David Fremd Z’L

“(… se me ha muerto como del rayo…)

Así comienza el poeta Miguel Hernández su “Elegía”: entre paréntesis, como pidiendo permiso para honrar al amigo. Pido permiso para intentar unas líneas a dos años de la muerte de David Fremd, Z’L. Es muy tentador y bastante fácil apoderarse del dolor ajeno para convertirlo en memoria colectiva, en el mejor de los casos, cuando no en panfleto demagógico. Tratando de ceñirse a los criterios más respetuosos, sin el mero afán de sumar tragedias al collar que como yugo llevamos al cuello, recordar aquel momento tiene algo de mandato a la vez que mucho de respeto. Nosotros los judíos, que tanto empeño ponemos en recordar, no podemos permitir que aquella tragedia “aislada”, como muchos la han entendido (yo no) se pierda en los anales del tiempo de los judíos uruguayos; del mismo modo, no podemos cruzar la delgada línea entre la memoria y la sensibilidad de los dolientes.

Aquella tarde del 8 de marzo de 2016 un rayo partió el tiempo de una familia, una comunidad, un pueblo, y un país, a la vez que acabó con el tiempo de una persona. No fue un accidente inesperado sino un asesinato premeditado. Diga lo que diga la justicia, todos sabemos que el filo que partió la tarde como un rayo tenía un destino declarado (matar un judío) y un motivo fundamentado (la supuesta y promovida saña de Israel con el pueblo palestino). En el asesinato de David Fremd Z’L no hubo nada aislado, nada espontáneo, nada “loco”. Fue el punto culminante, desfasado en el tiempo, de la crisis que supuso el enfrentamiento en la frontera entre Gaza e Israel en 2014 y sus consecuencias políticas en nuestras orillas en el Río de la Plata. Fue un episodio entre muchos: justicieros solitarios que, cuchillo en mano, salían a asesinar judíos: en las mismas veinticuatro horas sucedió en Jerusalém y en Paysandú.

El rayo también partió el tiempo en Ramat Gan y en Montevideo. Las agónicas horas que detuvieron la respiración en Paysandú aquella tarde aceleraron los corazones y las decisiones de los afectos que estaban lejos. Porque los judíos siempre tenemos alguien lejos, alguien siempre debe correr para acudir ante la tragedia. Desde el estupor y el descrédito, desde el inconsciente deseo de que todo fuera una pesadilla, hubo que decir presente. Presente ya ante la ausencia cierta, definitiva. Vaya rayo aquel, que sacudió el mundo de Este a Oeste y de Norte a Sur.

Vaya rayo que atravesó el Uruguay de Paysandú a Montevideo atravesando el Río Negro, dibujando una enorme cruz de desaprobación y rechazo. Vaya rayo, que cuando fue momento de dar el adiós definitivo, multitudinario, se había desencadenado una tormenta de lluvia que no cejó en su empeño solidario en todo el día. Ese día el Uruguay, literalmente, lloró a mares.

No suelo escribir sobre antisemitismo y persecución. Me preocupa más cuando nos tornamos perseguidores y xenófobos. Tal vez equivocado, reconozco en el antisemitismo una condición casi inherente a lo judío; más leo historia, más me convenzo. Sin embargo, me sublevan hechos puntuales, que exceden el espacio ideológico y tocan arbitráriamente las vidas de las personas: recientemente, y salvando las diferencias, Valizas; y por supuesto, el asesinato en Paysandú. Debo admitir, sin embargo, que la escalada de opinión pública que se inició en Julio de 2014 desde los medios de prensa, algunos editoriales, las pintadas en las paradas de ómnibus, las redes sociales, y como si no alcanzara, la bufanda del Canciller y la palabra “genocidio” en boca del Presidente de la República, son todas causas de la tragedia de la familia Fremd, la comunidad judía sanducera, la ciudad y el país todo. No fue un “lobo solitario”: una manada exacerbada llevó a que un lobo matara.

Con esto de los rayos pasa eso: uno sabe que existen, sabe que muere gente por su causa; pero los subestimamos. Creemos que estamos armados para protegernos de la naturaleza. Pero no: alcanza sólo un momento para que un rayo se descuelgue y mate. Alcanzó un cuchillo y una mano que lo empuñe, y de nada sirvió la cultura cívica nacional, la tolerancia de la que nos jactamos, la tenaz diplomacia entre Uruguay e Israel, ni la benévola indiferencia de la mayoría de los uruguayos hacia sus compatriotas judíos. Alguien en algún momento desató la tormenta y no sabíamos si algún rayo sería fatal o no. Pues uno lo fue.

Estos días de marzo deberían ser un tiempo para pensarnos. No sólo como víctimas milenarias del antisemitismo sino como parte de un país que no está libre de sus consecuencias. Tal vez no podamos erradicar el odio pero bien podemos empeñarnos en generar pararrayos: cómo absorber el impacto de la furia irracional, cómo sostener nuestra razón de ser, nuestra narrativa colectiva, y la alegría de ser lo que somos: judíos.

De lo que yo lo conocí (me faltarán años y vivencias para habernos conocido más), me consta que David (Z’L) no generaba furia sino afecto, que se empeñaba en sostener la vida civil y judía sanducera, y que disfrutaba plenamente de lo que era: un judío querido, muy querido, en su Paysandú, su hogar.

Que su memoria permanezca entrelazada con el flujo de la vida.