea su voluntad
Pocos recursos producen emociones tan fuertes como la poesía. Sería algo así como una poesía que vaya más allá de la palabra. Con todo lo que hemos escrito y preservado los judíos durante milenios, nos guardamos para estos días del año un recurso que no habla nuestro lenguaje pero nos dice todo y nos conmueve desde las entrañas: el Shofar. No por nada es LA mitzvá de Rosh Hashaná; no por nada la festividad se llama, en la Torá, Iom Teruá: algo así como el día de los trompetazos, pero yo lo traduciría como el día de los llamados ancestrales.
Este es un tiempo que como judíos elegimos apartar, consagrar; de ahí la palabra “kadosh”: no tanto “sagrado” como “especial”, “cuidado”, “elegido” y sobre todo, dedicado a un propósito. Tal vez esto último, el propósito, sea lo más personal; la razón por la cual estamos aquí es de cada uno, porque cada uno trae consigo su historia. Amijai cierra así su poema:
… los dioses se suceden,
Las plegarias quedan para siempre
Cuando como directivos de esta congregación nos honran con estos minutos y esta bimá quisiera hacer especial hincapié en la idea de elegir. No sólo elegimos consagrar el tiempo, estamos eligiendo algo más terrenal pero igualmente significativo: el espacio dónde hacerlo. Montevideo ofrece muchas opciones para congregarnos, pero quienes estamos en este lugar hemos elegido una opción igualitaria e inclusiva. Todas las sinagogas abiertas en estos días a sus congregantes ofrecerán servicios significativos y relevantes; en todas nos encontraremos con el prójimo y sentiremos el valor de la comunidad. Esta es la única en nuestro país que lo hace de esta manera. No es un detalle que debamos mirar de soslayo; por el contrario, es digno de alabanza.
¿Qué nos une con nuestros hermanos a pocas cuadras? Nos une lo más importante: las palabras, “las plegarias” que como dice Amijai “quedan para siempre”. La noción de dios y la interpretación de sus demandas hacia nosotros, eso es tema de discusión; pero las palabras que nos transportan a lo largo de estos diez días son las mismas para unos y otros. Tampoco eso merece soslayarse, aunque haya quienes insistan en atribuirnos rituales alienantes.
También nos unen palabras que no son plegaria: las historias, los cuentos. En su repetición los textos nos habilitan y nos preparan para reconocer estos momentos únicos en la vida. Los textos que nos nutren, cuando nos permitimos asomarnos a ellos (como cuando nos inclinamos a leer la Torá), son potencialmente momentos de revelación. En los próximos dos días leeremos historias de hijos que pudieron no ser pero fueron. Pudieron no ser concebidos, y sin embargo nacieron; pudieron ser sacrificio, y sin embargo no. Hay algo en Rosh Hashaná que nos vincula no sólo con la creación del mundo, del Hombre-especie, sino con el milagro de la creación en su esencia. La fragilidad y las vicisitudes de esos hijos bíblicos, Itzjak, Ishmael, y Shmuel, representan nuestra propia fragilidad frente a la existencia.
Joan Manuel Serrat dice en una célebre canción:
Todo esta listo, el agua, el sol y el barro, pero si falta usted no habrá milagro.
Ni nosotros ni nuestros hijos ni los hijos de nuestros hijos podemos faltar. Sin nosotros no hay milagro. Entre hoy y Iom Kipur todos somos padres, todos somos hijos. Por eso lo celebramos congregándonos. Escuchamos el Shofar por su cualidad metafórica más que literal. La poesía que me gusta citar es sólo un recurso. Lo esencial está en el sonido. El mismo que se escuchará en todo Montevideo más o menos a la misma hora. El que nos une. Porque en ese estadio previo a transformamos en opinión, interpretación, denominación, todos nos contamos los mismos cuentos y decimos las mismas plegarias. Somos, entiéndase bien, todos igualmente judíos.
Si bien Rosh Hashaná celebra el milagro de la vida, es sólo un momento. La vida sigue, está en nuestras manos; no hace falta remontarse al Génesis para entenderlo. Por lo tanto, esta cabeza del año representa también la cabeza que ponemos en crear. Las aguas del Mar Rojo se abrieron una vez, pero después hubo que caminar en el desierto cuarenta años. Los milagros son percepciones, epifanías, momentos; la vida es la realidad que continúa día tras día.
Ser judío es demandante. Congregados aquí, no podemos no recordarnos, unos a otros, los esfuerzos que supone llegar de un año al siguiente. No hay milagros en las pequeñas y grandes creaciones humanas; es todo esfuerzo y entrega. Nos gusta vernos en estas fechas; no sería lo mismo sin cada uno de nosotros. Pero la comunidad nos precisa todo el año. Detrás del sonido de cada tekiá y cada teruá hay un año de trabajo arduo, un año de búsqueda de inspiración y recursos para seguir adelante.
Cada año que pasa soy más sensible a lo que significa estar aquí, en medio de mi congregación, compartiendo sueños e ideas, contándoles por qué nos desvela lo que hacemos, y sobre todo por qué nos inspira. El trabajo comunitario es una oportunidad única de trascender; no sólo desde el ego, sino desde la relevancia. La comunidad le da sentido a mi vida gregaria, a mi yo colectivo, un propósito a mi existencia.
La otra parte de la vida son los pequeños milagros que Rosh Hashaná recrea: el amor, los avatares de la vida, nuestra intimidad más propia y honda, que sin embargo, como judíos, elegimos compartir en colectivo. Me consta que todos ansiamos encontrarnos y contarnos todo un año en el rato que le dedicamos al rezo… Pero no es necesario hablar, aunque nos tiente; alcanza con escuchar juntos el Shofar.
Siendo ésta nuestra primer tfilá juntos, y con permiso del Rab, quisiera finalizar diciendo:
Baruj Atá Adona´i, Elohenu melej haolam, Sheejeianu vekimanu vehiguianu lazman haze.
Jatimá Tová!