Todos los caminos conducen a Roma
John Naughton, The Guardian, 22 de julio de 2018
En su libro The Future of Violence (El futuro de la violencia), Benjamin Wittes y Gabriella Blum señalan que una de las cosas que hizo que el imperio romano fuera tan poderoso fue su asombrosa red de calzadas pavimentadas. Esta red hizo que movilizar ejércitos fuera algo relativamente rápido. Pero también permitió mover mercancías de un lugar a otro, y de este modo la logística romana fue más eficiente y confiable que cualquier otra cosa que hubo antes. Si Jeff Bezos hubiera existido en el año 125 E.C., habría acaparado los caminos. Pero en última instancia, esta característica resultó ser también un error, ya que cuando la marea de la historia comenzó a volverse contra el imperio, los godos usaron esas maravillosas calzadas para atacarlo y destruirlo.
En un notable nuevo trabajo, Jack Goldsmith y Stuart Russell señalan que esto representa una lección para nosotros. Escriben que “Internet y los sistemas digitales relacionados que los Estados Unidos hicieron tanto para crear, han puesto en práctica y simbolizado el poder militar, económico y cultural de los Estados Unidos durante décadas”. Pero esto plantea una pregunta incómoda: en una visión histórica retrospectiva, estos sistemas, al igual que las calzadas del imperio romano, ¿no llegarán a ser vistas como una plataforma que aceleró el declive de los Estados Unidos?
Creo que la respuesta a su pregunta es afirmativa. Corea del Norte ofrece un buen caso de estudio en este contexto. El país puede ser una zona de desastre desde el punto de vista económico, pero ha demostrado una gran visión estratégica en su pivote para las operaciones cibernéticas. Kim Jong-un y sus compinches han comprendido cómo la tecnología digital puede convertir su debilidad industrial y económica en una fortaleza.
El año pasado argumenté que “La razón por la cual los principales países industrializados se abstienen de responder a los ciberataques de los otros con la misma moneda, es que sus sociedades dependen desesperadamente de infraestructuras de red complejas, frágiles e inseguras. Así que todos temen las consecuencias inconmensurables de las represalias”. Por lo tanto, uno de los efectos secundarios paradójicos de la tecnología digital es la aparición de sorprendentes asimetrías de poder. Como lo señalan Goldsmith y Russell, esto tiene dos dimensiones. La primera es obvia: la grave dependencia de la tecnología. Por un lado, los países industriales avanzados como Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, Francia y China poseen formidables arsenales de armas cibernéticas. Por el otro, son reacios a usarlas porque sus sociedades dependen críticamente de infraestructuras digitales complejas que están mal defendidas y son vulnerables a los ataques externos. Estas vulnerabilidades han estado a la vista con regularidad en los últimos años: piense en los ataques del ransomware WannaCry al NHS (National Health Service, Servicio Nacional de Salud británico), las innumerables y enormes filtraciones de datos, los ataques masivos de denegación de servicio, etc. O piense en la facilidad con la que el Comité Nacional Demócrata fue hackeado en los EE. UU. (sobre lo cual un alto funcionario del FBI comentó: “Estos tipos del CND eran como Bambi caminando por el bosque, rodeados de cazadores. Tenían cero chances de sobrevivir a un ataque. Cero”).
El periodista del New York Times a quien estos comentarios estaban dirigidos, David Sanger, publicó recientemente un nuevo libro aleccionador, The Perfect Weapon (El arma perfecta), en el que señala que las armas cibernéticas son baratas (y fáciles de adquirir). Por lo tanto, el hecho de no tener una infraestructura digital compleja podría de repente dar a los países pequeños una ventaja sobre los grandes. Estos nuevos adversarios no tienen que preocuparse por represalias devastadoras. Los Estados Unidos podrían paralizar fácilmente todos los dispositivos en red de Corea del Norte, por ejemplo, pero si lo hicieran, la vida de la mayoría de los desdichados habitantes de ese país seguiría como siempre. Lo inverso no es cierto. Las sociedades industriales avanzadas actualmente funcionan en base a una logística justo a tiempo. Los supermercados deberán cerrar si los suministros se retrasan más de tres días. El malestar social llegará poco tiempo después. Como lo vimos con los cierres de depósitos de combustible en el Reino Unido, pocos gobiernos democráticos están dispuestos a correr ese riesgo, incluso si algunos partidarios del Brexit sí lo están.
La segunda dimensión de las desventajas de las democracias en este campo, argumentan Goldsmith y Russell, es moral o ética más que tecnológica. Los compromisos occidentales con la libertad de expresión, la privacidad, el estado de derecho, la libertad de los medios de comunicación, la existencia de corporaciones no estatales y los mercados relativamente no regulados, crean “vulnerabilidades asimétricas” que los adversarios extranjeros, especialmente los autoritarios, pueden explotar. Estas son características de las democracias que los populistas autoritarios que están entre nosotros, muchos de los cuales sufren de la envidia del dictador, consideran errores. Pero incluso los liberales que aprecian estos valores tienen que reconocer que lo que hacen es que luchemos contra las ofensivas cibernéticas con una mano atada a nuestras espaldas.
Goldsmith y Russell escriben sobre los Estados Unidos, pero gran parte de lo que dicen se aplica a todas las democracias occidentales. Hemos llegado a un punto extraño e incómodo en el cual nuestra formidable sofisticación técnica puede ser, en realidad, nuestro talón de Aquiles. Nuestros espías y expertos en ciberseguridad son muy conscientes de las amenazas. Pero el resto de nosotros parece felizmente ignorante del peligro al elegir “contraseña” como la contraseña predeterminada de nuestros más nuevos artilugios en red. Los griegos solían decir que los dioses comienzan por enloquecer a aquellos a quienes desean destruir. Y, como lo descubrieron los godos, todos los caminos conducen a Roma.
Traducción: Daniel Rosenthal