El ascenso de la derecha en Israel
Chemi Shalev, Haaretz 18 de octubre de 2017
El plan que se ha divulgado para declarar ilegal a la ONG anti-ocupación “Breaking the Silence” (Romper el Silencio) es una indicación del gobierno de mano dura y de la democracia debilitada de Israel. Sería considerado una noticia de último momento si no fuera por el hecho de que en realidad es sólo más de lo mismo. La inclusión en la lista negra de “Breaking the Silence”, que seguramente serviría como una puerta de entrada para la prohibición de más disentimientos, es parte del asalto general de la derecha contra la democracia liberal que Israel alguna vez aspiró a ser. Al igual que la afirmación (aparentemente falsa) de que una rana tolerará que el agua se caliente hasta que se muera hervida, la opinión pública israelí, incluida la parte que se suponía que ofrecería resistencia, se ha adaptado al desmantelamiento en etapas de la democracia del país. Si y cuando el público se despierte, bien puede ser demasiado tarde.
La embestida está siendo ejecutada en muchos frentes. Es una campaña calculada e integrada. Para permitir que el gobierno promulgue leyes antidemocráticas según lo considere conveniente, primero debe revocar la autoridad de la Suprema Corte de Justicia para anular la legislación de la Knesset. Para disminuir las potestades de la corte, el ministro de justicia intenta recortar sus alas a través de la legislación, mientras sus compañeros miembros de la coalición deslegitiman las decisiones y la integración de la Suprema Corte. Sin la amenaza de la anulación por la Suprema Corte, los legisladores de derecha pueden comenzar a soñar con transformar la democracia israelí en la etnocracia judía que ellos desean. Para justificar la restricción requerida de la igualdad y de los derechos civiles, los árabes israelíes son retratados como una Quinta Columna, los opositores de la ocupación se convierten en colaboradores de los terroristas y los manifestantes en pro del imperio de la ley son apodados anarquistas y acosadores. Mientras tanto, el comisario de educación del gobierno trata de editar la libertad académica para que se ajuste a la política del gobierno y su zar de la cultura amenaza el sustento de los artistas que desafíen el dogma y se opongan a la convención de la derecha.
Los esfuerzos del primer ministro Benjamin Netanyahu por salvarse de lo que cada vez más parecen ser formulaciones de cargos penales, probablemente sólo agreguen combustible al fuego que ya está consumiendo a la democracia israelí. Un primer ministro frenético y perseguido que ejecuta una vendetta personal contra los medios y el sistema legal para su propia supervivencia es un elemento crucial en la revolución antidemocrática. De este modo, la coalición permanece en silencio cuando Netanyahu ataca a la policía, al igual que mira hacia otro lado cuando intenta intimidar a los fiscales del Ministerio de Justicia que posiblemente lo procesarán, por no mencionar el éxtasis que envuelve a los derechistas cada vez que Netanyahu trata de atormentar a los medios. Lanza amargas agresiones personales contra periodistas, al igual que Donald Trump a toda máquina; abre y cierra estaciones de radiodifusión públicas, como Nicolae Ceausescu de Rumania o Recep Tayyip Erdogan de Turquía; impone regulaciones o relaja las reglas para enviar un mensaje a los reporteros – pero principalmente a quienes pagan sus salarios – indicándoles que la exposición de los resultados de una investigación y las críticas mordaces podrían no ser el camino más corto hacia la fama y la fortuna.
El frenesí por romper y aplastar, que como se vienen dando las cosas alcanzará su apogeo en la próxima sesión de invierno de la Knesset, es compartido por políticos cínicos y verdaderos fanáticos. Los primeros buscan titulares que capturen a sus votantes incitados, pero estos últimos representan una visión integral del mundo que desprecia los valores occidentales y liberales y busca reemplazarlos con un régimen autoritario en el que los judíos reinen de forma suprema. Quieren discriminar entre judíos y árabes sin que los liberales viscerales se interpongan en su camino, para hacerse de tierras palestinas mientras que la Suprema Corte está acurrucada con temor en su rincón y para seguir manejando la ocupación en la oscuridad, sin los desinfectantes rayos solares ocasionalmente derramados por las ONG como “Breaking the Silence” y “B’Tselem”.
Esta agresiva campaña se nutre de la perpetua autovictimización de la derecha, orquestada y dirigida por el propio Netanyahu, y por la arrogancia de los políticos del Likud – y aún más la de los del partido nacional-religioso Habayit Hayehudi (Casa Judía) – que no tienen reparo en socavar los valores que hicieron de Israel lo que es hoy. Tal vez su frenesí es una función de un deseo de borrar los últimos restos del Israel en cuya creación y consolidación sus movimientos políticos jugaron solamente un rol menor. Una vez que se cumpla la misión, los destructores y demoledores internos de la revolución sionista que creó el estado podrán seguir fingiendo que son sus hijos y sucesores.
Traducción: Daniel Rosenthal