Días de Ira
Rab Lord Jonathan Sacks, The Daily Telegraph, 11 de noviembre de 2016
Esto no es la política como la hemos conocido siempre. La elección presidencial estadounidense, el voto Brexit y el aumento del extremismo en la política de Occidente son advertencias de algo más grande, y cuanto antes seamos conscientes de ello, mejor será. Lo que estamos presenciando es el nacimiento de un nuevo tipo de política: la política del enojo. Y la verdad es que es potencialmente muy peligrosa.
Ninguna civilización dura para siempre. El primer signo de decadencia es que la gente deja de confiar en la élite gobernante, considerando que ha fracasado en resolver los principales problemas a los que se enfrenta la nación. Es percibida como un grupo que sólo se beneficia a sí mismo y no a la población en general.
Está fuera de contacto y se rodea de personas como ellos. Han dejado de escuchar a las bases. Subestiman la profundidad y amplitud del enojo popular. Eso fue lo que ocurrió tanto en Washington como en Westminster. La clase gobernante no ve venir el golpe. Ésta es la forma en la que el partido del statu quo es derrotado por el candidato del partido enojado, por más incoherentes que su política sea en realidad.
Y es en esto en lo que radica el peligro, porque el enojo es un estado de ánimo y no una estrategia, y puede hacer que las cosas sean peores, no mejores. El enojo nunca soluciona los problemas, simplemente los inflama. El peligro que se cierne, como ha ocurrido a lo largo de la historia, es la reclamación de un liderazgo autoritario, que es el principio del fin de la sociedad libre. No deberíamos olvidar la advertencia de Platón de que la democracia puede acabar en una tiranía.
Sólo hay una alternativa viable. No es un regreso al statu quo. Es mayor que las divisiones tradicionales entre los partidos. Es la creación de una nueva política de la esperanza.
Esperanza no es optimismo. Se empieza con el reconocimiento sincero por todas las partes de lo mal que las cosas están en realidad. Enormes franjas de la población de Gran Bretaña y los Estados Unidos no se han beneficiado con el crecimiento económico. Han visto caer sus niveles de vida, tanto relativos como absolutos. Han mirado cómo los empleos tradicionales fueron tercerizados a economías con salarios bajos, convirtiendo centros industriales una vez florecientes en baldíos desmoralizados.
Necesitamos una nueva economía del capitalismo con un rostro humano. Hemos visto a banqueros y ejecutivos de empresas comportarse escandalosamente, adjudicándose a sí mismos enormes pagos, mientras que el costo humano ha sido sobrellevado por quienes menos pueden permitírselo. Hemos escuchado a la economía de libre mercado siendo invocada como un mantra, dejando de lado totalmente al dolor y la pérdida que acompañan a la economía global. Hemos actuado como si los mercados pueden funcionar sin moral, las corporaciones internacionales sin responsabilidad social y los sistemas económicos sin tener en cuenta su efecto sobre las personas que quedan varadas por la marea cambiante. Nosotros, que somos abuelos, sabemos muy bien que la vida es más difícil para nuestros hijos de lo que lo fue para nosotros, y para nuestros nietos será más difícil todavía.
Debemos reconstruir nuestra ecología social. Cuando una civilización se encuentra en buen estado, cuenta con instituciones que brindan apoyo y esperanza en tiempos difíciles. En Occidente éstas han sido tradicionalmente las familias y las comunidades. Ninguna de los dos está en buen estado en Occidente hoy en día. Su ruptura llevó a dos de los pensadores más importantes de los Estados Unidos, Charles Murray a la derecha y Robert Putnam a la izquierda, a argumentar que, para grandes sectores de la población, el sueño americano se ha roto sin posibilidad de reparación. Cuanto antes abandonemos el punto de vista políticamente correcto, pero socialmente desastroso de que el matrimonio está pasado de moda, mejor.
Necesitamos recuperar un sentido fuerte e incluyente de la identidad nacional, si queremos que la gente sienta que a los que están en el poder les importa el bien común, no simplemente los intereses de las élites. Occidente sigue sufriendo el daño causado por el multiculturalismo, la prueba viviente de que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. A menos que podamos restaurar lo que George Orwell llamó patriotismo en oposición a nacionalismo, seremos testigos del ascenso de la extrema derecha, como ya está ocurriendo en Europa.
La voz religiosa también es importante, y lo digo no porque yo soy religioso, sino porque históricamente las grandes religiones le han dado a la gente un sentido de la dignidad y el valor que no estaba ligado a lo que se ganaba o se poseía. Cuando la religión muere y el consumismo toma su lugar, la gente se queda con una cultura que le anima a comprar cosas que no necesita con dinero que no tiene para una felicidad que no durará. Es un mal cambio y terminará en lágrimas.
Todo esto es grande y profundo y serio, y nos obligará a ir más allá de las políticas de confrontación y el pensamiento divisivo de suma cero que tanto ha brutalizado al debate público. El enojo es siempre un riesgo para la política en épocas de cambio acelerado, pero no siempre ha sido tan peligroso como lo es ahora. La revolución en las tecnologías de la información ha transformado todo el tono de la cultura global en el siglo XXI. Los teléfonos inteligentes y los medios sociales empoderan a grupos que de otra manera podrían carecer de voz colectiva. Internet tiene un efecto de desinhibición que fomenta la indignación y la extiende de forma contagiosa.
Una política de la esperanza está a nuestro alcance. Pero para crearla, deberemos encontrar la manera de fortalecer a familias y comunidades, construyendo una cultura de responsabilidad colectiva e insistiendo en una economía del bien común. Ya no es un asunto de política partidaria. Se trata de la viabilidad misma de la libertad por la que Occidente luchó tan larga y duramente. Tenemos que construir una narrativa convincente de esperanza que nos hable a todos nosotros, no sólo a algunos de nosotros, y el momento para comenzar es ahora.
Traducción: Daniel Rosenthal