Tisha Be’Av
Tisha Be’Av reúne las grandes calamidades y tragedias del pueblo judío en una sola fecha. Como si no bastara con la destrucción del Primer Templo en 586 AC y la del Segundo Templo en 70 EC, primero Los Rabinos y la tradición después fueron sumando tragedias más o menos coincidentes en fecha. Así, por ejemplo, el atentado de la AMIA en Buenos Aires en 1994, sucedido el 10 de Av, se suma a la lista de lamentaciones. La lectura de “Eijá” y el ayuno son signos inequívocos del duelo que se vive ese día y para el cual, de hecho, la tradición nos prepara durante tres semanas en el período denominado “entre las estrecheces”.
Lo que quiero destacar es el peso de la tragedia y la influencia del entorno en la construcción de identidad judía. En ese sentido, Tisha Be’Av es paradigmático; no sólo reúne una cantidad no menor de desgracias, sino que todas tienen un denominador común: el odio del otro hacia el judío. Desde fuera se define aquello que es objeto de odio y blanco de destrucción. El propio Hitler acuñó su propia definición acerca de quién es judío.
Sin embargo hay otra tradición en relación a la destrucción de los templos de Ierushalaim: la del odio por sí mismo. El midrash acerca de “Kamtza & Bar Kamtza” que nos relata el Talmud en Gittin 55b no es sólo elocuente sino crudo. La incapacidad de los hombres de entenderse, compartir, empatizar, reconocerse, causa la destrucción del Templo y el consiguiente Exilio.
El Exilio en sí mismo, como forma de vida judía post-bíblica, da muestras de una creatividad inagotable. Seguir bajo las rígidas estructuras sacerdotales del Templo hubiera probablemente conducido a un desenlace muy distinto. La capacidad y creatividad rabínica (Jazal) y de los posteriores estudiosos de la Torá (por ej Maimónides) habilitaron un judaísmo flexible y dinámico que nos ha conducido hasta nuestros días. Sí, mil novecientos cuarenta y seis años.
Es cierto que a partir de la Emancipación y el Iluminismo en el siglo XVIII la homogeneidad religiosa se quebró dando lugar a muchas otras formas de vivir y ser judío. De alguna manera volvimos a la época de las sectas (esenios, saduceos, fariseos) en la época de los Templos. Nuevamente nos agobiamos con las diferencias en lugar de hurgar y profundizar en las coincidencias, en la narrativa común. Nuevamente dejamos de invitarnos o asistir a las fiestas de nuestros semejantes, como Kamtza y Bar Kamtza en el midrash talmúdico.
Es por eso que tal vez sea interesante pensar Tisha Be’Av no solamente desde el punto de vista de las tragedias que vienen de la persecución de terceros sino de las que vienen de la persecución entre hermanos. Todos somos Kamtza y Bar Kamtza, todos somos uno y provenimos de un mismo origen y un largo, muy largo recorrido: somos al mismo tiempo casi iguales y profundamente distintos.
Resulta irónico que la obcecada obsesión con las diferencias nos debilite mientras que el antisemitismo nos fortalezca.