Voces & Shofarot
No en vano ha sido un judío (mal que le pese) quien ha dicho: el sapiens es la única especie capaz de hablar acerca de aquello que no existe (la cita es parafraseada). Si algo encaja dentro de esta aproximación a nuestra existencia es el período que iniciamos el miércoles por la tarde, la víspera de Tishre 1, 5778: Rosh Hashaná y sus diez días consiguientes culminando en Iom Kipur. La frase fundadora y central de la visión de Yuval Noah Harari acerca de nuestra Historia y existencia , tal como la plasma en su best-seller “Sapiens”, es tan simple y genérica como todas las grandes y brillantes ideas que han revolucionado la forma de pensar de la Humanidad. Como con todas las grandes ideas, no es que el judaísmo las cree o invente, sino más bien que las plasma, las expresa, y las convierte en estilo de vida.
El judaísmo es una construcción del lenguaje. En algún momento de la historia de la humanidad, como lo plantea Paul Johnson citando en su Epílogo (“Historia de los Judíos”) a Flavio Josefo, surgieron en una o más personas “ideas sobre la virtud superior a la de los otros contemporáneos” que llevaron a un intento de “modificar … las opiniones que todos … tenían acerca de Dios”. Esa fuerza transformadora, que Johnson materializa en Abraham, es en realidad una característica esencial de nuestra naturaleza judía aún hoy. Los diez días de introspección que denominamos “días terribles” o “sobrecogedores” (iamim noraim) no son meramente un “mea culpa” personal y reparador por medio de la recitación de plegarias, sino una renovación de compromiso y adhesión con valores y propósitos.
Por eso la frase esencial de Harari, “hablar sobre aquello que no existe”, aplica a ésta más que a ninguna otra festividad en el calendario hebreo. No tiene asidero histórico o mítico como Pesaj, Shavuot, o Sucot; no hay eventos ni milagros, no hay experiencia colectiva fundadora, ni experiencia colectiva de vida. Lo que fue en su origen un ritual apenas simbólico se ha convertido hoy en un ritual de sonido y palabra, Shofar y oración. Así como ya no hacemos sacrificios, tampoco liberamos chivos expiatorios. Hemos perfeccionado el lenguaje de tal modo que no precisamos más rito que escuchar. Lo demás lo llevamos dentro, en una memoria colectiva construida paradigmáticamente en más de dos mil quinientos años de práctica y perseverancia, desde aquel momento en que Ezra y Nejemia nos convocaran por primera vez después del exilio babilónico.
Harari argumentaría que no hay Dios, y por lo tanto no hay tal cosa como un libro donde ser inscriptos, ni un nebuloso castigo que nos espera si no actuamos de cierta manera ni cumplimos determinados preceptos. Diría que todo eso es “aquello que no existe” pero que, al hablar de ello, al creerlo, nos cohesiona, nos une, y nos permite construir grandes civilizaciones. Admito que tiene razón cuando nos referimos a la certeza de la existencia de Dios y todo lo que ello trae aparejado: Torá, preceptos, Halajá, denominaciones, y un discurso divisivo en el seno del pueblo judío que no es nuevo pero que se ha renovado.
El problema es que la realidad no está constituida solamente por el mundo objetivo, tangible, comprobable científicamente, ya que siempre han existido áreas que, por más tecnología que atengamos, el Hombre, el Sapiens, no puede aprehender. Es allí donde se activa el mecanismo lúdico, diría Desmond Morris, y el hombre imagina lo que no existe. Así como construyó una herramienta, sea la rueda o la computadora, construye el mito, la creencia, el valor, la superstición, la magia, y la esperanza. Todas ellas existen una vez que las incorporamos al lenguaje, por más que no tengan su equivalente en el mundo de los objetos.
Nuevamente me remito a Johnson: los judíos hemos elegido creer la historia que nos contamos. Ella está constituida de hechos objetivos y reales, sucedidos, comprobables, al mismo tiempo que de mitos, valores, y esperanza. Los mitos nos fundan, los valores nos guían y sostienen, y la esperanza nos impulsa. Ciertamente hubo un principio de las cosas, un “Bereshit”, pero Shabat es mucho más que “el séptimo día”: es un valor originado en el mito de la creación cuya preservación nos lleva a una existencia mejor y más justa.
Cuando el calendario hebreo incorpora Rosh Hashaná y Iom Kipur no está incorporando hechos históricos sino puro mito, puro valor, pura esperanza. Somos nosotros reunidos en torno a nuestro texto fundacional y normativo, la Torá, para renovar nuestro compromiso con escuchar, en forma humilde y respetuosa, no sólo las historias y desventuras de nuestros patriarcas ni las profecías de nuestros profetas, sino sobre todo el singular, ancestral, y profundo sonido del cuerno, el Shofar. Algo que no habla, pero suena, dice.
Los “días piadosos” que iniciamos este miércoles por la tarde y culminamos a la salida del Shabat Shabaton del sábado 30 están llenos de plegarias y oraciones, confesiones y alabanzas, evocaciones e historias. Las podemos entender; o no. Sin embargo, sabemos con certeza que llegará el momento de la no-palabra, el momento de los “sonidos del silencio” que cantó para siempre Paul Simon, llegará el momento del Shofar. Entonces, habremos escuchado y habremos visto y estaremos dispuestos a comenzar de nuevo.
Es probable que muchos de nosotros aún estemos buscando decir aquello que existe en nosotros pero no sabemos cómo, y por lo tanto no podemos formular. Por eso en estas fechas, y en Iom Kipur especialmente, venimos a congregarnos en el ámbito que elijamos: la sinagoga de moda, la de nuestros abuelos, el espacio alternativo, los pasillos atestados previos al final del día. Venimos a hablar “de aquello que no existe” pero sin embargo está. Tanto está escrito, tanto se escribe, tanto se dice y escucha, pero al final de cuentas, es el sonido animal de un cuerno primitivo el que expresa lo que sentimos.
Que sepamos inscribirnos en el libro de la vida.