Certeza & Tolerancia
Donniel Hartman, The Times of Israel, 26 de setiembre de 2017
Como muchos de ustedes, estoy llegando a este Año Nuevo y a este Iom Kipur con un peso en el corazón. Ashamnu. Hemos pecado. Hay mucho que no está bien, no está como debe ser o no está como puede ser. Nuestras comunidades están llenas de ira, miedo, odio, dolor y acritud.
Nuestra tradición nos ha impuesto una pesada carga. La expiación sólo se puede alcanzar cuando se acompaña de un compromiso de cambiar el comportamiento propio. La carga es doblemente pesada, porque no somos meramente responsables de nuestras fallas individuales, sino también de las de nuestras sociedades. Ashamnu. Hemos pecado. Iom Kipur no es simplemente un día de oración en busca del perdón Divino, sino un día para asumir la responsabilidad por el mundo que hemos creado.
Hay tantos lugares para comenzar este proceso, y para aquellos que no saben por dónde, el libro judío de oraciones proporciona orientación. Ashamnu. Bagadnu. Gazalnu. Dibarnu dofi. Hemos pecado. Hemos traicionado. Hemos tomado lo que no es nuestro. Hemos difamado.
Este año, comenzaré con el pecado de certeza. La certeza de que yo soy el dueño de la verdad y el otro no. La certeza de que yo tengo razón y que el otro está equivocado. La certeza de que yo soy bueno y el otro malo. La certeza de que yo amo a mi país y el otro no.
Dios nuestro y de nuestros padres, no somos tan insolentes ni tan obstinados como para afirmar en Tu presencia que somos justos y que no hemos pecado; porque como nuestros antepasados antes que nosotros, sí hemos pecado. (Majzor de Iom Kipur)
La realidad de lo que es diferente es algo inherente a toda estructura social. Miembros, adherentes o ciudadanos, que se unen o están unidos por sangre, raza, género, ideología, religión, cultura o nacionalidad, inevitablemente se encuentran discutiendo sobre cuestiones menores y mayores sin estar de acuerdo sobre ellas. Las diferencias son una realidad permanente e inevitable de la vida. Por sí mismas, no socavan la cohesión social. Lo que sí amenaza la unidad, es cómo respondemos a la realidad.
Las tres herramientas conceptuales para reflexionar sobre la diferencia son el pluralismo, la tolerancia y la anormalidad. Cuando los que son diferentes son clasificados como anormales, la posibilidad de una sociedad compartida con ellos llega a su fin. Es aquí donde el pecado de certeza extiende su destructivo veneno. La arrogancia de la certeza nos permite rechazar y avergonzar a aquellos que no comparten lo que nosotros consideramos que es la verdad, y desplazarlos a los márgenes de la sociedad, cuando no directamente fuera de ella. Armados con la certeza, los actos de flagrante agresión se visten con las prendas de la autopreservación y se aprueban como actos de lealtad grupal.
Un tipo diferente de certeza se desarrolla en la categoría del pluralismo. Somos pluralistas hacia esas diferencias que asumimos que tienen un valor equivalente a nuestras propias posiciones. “Éstas y éstas son las palabras del Dios viviente”. Con el pluralismo, acomodamos las diferencias que creemos son equitativamente auténticas y que podemos asociar como estando a la par con nuestra verdad, nuestro conocimiento y nuestras creencias. Éstas y éstas son las palabras del Dios viviente, pero no aquellas y aquellas otras. Y los que decidimos somos nosotros.
El peligro que conlleva el pecado de certeza es que intenta crear una vida social únicamente en torno a las categorías de pluralismo y anormalidad. Aquella diferencia a la que yo atribuyo algún valor la integro y acojo como mi amiga, pero aquella diferencia a la que no, la rechazo y la condeno al ostracismo como mi enemiga. Yo y mi certeza somos los árbitros finales de quién está dentro y quién está fuera, quién es valorado y quién no, quién debe ser cuidado y quién no, quién debe ser respetado y quién vilipendiado.
Es la tolerancia, esa categoría a menudo menospreciada, la que está ausente con mayor frecuencia del discurso social contemporáneo. Uno no tolera lo que valora, sino lo que uno piensa que es incorrecto. La tolerancia sólo puede arraigarse en aquellos lugares en los que podemos renunciar a nuestra pretensión de certeza. ¿Por qué tolerar lo que creo que está equivocado? Porque sé que es posible que mi creencia también esté equivocada. Porque creo que la verdad, el conocimiento y la iluminación sólo crecerán cuando exponga mi certeza a la crítica del otro. Cuando esté abierto a aprender de las verdades, el conocimiento y la experiencia del otro.
¿Por qué tolerar lo que creo que está equivocado? Porque yo y aquellos como yo no tenemos el monopolio de la “verdadera” identidad de nuestra sociedad. Es de ellos tanto como lo es nuestra. Estamos destinados a vivir con aquellos que creen y hacen lo que consideramos intolerable. En algunos casos, el enjuiciamiento de la anormalidad es a la vez requerido y necesario, y sin límites, nuestras sociedades se disolverán y perderán cualquier propósito, significado e identidad.
La cuestión es cuál es la diferencia que toleramos y cuál no. El pecado de certeza nos ciega a esta pregunta y nos hace incapaces de tal discernimiento. ¿El precio? El precio es el discurso y el comportamiento social disfuncionales y nocivos que dominan nuestras vidas hoy en día.
Dios nuestro y de nuestros padres, no somos tan insolentes ni tan obstinados como para afirmar en Tu presencia que tenemos certeza.
Traducción: Daniel Rosenthal