La Ceremonia por Rabin: otra mirada.
Gideon Levy, Haaretz, 5 de noviembre de 2017
Durante las últimas dos semanas, el país ha estado alborotado, una vez más, debido al asesinado líder. Veintidós años después de su asesinato, la manifestación conmemorativa anual por Yitzhak Rabin, que tuvo lugar el sábado por la noche, sigue desatando severos desacuerdos, la mayoría de ellos inventados, casi todos por trivialidades, y este año esto ha ocurrido más que nunca. Durante una semana, la gente discutió sobre la omisión de la palabra “asesinato” en los anuncios; otra semana estuvo dedicada a combatir el hecho de que un colono había sido invitado. Un movimiento político que jamás levantó un solo dedo en contra de los asentamientos, y que, de hecho, es su padre fundador, se despertó por un momento y luchó valientemente contra el discurso de un colono.
Una manifestación que nunca fue importante o influyente, que fue simplemente el último punto de apoyo de un movimiento que fue destruido hace mucho tiempo, se ha convertido en un evento nacional. Los restos del movimiento se aferran con la punta de los dedos a la manifestación, como si fuera un antiguo ritual religioso de memoria y purificación. Y ellos saben por qué. Aparte de la manifestación, no queda mucho. Sólo está ese gran evento anual, una señal de que el campo de la paz está vivo y coleando, luchando por sus principios y peleando por el carácter del país. Los últimos estertores. Así como Rabin el hombre estaba lejos de ser Rabin el mito, el campo que está luchando por el podio en la Plaza Rabin está lejos de su propia imagen de sí mismo. Ya es hora de dejar de mentir.
Esta manifestación es el Iom Kipur del movimiento destruido. Así como los judíos religiosos pecan todo el año y creen que el himno “Ábrenos una puerta” borrará todas sus iniquidades, el campo de la paz, que no lucha por nada, cree que cantando “Voy a llorar por ti, sé fuerte en el cielo” una vez al año en la plaza, lo limpiará de sus vergonzosos pecados de silencio y apatía, de apartar los ojos y no hacer nada. Cuanto más vacío y débil se torna este campo y más se arrastra hacia la derecha, más tormentosa se vuelve la batalla sobre la naturaleza de la ceremonia. Las cuestiones organizativas se han vuelto ideológicas. Se pelean como leones sobre quién será invitado; se alzan en santa ira contra cada palabra del anuncio. El vacío ideológico tenía que ser llenado con algo. La manifestación es lo que lo ha llenado.
Tuve el privilegio de conocer a Rabin bastante bien durante varios años, y lo admiré y aprecié mucho. Trabajé con Shimon Peres y sentía celos del personal de Rabin, el personal del enemigo, porque lo amaban. Hasta el día de hoy todavía tengo dos notas que me escribió. Ésta es una, del 13 de junio de 1982: “A Gideon Levy, por la presente devuelvo, con agradecimiento, los 200 shekels que te pedí prestados el viernes”. Toda esa sencillez y modestia, que hoy parecen inimaginables, están en esta nota garabateada por el ex y futuro primer ministro, que no tenía ni una sola moneda en el bolsillo para pagar un taxi que lo llevara a su casa el viernes. La segunda nota es personal, y aún más conmovedora.
Todo lo que se puede decir sobre su integridad, su liderazgo, su modestia y su seriedad, ya ha sido dicho. Dio varios pasos valientes, pero no fueron lo suficientemente atrevidos. No fue el Mahatma Gandhi de Israel, como se le pinta en la mitología que creció a su alrededor; estuvo muy lejos de serlo. Su asesinato, sus herederos y el vacío que dejó su asesinato han inflado su imagen a proporciones legendarias. Esta inflación ha sido nutrida por la izquierda sionista con el fin de inflar la imagen que ese campo tiene de sí mismo. La ecuación es simple: si Rabin fue un guerrero legendario por la paz, entonces el campo que lleva adelante su recuerdo siempre es un campo de paz, y no menos resuelto.
Esto no tiene fundamento ninguno. El asesinato de Rabin no es lo que asesinó a la paz, y los que llevan adelante el duelo por él no han avanzado hacia ningún objetivo desde entonces. Por lo tanto, las manifestaciones no sólo son superfluas y huecas, sino que también son dañinas. Crean una fachada, como si un campo que ya no existe realmente todavía estuviera aquí. Como si la reunión anual en la plaza, que está desierta durante la mayor parte del año, fuera suficiente para convertir la nada en un campo que lucha por la paz. La mañana después de la manifestación, una vez disipado el éxtasis, la realidad debería pegarles en la cara: los miembros del movimiento juvenil con sus camisas azules que ya hace mucho tiempo dejaron de avanzar; los niños de las velas que han crecido, pero no han tenido ningún impacto; los ancianos que todavía recuerdan, pero no hacen nada más que evocar con nostalgia. La realidad es que no hay un campo de la paz significativo en Israel. Aparte de unos pocos grupos determinados y admirables, no hay una oposición real al gobierno ni una oposición real a la ocupación.
Por lo tanto, no hay ninguna posibilidad de que se produzca un cambio desde dentro. La ceremonia ha terminado.
Traducción: Daniel Rosenthal