Lo fundamental de la Ley Fundamental

Ya corren ríos de tinta en torno a la Ley Fundamental sobre el Estado Nación Judío aprobada por la Kneset el pasado jueves 19 de julio de 2018. Las primeras palabras que leí fueron condenatorias; luego las hubo paliativas; más adelante explicativas; finalmente justificativas, y por último, o coincidentemente, de alabanza. Claramente mis conceptos no son ni los primeros ni los últimos: mal puedo yo condenar lo que un país soberano, mi país, decide; y menos aún puedo celebrar una Ley que reconozco en su perfil provocativo. Hace rato que la dinámica política israelí me resulta incómoda, pero mientras no viva allí nada puedo hacer al respecto. No me corresponde. Me han dicho que sí puedo opinar, así que a eso vamos.

Lo primero es tratar de entender el texto aprobado. Recalco esto último: aprobado. No lo que estuvo en consideración, sino lo que se aprobó; el texto que consiguió los votos, no aquel que no los consiguió. De modo que no hay tal cosa como barrios exclusivos para judíos o divididos por etnias como algunos medios están sugiriendo. El nacionalismo judío no da para tanto; al menos no en cantidad. Leído el texto, el siguiente paso es entenderlo, saber a qué se refiere, cuáles son sus antecedentes, de qué símbolos habla, a qué asuntos se refiere en sus cláusulas. Si no entendemos qué está en juego, mal podemos juzgar, sea para alabar o condenar. En relación a esto, prefiero dejar en manos de nuestro viejo conocido Gabriel Ben-Tasgal, periodista, politólogo, y experto en Medio Oriente e Israel las consideraciones pormenorizadas de la Ley, cláusula a cláusula. Ver su artículo en https://bit.ly/2JLFzSl

No peco de ingenuo y me consta la postura de Ben-Tasgal. Precisamente por eso su análisis me parece muy válido. Está claro que puede haber otras lecturas, pero la suya me parece honesta y realista. Yo no repetiré su trabajo explicando el porqué de cada cláusula ni de la Ley en su totalidad. Básicamente, adhiero a su postura, tal vez con algún matiz intrascendente. Sin embargo, la Ley dispara algunos temas sobre los cuales sí quiero dejar constancia de mí opinión.

En su cláusula #6 (según el orden de Ben-Tasgal) dice: El Estado actuará dentro de la diáspora para fortalecer la afinidad entre el estado y los miembros del pueblo judío. Los críticos de la Ley señalan que esta cláusula buscó liberar a los políticos israelíes de la presión ejercida entre las corrientes ortodoxas y ultra-ortodoxas por un lado y las demandas de las corrientes liberales por el otro dentro de Israel, pero privilegiando la igualdad de legitimidad en la Diáspora. Es cierto. Sin embargo, creo que surge una lectura más ambiciosa, menos política o presupuestal, y que hace a la esencia del Judaísmo como tal: ¿existe la posibilidad que un número creciente de judíos en todo el mundo, y mayormente en los EEUU, esté considerando una Judaísmo SIN Israel? Vale decir: Israel como Estado deja de ser parte esencial y constitutiva del Judaísmo para convertirse en una alianza aleatoria, un proyecto interesante, o una realidad divorciada de su origen. Sión ya no sería Sionismo sino Mesianismo: una expresión de deseo, una aspiración.

Los judíos hemos tenido períodos en los cuales no sólo escribimos Historia, sino que hicimos Historia; y tenemos un muy largo período donde hicimos Halajá pero no Historia; ésta estuvo en manos de otros. Sin embargo, no hay fuente que no señale un destino, sea mesiánico, sea terrenal. La tierra de Israel y nuestra existencia soberana en esa tierra es aquello para lo cual nos preparamos desde el mandato de “Lej-lejá” en Génesis 12:1. El libro de Josué, pasando por los Jueces, y por supuesto Samuel I y II y Reyes I y II tratan de las penas, tribulaciones, y desafíos implícitos en la idea de una soberanía nacional pautada por los principios de una religión y tradición. Los Profetas anuncian y explican el fracaso, pero también preparan el camino de regreso.

Lejos estoy de la visión del Rabino Zvi Iehuda Kook acerca de que la creación del Estado y las conquistas en la Guerra de los Seis Días son señales mesiánicas de nuestro derecho inalienable a la tierra bíblica; por el contrario, soy del grupo que cree en “tierra por paz”, pero confío en el criterio del gobierno de Israel de turno para definir qué es paz, qué tierra, y en qué términos. No obstante, no concibo un Judaísmo sin tierra de Israel. Hoy, siglo XXI, a ciento veinte años del Primer Congreso Sionista, no hay otro Israel que el definido por el Estado: ni para derechas ni para izquierdas, ni por defecto ni por exceso. Ni el supuesto Israel bíblico de las dos márgenes del Jordán ni el Israel de la partición de 1947. Sea el que sea, es parte integral de nuestra identidad.

Por eso creo que esta Ley Fundamental del Estado-Nación del Pueblo Judío no apunta sólo hacia nuestros enemigos y detractores, sino que define mucho hacia dentro del Judaísmo: el Estado de Israel, en sus vaivenes políticos propios de una democracia, no puede estar ajeno a la Diáspora judía, del mismo modo que ésta no debe darle la espalda al Estado porque coyunturalmente no le guste su gobierno. Por cierto, por si quedan dudas, aclaro que no me gusta el actual gobierno de Israel. Reconozco el mérito de la economía liberal, el start-up nation, y la potencia del Estado; pero me quedo con el viejo y querido Israel de los pioneros e idealistas. Todavía queda de eso, es sólo cuestión de ir y buscar. Ese Israel, por el momento, no gobierna, pero existe y goza de buena salud.

La otra cláusula que merece un comentario es: El Estado ve en el desarrollo del asentamiento judío como un valor nacional y actuará para alentar y promover su establecimiento y consolidación. Está claro que esta redacción recalca el derecho al asentamiento, una “mala palabra” en términos de relaciones diplomáticas de Israel y relaciones públicas de los judíos en todo el mundo. Como la cláusula acerca del idioma árabe perdiendo su status de “oficial”, son cláusulas lisa y llanamente fastidiosas, molestas, y provocativas. Pero no dejan de ser, como toda la Ley, respuestas a demandas inaceptables de nuestros enemigos y de ciudadanos israelíes no judíos que insisten en ignorar lo obvio. No se precisa ley alguna sino comprensión histórica para entender que los judíos nos asentamos en la tierra de Israel, fundamos un Estado, y perseveramos en el proyecto; no se precisa ley para saber que el idioma oficial de un Estado Judío es el Hebreo; es un hecho, no una ley.

Esta ley se votó debido a coyunturas políticas e intereses de grupos específicos, pero aun así contiene ideas y conceptos que habían dejado de ser obvios para muchos. Estamos tan inmersos en una contra-narrativa que no sólo nos niega como víctimas, nos convierte en victimarios; no sólo niega la Historia, sino que la distorsiona; no sólo inventa realidades inexistentes, sino que pretende imponerlas en el terreno. Tal vez hacía falta este texto para aclarar los tantos, poner algunos puntos que se cayeron de sus íes, y volver a lo básico. No somos perfectos, no somos nunca todo lo justos que aspiramos ser, y no siempre tratamos al otro como si hubiéramos sido esclavos en Egipto. Pero nunca dejamos de recordarlo ni de perseverar. De vez en cuando también tenemos que afirmar alguna cosa. No sea que un día olvidemos para qué y por qué existimos.