Extremismo
David Brooks, The New York Times, 17 de mayo de 2018
Como ustedes saben, cada uno ve al Medio Oriente a través de los lentes de su propia narrativa. Los conservadores lo ven a través de la narrativa de “primera línea en la guerra contra el terror” y defienden las acciones de Israel en la valla fronteriza de Gaza esta semana. Los progresistas lo ven a través de la narrativa de la “opresión colonialista continuada” y condenan esas acciones.
Yo veo la situación a través de la narrativa de “el extremismo corrompe a todos”. Mi narrativa comienza con la idea de que la creación del estado de Israel fue un logro histórico que involucra una equivocación histórica: el desplazamiento de 700.000 palestinos. Durante dos generaciones, en lo que podemos llamar la era Yitzhak Rabin, los líderes de Israel y de los palestinos intentaron, a veces de forma disfuncional y sangrienta, abordar esta equivocación y encontrar dos patrias en torno a las fronteras anteriores a 1967. Pero en algún momento de la década de 1990, se produjo un cambio mental. El extremismo creció del lado israelí, ejemplificado por el ultranacionalista que asesinó a Rabin, pero del lado palestino estalló. El extremismo palestino asumió muchas de las formas reconocibles del extremismo en todas partes.
Primero: la pregunta pasó de “¿Qué hacer?” a “¿A quién culpar?” Los debates fueron menos sobre cómo dar pasos hacia un futuro en el cual fuera posible vivir y más sobre quién es responsable de los pecados del pasado. La condena moral se convirtió en la actividad central, con la reivindicación como objetivo final. Segundo: el sueño de la victoria total se convirtió en el único sueño aceptable. En un ambiente político normal, ciertos debates de larga duración nunca se resuelven realmente; en cambio, las partes involucradas logran un acomodo que funciona al momento. Pero los extremistas dejan de intentar la obtención de victorias parciales, insistiendo en que algún día obtendrán todo lo que quieren, que algún día el otro bando desaparecerá mágicamente. Tercero: los extremistas, con el tiempo, reemplazan el pensamiento estratégico con el pensamiento teatral. El pensamiento estratégico tiene que ver con la relación entre medios y fines: ¿cómo utilizamos lo que tenemos para llegar a donde queremos ir? El pensamiento teatral es a la vez más cínico y más mesiánico: ¿cómo creamos una actuación que represente un martirio para mostrar al mundo cuán oprimidos estamos?
La política palestina ha cambiado. Cambió del pensamiento de 1967 al pensamiento de 1948. Si uno lee el discurso del líder palestino Mahmoud Abbas del 30 de abril o gran parte de los comentarios publicados durante la semana pasada, está claro que algunos palestinos poderosos ahora creen que la creación del estado de Israel es una equivocación que es necesario abordar, y no la expansión y la ocupación. Rechazaron el incrementalismo. Después de que Israel se retiró de sus asentamientos en Gaza, los palestinos podrían haber declarado una nueva apertura, aprovechando la afluencia de ayuda humanitaria. En cambio, eligieron a Hamas, una organización que incluye el exterminio del estado de Israel como un objetivo existencial. Gastaron recursos que podrían haber mejorado su infraestructura para en cambio financiar misiles y túneles terroristas. Finalmente, perdieron toda conciencia estratégica. Yasir Arafat fue un terrorista, pero al menos usó el terror para ganar concesiones prácticas. Las acciones de hoy (los ataques con cuchillos, la manipulación de los manifestantes para derribar la cerca fronteriza) tienen poco valor militar o estratégico. Son emprendimientos en un teatro suicida.
Cuando uno se enfrenta a un extremista, tienes dos opciones: contrarrestar la mentalidad extremista con la mentalidad propia o rechazar esa mentalidad y redoblar el pragmatismo. A la larga, Israel ha tomado el primer camino. El cambio de la política de Rabin y Shimon Peres a la de Benjamin Netanyahu y Avigdor Lieberman es un movimiento desde el pluralismo al etnocentrismo, desde el combate incesante a la segregación. Es un pasaje del duro realismo al pensamiento mágico de que los palestinos desaparecerán de alguna manera.
Es claramente en interés de Israel alejar a los palestinos del extremismo y debilitar a los extremistas en sus propias filas. Y, sin embargo, a veces las políticas israelíes parecen insensiblemente diseñadas para garantizar una respuesta extremista. Consideremos los eventos de esta semana. Durante meses, las fuerzas de seguridad israelíes habían estado advirtiendo al primer ministro y al ministro de defensa que Gaza estaba en modo de crisis y pronta a estallar. Hamás había señalado desde hacía mucho tiempo que haría exactamente lo que hizo en la cerca de Gaza el lunes, incitando a una invasión fronteriza masiva. Hubo tiempo de sobra para buscar cómo manejar a las multitudes sin derramamiento de sangre. “Y, entonces, la pregunta principal”, preguntó Amos Harel en Haaretz, “es ¿qué hizo Israel para evitar este baño de sangre antes de que sucediera? La respuesta es que no se hizo casi nada”.
Ese es el problema con el extremismo: es una huida de la realidad. Te hace más estúpido. En lugar de trabajar con inteligencia para promover tus propios intereses en un contexto cambiante, terminas gritándole al viento tus propias justificaciones morales. En lugar de reafirmar tus propios valores, en pro del pluralismo, de un compromiso, de la paz, terminas siendo otro factor que revuelve las aguas y las ensucia.
Mi narrativa no exime a los palestinos de la responsabilidad por sus elecciones. Pero no libera a los israelíes de su responsabilidad por su fracaso en enfrentar adecuadamente el extremismo. El extremismo es naturalmente contagioso. Para combatirlo, ya sea en casa o en el extranjero, tienes que responder a los gritos furiosos con una oferta respetuosa. Parece antinatural. Pero es el único camino.
Traducción: Daniel Rosenthal