Atzmaut @70

Si bien el primer Exilio definido como tal es el de Babilonia en 585 BC, de alguna manera los judíos siempre hemos vivido en exilio: de allí venimos (la tierra de los Caldeos de la que llega Abraham), y allí vamos en épocas de hambruna o necesidad (Egipto). Sin embargo el exilio siempre connota imperfección: de Egipto nos liberarnos para fundarnos como nación, a la vez que celebramos las festividades un día adicional cuando no estamos en la Tierra de Israel.  El exilio es parte de lo que somos pero al mismo tiempo en él nos reconocemos imperfectos.

Por el contrario, el Sionismo y la creación del Estado hace setenta años son el punto culminante de la promesa divina a Abraham, los Patriarcas, a Moshé,  y  al pueblo: hay una tierra que también es parte esencial de lo que somos. Dejando de lado las discusiones sobre fronteras, es una franja de tierra entre el Mediterráneo y el Río Jordán, desde el Líbano y hasta el Sinaí. Si bien la fuente de esta afirmación es la Biblia, en lo personal no implica una revelación sino una percepción, una noción de uno mismo. Quien sea que se inscriba en nuestra tradición sabe que hay un trozo de tierra en el mundo a la cual pertenecemos y nos constituye. Esto es así desde “Lej-lejá” en Génesis 12:1 y hasta nuestros días. Sólo que no lo llamamos Sionismo hasta finales del siglo XIX.

La historia judía puede leerse en tres grandes etapas: hasta el 135 EC; desde entonces hasta finales del siglo XIX; y desde hace ciento veinte años a la fecha. Hasta la destrucción definitiva de Jerusalém como ciudad judía a manos de los romanos la historia judía es un esfuerzo permanente y denodado, con suerte diversa, por la construcción de una soberanía nacional. Desde el siglo I y hasta el XIX de la era común, la historia judía es la perseverancia en una soberanía sin territorio ni espacio público judío; esos diecinueve siglos por cierto nos definen. Desde la creación del movimiento sionista y las primeras colonias en la Tierra de Israel, volvemos a la construcción de una soberanía nacional, territorial, y de espacio público: un Estado.

Al día de hoy casi la mitad de los judíos viven en Israel, otra “mitad” vive en los EEUU, y el resto en todo el mundo. Seguimos siendo un pueblo definido por la dicotomía soberanía-exilio. Exceptuando los ochenta años de las monarquías davídicas, donde la historia y el mito se confunden, creo que nunca el pueblo judío había logrado el nivel de soberanía que ha logrado hoy con un Estado que cumple setenta años: no exento de problemas, pero ciertamente pujante, fuerte, y creativo. Las amenazas permanecen intactas: siempre hay enemigos formidables en el entorno y siempre hay divisiones internas inquietantes; Irán no es una simple fantasía persecutoria, a la vez que las divisiones entre las corrientes denominacionales del judaísmo no tienen que envidiar a fariseos y saduceos.

Sin embargo, como judío, no tengo duda que vivimos en el mejor de los tiempos posibles. El antisemitismo vive y lucha, pero como nunca en la Historia vive y lucha el pueblo judío a través de su soberanía expresada en el Estado de Israel. No sólo es un refugio para cualquier judío perseguido, es un símbolo concreto de que Auschwitz no se repetirá.

Pero sobre todo, y lo hemos visto como nunca este año a través del streaming, Youtube, Twitter, y toda red que se nos ocurra inventar: existe un espacio público judío donde se celebra en las calles, donde las festividades religiosas son también festividades nacionales, y donde Shabat es EL día de descanso. Se llama Estado de Israel y cumple setenta años. Para nuestros padres y abuelos fue un sueño que dudo se hayan atrevido a soñar; para nuestros hijos no existe otra realidad. Acaso nuestra generación deba portar la consciencia del tiempo que nos ha tocado vivir.

Por eso, una vez más, debemos celebrar y sobre todo agradecer haber sobrevivido, existido, y llegado a este tiempo. Amén.