La Cenicienta: cómo contamos los cuentos que nos contamos.
En un período de no más de quince días todo parecía suceder en Medio Oriente. Entre los saludos y abrazos de las dos Coreas por un lado, y la boda real de Harry y Meghan por otro, Trump finalmente cumple su promesa, igual que con la Embajada en Jerusalem, y se retira del acuerdo con Irán. Así, se dispara el gatillo en la Media Luna Fértil. Mientras tanto, Israel gana Eurovisión, recibe el Giro d’Italia, a la vez que destruye la fuerza iraní en Siria y detiene, no sin poca violencia, el intento de invadir su territorio bajo la forma de protesta popular por parte de Hamas; y por si fuera poco, celebra sus setenta años de existencia soberana. Sí, todo eso pasó en un breve lapso de tiempo y en un espacio muy próximo. Fue vertiginoso, por elegir sólo un adjetivo de todos los posibles. Desde el punto de vista comunicacional, el meollo de la cuestión estuvo precisamente en la elección de adjetivos para describir los acontecimientos. No es sólo una cuestión de puntos de vista, es una narrativa u otra. Más que nunca, los hechos son cómo los contamos.
Debo confesarme abrumado. Por primera vez en mi vida dediqué mis esfuerzos y desvelos a combatir lo que Trump denomina “fake news”, noticias falsas o pretensiosas, en torno a los acontecimientos en la frontera de Israel con Gaza. La mía es una voz entre miles en todo el mundo, judías y no, que se indignan ante la tergiversación de los hechos, la manipulación informativa, cuando lo básico es tan evidente, tan históricamente probado: la “naqba” árabe o palestina no es meramente la conmemoración de una “tragedia”, la Declaración de Independencia del Estado de Israel, sino un intento de desandar la historia y volver al status de principios del siglo XX; que no haya judíos en la Tierra de Israel. Cuando se alude a la “naqba” para manifestar junto a una cerca fronteriza, no hay otra conclusión que el peligro inminente.
Estoy acostumbrado, y de hecho casi ni lo tengo en cuenta, al tono editorial de la mayoría de la prensa española, por ejemplo. Pero no salgo de mi asombro con Haaretz, bastión de la prensa israelí liberal. Soy suscriptor precisamente para poder leer algo más allá de la propaganda gubernamental que me trae el Jerusalem Post o la prensa israelí en español. Ya no. En estos quince días he leído Haaretz para comprobar que es el Caballo de Troya instalado en el espacio público judío e israelí. No sé si responde a los intereses de los judíos ultra-liberales de los EEUU, los J-Street y sus afines, o si a un cierto público israelí tan resentido y sin chance que lo único que reconoce son voces apocalípticas en el desierto, como la de Gideon Levy y su ponzoñosa retórica. Extraño a Ari Shavit y su sensible, crítica, y esperanzada lectura de la realidad, por menos que le gustara.
Como fue notorio, elegí no editorializar en torno a Gaza, Siria, o incluso Eurovisión. Llegaron a mi pantalla los dos maravillosos artículos que tradujo Daniel Rosenthal para TuMeser: el de Yossi Klein Halevi y el de Donniel Hartman. ¿Qué más había que decir cuando ellos lo dicen tan bien? Ellos representan, tal vez por ser académicos y filósofos, por sobre su rol de comunicadores, la urgente necesidad de un equilibrio sutil pero sostenido entre valores y seguridad. Ambos han perfeccionado su discurso en torno a estos temas; ahora nosotros debemos perfeccionar nuestra capacidad de aprehenderlo e integrarlo.
Mientras tanto, agradezco que las fronteras, en aquella mi otra patria, estén más quietas estos días de Shabat y Shavuot de modo de poder celebrar y pensarnos como pueblo un poco más corridos desde un lugar de guerreros a un lugar de estudio y sabiduría, de Torá. Si quiero, por un rato al menos, distraerme de toda esa paradoja judía que es por un lado el estudio de las fuentes y por otro la permanente justificación de nuestra existencia, cuento con los cuentos de hadas que me llegan de Europa. Ellos recrean el mito de la Cenicienta cada tantas generaciones. Antes fue Grace Kelly, ahora es Meghan Markle. Parafraseando a un amigo mío, hay un mundo distinto, pero no sólo es más caro, es más superfluo, más hipócrita, y es anacrónico.
Así como es mejor ser sano y rico que pobre y enfermo, es mejor ver casarse a Meghan y Harry que palestinos arremetiendo contra una cerca e israelíes viéndose obligados a defender su país. “Así está el mundo, amigos”.