Los 70 días de Obama
Ari Shavit, Haaretz 27 de octubre de 2016
Después que Hillary Clinton derrote a Donald Trump, que los Estados Unidos demócratas celebren su victoria sobre los Estados Unidos republicanos, y que termine la pesadilla del año que ha pasado, al Presidente Barack Obama le quedarán 70 días. Con satisfacción no despreciable, mirará a derecha e izquierda y se preguntará a sí mismo qué es lo que ha dejado sin hacer; cuál debería ser su última batalla, su palabra final. ¿Con qué acción debería intentar concluir su presidencia histórica?
La primera batalla de Obama será lograr que su (muy respetable) nominado al Tribunal Supremo, el Juez Principal Merrick Garland, sea designado. La segunda será la ratificación de la Asociación Trans-Pacífico. Pero, ¿habrá un tercer asunto que el 44º presidente intentará hacer avanzar? ¿Será Israel-Palestina?
Obama se enfrentará a un dilema incomparablemente difícil. Por un lado, es dudoso que tenga el tiempo y el capital político para librar tres batallas diferentes en un período tan breve. Además, es poco probable que un relativamente joven futuro ex-presidente (que tiene docenas de buenos años por delante), emprenda otra agotadora lucha contra la comunidad judía. Después de todo, cualquier movimiento que haga molestará a los israelíes, enloquecerá a los palestinos y enfurecerá a la mitad de Washington, sin lograr la paz. ¿Con qué propósito?
Pero por otro lado existe una única pero importante consideración: desde su perspectiva, Obama ha tenido éxito en una larga lista de temas que le son caros a su corazón, pero en lo que se refiere a la cuestión palestino-israelí, ha fracasado. No tuvo éxito en congelar la construcción en los asentamientos, no logró poner en práctica la iniciativa de (Hillary) Clinton y el ambicioso esfuerzo del Secretario de Estado John Kerry se derrumbó ante sus ojos. Ocho años enteros de un presidente que busca la paz, uno que siente el dolor de los palestinos y que se preocupa por el futuro de Israel, no se tradujeron en logros reales. ¿Cómo puede un hombre tan seguro de sí mismo como Obama, que en realidad está disfrutando de gran popularidad en este momento, dejar tras sí un fracaso tan rotundo?
Aún hay otra consideración, que es complementaria. En 2011, el presidente de los EE.UU. y su gobierno salvaron a Israel del tsunami diplomático que amenazaba con golpearlo. A pesar de su antipatía personal e ideológica hacia el Primer Ministro Benjamin Netanyahu, Obama se arremangó y se tiró a las olas para transformar la amenazadora rompiente en una suave y acariciadora olita. Pero, ¿se lo agradeció el gobierno del Likud? No me hagan reír. Toda lo que la derecha israelí hizo fue aprovechar el logro que el presidente democrático liberal le entregó para avanzar con una agenda antidemocrática y antiliberal. No existe ningún problema internacional, decían los ultranacionalistas, sofocando la risa. Por lo tanto, podemos continuar construyendo un puesto de avanzada ilegal tras otro puesto de avanzada ilegal tras otro puesto de avanzada ilegal. Por lo tanto, podemos perpetuar la ocupación y oprimir al ocupado y seguir adelante. Podemos escupir en el pozo de agua estadounidense del cual bebemos y hacer progresar valores totalmente antitéticos a los valores fundamentales de los Estados Unidos.
De esta manera, la Casa Blanca comprende que la falta de acción no sólo fortalecerá la situación existente, sino que la empeorará. Si al final de esos 70 días, resulta que la derecha provocó a los Estados Unidos y se peleó con los Estados Unidos, y sin embargo llegó a orillas seguras, el nacionalismo se fortalecerá aún más. Si el 20 de enero Bibi puede pararse ante sus electores y presumir que venció el presidente de los EE.UU., será un emperador. El viento de cola otorgado a los colonos por la repulsión del tsunami de 2011, no será nada en comparación con el viento de cola que recibirán por su victoria aparente contra la administración Obama.
El presidente tiene cuatro opciones bien conocidas: no hacer nada, dar un discurso con su legado, aprobar una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre los asentamientos o aprobar una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU esbozando una solución integral de dos estados. Nadie sabe cuál es la opción que Obama escogerá. Es incluso dudoso que él mismo lo sepa. Pero ahora, mientras se están tirando los dados para determinar la identidad del próximo presidente, la única cuestión que queda sin resolver es cuál será el legado para el Medio Oriente del presidente saliente.
Traducción: Daniel Rosenthal