Narrativas desencontradas

Yossi Klein Halevi, Los Angeles Times, 13 de mayo de 2018

La aparentemente interminable guerra entre palestinos e israelíes no sólo tiene que ver con cuestiones sustantivas de fronteras y territorio y soberanía. Es, en esencia, una guerra de narrativas que compiten entre sí. Esta semana, mientras los israelíes celebran 70 años de victoria sobre los repetidos intentos de destruir el renacimiento milagroso de la soberanía judía y los palestinos lloran 70 años de derrota, desplazamiento y ocupación, cada bando se aferra a su historia fundacional como una afirmación de su propia existencia.

Una de las razones por la cual la paz entre israelíes y palestinos ha sido tan elusiva es que los elementos reales del conflicto – fe memoria, identidad – han quedado en gran parte sin ser abordados. Los diplomáticos enfocan sus esfuerzos, hasta ahora inútiles, en los problemas tangibles que dividen a las dos partes. Pero ésta es una pelea por intangibles. Recientemente participé en un panel con la activista por la reconciliación palestina Huda Abuarquob, de la Alianza para la Paz en el Medio Oriente. Un miembro de la audiencia nos preguntó: ¿Por qué israelíes y palestinos no pueden olvidar el pasado y concentrarse en el futuro? Instintivamente, Huda y yo casi gritamos al unísono: “¡Imposible!”

Fue un momento revelador sobre la desconexión entre Occidente y el Medio Oriente. Para la gente del Medio Oriente, judíos y árabes por igual, nosotros somos nuestras historias. Estamos formados por las memorias acumuladas durante milenios; somos contemporáneos de nuestros antepasados. Por ejemplo, tanto árabes como judíos, valoramos a nuestro ancestro Abraham/Ibrahim, no como un patriarca mítico sino como un ejemplo existente de fe y perseverancia. Y no menos que nuestros recuerdos exaltados, estamos formados por nuestros traumas colectivos.

Al ingresar a la octava década del conflicto, las dos partes están más separadas que nunca. Los palestinos ven que la expansión de los asentamientos en Cisjordania erosiona las posibilidades de una solución de dos estados. Mientras tanto, los israelíes son testigos de la constante negación del derecho a existir de su país, transmitida por los medios, las escuelas y las mezquitas palestinas. Y con la apertura de la embajada de EE. UU. en Jerusalem, la violencia en Gaza y Cisjordania probablemente se intensificará. Y, sin embargo, a pesar de todo el fatalismo en ambos bandos, el Medio Oriente está en medio de un proceso de cambio de mayores dimensiones que nunca antes. El temor a un Irán imperial está uniendo a Israel y al mundo árabe sunita. La masiva represalia de Israel contra las bases militares iraníes en Siria la semana pasada fue recibida con tranquila satisfacción en las capitales árabes. Los medios controlados por el gobierno de Arabia Saudita publican denuncias de antisemitismo en estos días, y el príncipe heredero Mohamed bin Salman ha declarado que no hay ningún obstáculo islámico para reconocer la legitimidad de Israel. También ha criticado públicamente a los líderes palestinos por rechazar las propuestas israelíes del pasado para una solución de dos estados.

Esta atmósfera radicalmente cambiante requiere un nuevo lenguaje conceptual para la paz. Cada bando tendrá que honrar la narrativa del otro. Eso significa que los israelíes deberán reconocer la ruptura del pueblo palestino y la destrucción de su tierra natal. Eso también significa que el mundo árabe deberá reconocer la destrucción de las antiguas diásporas judías en el Medio Oriente: un millón de judíos expulsados, por lo que hoy apenas son un recuerdo, desde Yemen, pasando por Marruecos, hasta Irak.

Junto con el respeto por las heridas del pasado, es necesario que reconozcamos los reclamos territoriales maximalistas de ambos pueblos. Cada uno puede presentar un argumento convincente de por qué la totalidad de la tierra entre el río Jordán y el mar Mediterráneo pertenece por derecho a su bando. Para un palestino cuya familia huyó de Jaffa cerca de Tel Aviv, lo que ahora es el estado de Israel siempre será parte de Palestina. Y para mí, como judío religioso, Cisjordania no es territorio ocupado sino Judea y Samaria, el corazón bíblico de mi tierra natal. Entiendo por qué los mapas palestinos excluyen la palabra “Israel” porque en mi mapa emocional, no existe “Palestina”.

Pero resolver nuestro conflicto requerirá que cada bando contraiga sus sueños maximalistas, lo que significa una violación de su percepción de la justicia. Y cada uno deberá reconocer el sacrificio del otro. Un exitoso proceso de paz del Medio Oriente – no uno de estilo occidental – también se basaría en el lenguaje religioso. En el pasado, los diplomáticos trataron de eludir las poderosas sensibilidades religiosas de ambos bandos para alcanzar un compromiso “racional”. Pero para nosotros, un proceso de paz entre élites secularizadas carece de legitimidad. Los rabinos e imanes moderados deberán estar dispuestos a buscar en sus respectivas tradiciones para justificar el doloroso compromiso. Esto no es exagerado: las reuniones entre líderes religiosos israelíes y palestinos se han producido en silencio, incluso cuando las conversaciones entre los líderes políticos colapsaron.

Finalmente, cada bando necesita reconocer el derecho del otro a definirse a sí mismo como un pueblo con derecho a una soberanía nacional. En el bando palestino, uno de los grandes obstáculos para la paz es aceptar que los judíos no son sólo miembros de una religión, sino un pueblo. En conversaciones con palestinos de todos los niveles de la sociedad, he escuchado repetidamente el mismo estribillo: no tenemos ningún problema con ustedes como minoría religiosa, pero no podemos aceptar su invención como una nación. En el bando israelí, gran parte de la derecha niega la existencia de un pueblo palestino, insistiendo en que es una identidad artificial cuyo único propósito es socavar a Israel. Sin embargo, la mayoría que sí reconoce la legitimidad de la identidad nacional palestina, comprensiblemente teme la creación de un estado palestino cuando no hay señales de reciprocidad.

Sin ilusiones sobre un avance inminente, israelíes y palestinos pueden crear una infraestructura para la reconciliación que sea coherente con nuestros valores y culturas. Ningún poder externo, por bien intencionado que sea, puede hacer ese arduo trabajo por nosotros. Necesitamos escuchar las narrativas del otro y reconocer que dos demandantes legítimos comparten esta tierra torturada entre el río y el mar. Setenta años después, aún no existe otra opción.

Traducción: Daniel Rosenthal