La Política del «pero».
Donniel Hartman, Times of Israel, 23 de noviembre de 2016
Es famoso el postulado de Woody Allen que dice que, si bien Dios existe, es un incompetente. Las democracias liberales occidentales están comprometidas con los derechos humanos fundamentales, pero, por desgracia, con demasiada frecuencia muchos de nosotros logramos poco desde el punto de vista moral. Nuestras academias teóricas son faros de iluminación, pero muchos de nuestros mercados están mostrando tendencias más propias de la Edad Media. Justificar nuestra incompetencia como meras pausas temporales en nuestra “inevitable” marcha hacia el progreso moral es reconfortante. El terror global, el nuevo poder de los medios sociales, un candidato particularmente débil, el actual estancamiento económico o incluso el descubrimiento de una tribu previamente desconocida (el Hombre Blanco Indignado No Educado), todos estos factores son llevados al altar para ser ofrecidos con el fin de apaciguar nuestra conciencia moral.
Nuestras deficiencias no son, entonces, ni endémicas ni indicativas de nuestro “verdadero” ser. Más aún, su superación es simplemente una cuestión de procedimiento que se resolverá en el próximo ciclo electoral. Pero, ¿qué ocurre si nuestra escasez de logros refleja un deterioro moral mucho más profundo, uno que hemos permitido que supure en el seno de nuestras sociedades? ¿Qué ocurre si lo que tenemos ante nosotros es un desafío mucho más profundo? Nuestros estados-nación son conglomerados de múltiples subcomunidades socioeconómicas, religiosas, étnicas, de género y nacionales, tribus si se quiere. Las democracias no liberales mantienen el orden social y el mito de la cohesión nacional a través de la tiranía: el sometimiento de una tribu y su representante. Eliminemos al dictador y la opresión y el miedo que son las herramientas de su gobierno y veremos que el estado se disolverá en una guerra de todos contra todos.
Las democracias liberales ilustradas nos ofrecen un camino mejor: los derechos humanos. Todos los seres humanos están dotados de un sinnúmero de derechos y libertades inalienables que los protegen de la tiranía, ya sea de la minoría o de la mayoría. Ciudadanos, residentes, trabajadores extranjeros y refugiados, aunque no son iguales y son distinguibles ante la ley, sin embargo, llevan consigo un conjunto de derechos que nos obligan a todos y evitan que se conviertan política, legal y moralmente en invisibles. Sin embargo, a pesar de nuestras diferentes constituciones y cartas de derechos, nuestros estados-nación albergan a tribus que se sienten cada vez más amenazadas y en peligro. A veces sus vidas, a menudo sus libertades, y ciertamente su capacidad de buscar la felicidad, están en peligro. Estamos teniendo escasos logros.
Mucho se ha escrito acerca de la política del miedo y sus catastróficas consecuencias morales. El miedo no es más que una emoción humana activada por un peligro real o imaginario. Es un modificador de la visión. En sicología evolutiva es una de las herramientas esenciales para la supervivencia, ya que priorizamos nuestras propias necesidades inmediatas y las ponemos en primer lugar. Bajo la nube de la política del miedo, los derechos de los “otros” pueden dejar de ser inalienables a medida que los más aptos se esfuerzan por sobrevivir. Bajo la política del miedo, podemos llegar a tener una justificación moral, a pesar de oprimir a los demás. La política del miedo, sin embargo, no es más que una subcategoría de un fenómeno mucho más grande y moralmente más exigente y menos reconocido: la “política del pero”. “Sí, pero” es un juego conocido que jugamos con los demás y con nosotros mismos con el fin de neutralizar críticas y desoír consejos y para sostener nuestra forma de comportamiento actual, nuestro statu quo, si se quiere. “Yo sé que tengo que hablar con mi hijo sobre su adicción, pero no va a cambiar nada”. “Sí, pero” no se limita a garantizar en este caso que el niño no va a cambiar, sino algo mucho más significativo: yo no necesito cambiar mi forma habitual de comportarme.
La política del pero adopta muchas formas particulares, dependiendo de la sociedad y de la ocasión. En Israel se parece a algo como esto: creo en la libertad de religión, pero necesito conservar mi coalición. Estoy comprometido con la igualdad para todos los ciudadanos de Israel, judíos y árabes, pero la seguridad es lo primero. Más que nadie, los judíos deberíamos ser sensibles a las necesidades de los refugiados, pero necesitamos preservar a Israel para que siga siendo un estado judío. Nadie ama la paz más que nosotros, y por lo tanto estoy comprometido con la solución de dos estados, pero la ofrecimos y nos dijeron que no y/o no tenemos ningún socio para la paz. En los Estados Unidos, la reciente elección no es más que un testimonio rotundo de la penetración de la política del pero en la vida civil, moral y política estadounidense.
La política del pero nos permite mantener nuestro compromiso teórico con nuestros principios, a la vez que nos da inmunidad para no tener que actuar en base a ellos. Elimina la vergüenza, fundamental para el progreso moral, y nos aísla de la crítica social que nuestras sociedades tan desesperadamente necesitan. A través de una amalgama de miedo, ira, lealtad tribal e ideología, la política del pero avanza sigilosamente en nuestro discurso político y neutraliza nuestros compromisos morales. Con el paso del tiempo también los modifica. Como enseño el Rabino Aaron Halevi de Barcelona, el autor del Sefer Hajinuj: “Nuestros corazones siguen nuestras acciones”. El comportamiento no se limita a reflejar nuestros principios, sino que tiene el poder para cambiarlos.
Las sociedades occidentales tienen más racistas, fascistas, misóginos, antisemitas y antimusulmanes de lo que queremos admitir. Aunque no serán persuadidos por el discurso moral, y ciertamente no por los argumentos presentados aquí, la buena noticia es que son, o por lo menos así lo creo, una minoría. No hemos retrocedido a la Edad Media. Sin embargo, gente decente, gente comprometida con el principio de la igualdad humana sin distinción de raza, nacionalidad, religión, sexo o identidad sexual, ha permitido que la política del pero desvíe nuestras brújulas de nuestro norte moral. Hemos permitido que la voz atemorizadora del pero tenga demasiada influencia sobre nuestras vidas y nuestros principios. Ya sea que seamos de izquierda o de derecha, conservadores o progresistas, halcones o palomas, tenemos que crear una nueva coalición. Una coalición bipartidaria para proteger a nuestros compromisos y normas morales de la política del pero. Tenemos que reconstruir y volver a respetar las líneas rojas que garantizan y protegen la decencia moral.
Si la política mundial nos ha enseñado algo en los últimos años, es que ninguno de nosotros es inmune a la política del pero. Si hemos de lograr que nuestras sociedades sean grandes otra vez, no será basándonos en la falsa sensación de seguridad proporcionada por nuestros sistemas constitucionales y legales, sino más bien a través de esfuerzos educativos incansables para elevar el civismo dentro de nuestra sociedad civil. Pero aunque estemos teniendo pocos logros morales, no tenemos por qué ser incompetentes. La transformación de la sociedad y la iluminación moral nunca son lanzadas en paracaídas desde lo alto, y cualquier promesa de redención fácil no significa otra cosa que creer en un falso mesías. Queda mucho por hacer. Sin peros.
Traducción: Daniel Rosenthal