El Judaísmo y la Historia Universal
Aunque muchos israelíes están convencidos de que la historia de la raza humana gira en torno al judaísmo y al pueblo judío, la verdad es que el judaísmo ha desempeñado un papel relativamente menor en los anales de nuestra especie. A diferencia de las religiones universales como el cristianismo, el islam y el budismo, el judaísmo es un credo tribal. Se centra en el destino de una nación pequeña y un territorio minúsculo, y tiene poco interés por el destino del resto de la gente y los demás países. Por ejemplo, se preocupa poco acerca de los acontecimientos en China o acerca de la gente de Nueva Guinea. No es de extrañar, por lo tanto, que su papel histórico fue limitado.
Es absolutamente cierto que el judaísmo engendró el cristianismo, e influyó en el nacimiento del islam, dos de las religiones más importantes de la historia. Sin embargo, el crédito por los logros globales del cristianismo y del islam, así como la culpa por sus muchos crímenes, le corresponde a cristianos y musulmanes más que a los judíos. Del mismo modo que sería injusto culpar al judaísmo por las matanzas de las Cruzadas (el cristianismo es 100 por ciento culpable), tampoco hay razón alguna para acreditarle al judaísmo la idea cristiana fundamental de que todos los seres humanos son iguales ante Dios (una idea que se encuentra en contradicción directa con la ortodoxia judía).
El rol del judaísmo en la historia de la humanidad es un poco como el rol de la madre de Newton en la historia de la ciencia. Es cierto que sin la madre de Newton no habríamos tenido a Newton, y que la personalidad, las ambiciones y las opiniones de Newton probablemente fueron formadas en gran medida por sus relaciones con su madre. Pero al escribir la historia de la ciencia, nadie espera que exista un capítulo completo sobre la madre de Newton. Del mismo modo, sin el judaísmo no habría existido el cristianismo, pero eso no le da méritos al judaísmo cuando se escribe la historia del mundo. La cuestión crucial es qué es lo que hizo el cristianismo con su herencia judía.
Esta idea podrá causarle un shock y molestar a muchos israelíes que han sido educados para pensar que el judaísmo es el héroe central de la historia humana. Los niños israelíes suelen terminar 12 años de estudio sin recibir una imagen clara de los procesos históricos globales. Aunque aprenden sobre el Imperio Romano, la Revolución Francesa y la Segunda Guerra Mundial, estas piezas aisladas de un rompecabezas no llegan a componer una narrativa general. En cambio, la única historia coherente que ofrece el sistema escolar israelí, comienza con la Biblia hebrea, continua con la época del Segundo Templo, salta a varias comunidades judías de la diáspora, y culmina con el ascenso del sionismo, el Holocausto, y el establecimiento del Estado de Israel. La mayoría de los estudiantes sale de la escuela convencida de que ésta debe ser la trama principal de toda la historia humana. Porque aun cuando los alumnos escuchan sobre el Imperio Romano o la Revolución Francesa, la discusión en clase se centra en la forma en que el Imperio Romano trató a los judíos o sobre el estatus jurídico y político de los judíos en la República Francesa. La gente alimentada con este tipo de dieta histórica tiene serias dificultades para digerir la idea de que el judaísmo, de hecho, tuvo relativamente poco impacto en el mundo en su conjunto.
No hace falta decir tiene que el pueblo judío es un pueblo único con una historia sorprendente (aunque esto es cierto para la mayoría de los pueblos). Del mismo modo que no hace falta decir que la tradición judía está llena de profundos conocimientos y nobles valores (aunque también está llena de algunas ideas cuestionables y de actitudes racistas, misóginas y homofóbicas). También es cierto que, en relación a su tamaño, el pueblo judío ha tenido un impacto desproporcionado sobre la historia de los últimos 2.000 años. Pero cuando nos fijamos en el panorama general de nuestra historia como especie, desde la aparición del homo sapiens hace más de 100.000 años, es obvio que la contribución judía a la historia ha sido muy limitada. Los seres humanos se establecieron en todo el planeta, adoptaron la agricultura, construyeron las primeras ciudades e inventaron la escritura y el dinero miles de años antes de la aparición del judaísmo.
Aun en los últimos dos milenios, si se mira la historia desde la perspectiva de los chinos o de los indios nativos americanos, es difícil ver alguna contribución judía importante, excepto a través de la mediación de cristianos o musulmanes. De este modo, la Biblia hebrea se convirtió con el tiempo en una piedra angular de la cultura humana global, ya que fue cálidamente adoptada por el cristianismo. Por el contrario, el Talmud – cuya importancia para la cultura judía supera la de la Biblia – fue rechazado por el cristianismo, y por lo tanto sigue siendo un texto esotérico, apenas conocido por árabes, polacos o holandeses, por no hablar de chinos y mayas. Aunque las comunidades judías que estudiaron el Talmud se extendieron por buena parte del mundo, no tuvieron un rol clave en la construcción de los imperios chinos, en los primeros viajes modernos de descubrimiento, en el establecimiento del sistema democrático, o en la Revolución Industria. La moneda, la universidad, el parlamento, el banco, la brújula, la imprenta y la máquina de vapor, fueron todos inventados por gentiles.
Los israelíes a menudo usan el término “las tres grandes religiones,” pensando que esas religiones son el cristianismo (2 mil millones de fieles), el islam (1,5 mil millones) y el judaísmo (15 millones). El hinduismo, con sus mil millones de creyentes, y el budismo, con sus 500 millones de seguidores – por no hablar de del sintoísmo (50 millones) y la religión de los sijs (25 millones) – no cuentan. Este concepto deformado de “las tres grandes religiones” a menudo implica en la mente de los israelíes que todas las grandes tradiciones religiosas y éticas emergieron del seno del judaísmo, que fue la primera religión en predicar las normas éticas universales. Como si los seres humanos antes de los días de Abraham y Moisés hubieran vivido en un estado de naturaleza hobbesiano sin compromisos morales, y como si toda la moralidad contemporánea derivara de los Diez Mandamientos. Esta es una idea sin fundamento y algo racista, que hace caso omiso de muchas de las más importantes tradiciones éticas del mundo.
Las tribus cazadoras y recolectoras de la Edad de Piedra tenían códigos morales decenas de miles de años antes de Abraham. Cuando los primeros colonos europeos llegaron a Australia a fines del siglo XVIII, se encontraron con tribus aborígenes que tenían una visión ética del mundo bien desarrollada, a pesar de ser totalmente ignorantes acerca de Moisés, Jesús o Mahoma. De hecho, hoy en día los científicos señalan que la moral tiene raíces evolutivas, y que está presente en la mayoría de los mamíferos sociales, tales como lobos, delfines y monos. Por ejemplo, cuando los lobeznos juegan entre sí, tienen reglas de “juego justo”. Si un lobezno muerde demasiado, o si continúa mordiendo a un oponente que ha rodado sobre su espalda y se ha rendido, los demás lobeznos dejarán de jugar con él.
En un experimento hilarante, el primatólogo Frans de Waal colocó a dos monos capuchinos en dos jaulas adyacentes, de manera que cada uno podía ver todo lo que hacía el otro. De Waal y sus colegas colocaron piedras pequeñas dentro de cada jaula, y entrenaron a los monos para que les entregaran estas piedras. Cada vez que un mono entregaba una piedra, recibía algo para comer a cambio. Al principio, la recompensa era un pedazo de pepino. Ambos monos estaban muy contentos con eso, y se comían su pepino con gran satisfacción. Después de unas cuantas veces, de Waal pasó a la etapa siguiente del experimento. Esta vez, cuando el primer mono entregó una piedra, obtuvo una uva. Las uvas son mucho más sabrosas que los pepinos. Sin embargo, cuando el segundo mono entregó una piedra, siguió recibiendo sólo un trozo de pepino. El segundo mono, que antes había estado muy contento con su pepino, se enfureció. Tomó el pepino, lo miró por un momento con incredulidad, y luego se lo arrojó furioso a los científicos, saltando y chillando. No es un idiota. La igualdad y la justicia social eran valores centrales en la sociedad de los monos capuchinos cientos de miles de años antes de que el profeta Amós se quejara de las élites sociales “que oprimen a los pobres y aplastan a los necesitados” (Amós 4:1), y antes de que el profeta Jeremías predicara, “no oprimiréis al extranjero, al huérfano y a la viuda “(Jeremías 7:6).
Incluso entre los homo sapiens que vivían en el antiguo Oriente Medio, los profetas bíblicos también tenían precedentes. “No matarás” y “no robarás” eran bien conocidos en los códigos legales y éticos de las ciudades-estado sumerias, el Egipto de los faraones y el Imperio Babilónico. Mil años antes de Amós y Jeremías, el rey babilonio Hammurabi explicaba que los grandes dioses le instruyeron para “hacer prevalecer la justicia en la tierra, abolir la perversidad y la maldad, evitar que el fuerte oprima al débil”.
Mientras tanto, en Egipto – siglos antes del nacimiento de Moisés – los escribas dejaron constancia de “la historia del campesino elocuente”, que habla de un pobre campesino cuya propiedad fue robada por un codicioso terrateniente. El campesino se presentó ante los funcionarios corruptos del faraón, y cuando no lo protegieron, comenzó a explicarles por qué ellos debían ocuparse de hacer justicia y, en particular, defender a los pobres de los ricos. En una colorida alegoría, este campesino egipcio explicaba que las escasas pertenencias de los pobres son como su aliento, y que la corrupción oficial los asfixia tapando el pasaje del aire a través de sus fosas nasales.
Muchas leyes bíblicas copian reglas que habían sido aceptadas en Mesopotamia, Egipto y Canaán siglos e incluso milenios antes del establecimiento de los reinos de Judá e Israel. Si el judaísmo bíblico les dio a estas leyes un giro único, fue convirtiéndolas de reglas universales en códigos tribales dirigidos principalmente al pueblo judío.
La moral judía se formó inicialmente de forma exclusiva como un asunto tribal, y hasta cierto punto así permaneció hasta el siglo XXI. La Biblia, el Talmud y muchos rabinos, aunque no todos, sostenían que la vida de un judío es más valiosa que la vida de un gentil, razón por la cual, por ejemplo, a los judíos se les permite profanar el Shabat con el fin de salvar a un judío de la muerte, pero les está prohibido hacerlo si es solamente para salvar a un gentil (Talmud de Babilonia, Yoma, 84:2).
Algunos sabios judíos llegaron a argumentar que incluso el famoso mandamiento “Ama a tu prójimo como a ti mismo” se refiere sólo a los judíos, y que no hay un mandamiento de amar a los gentiles. De hecho, el texto original de Levítico dice: “No te vengarás, ni guardarás rencor a nadie entre tu pueblo, pero amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18), lo que plantea la sospecha de que “tu prójimo” se refiere sólo a miembros de “tu pueblo”.
Recién fueron los cristianos que seleccionaron algunos bocados selectos de la moral judía, los convirtieron en mandamientos universales, y los extendieron por todo el mundo. De hecho, el cristianismo se separó del judaísmo precisamente por ese motivo. Mientras que muchos judíos creen hasta el día de hoy que el así llamado “Pueblo Elegido” está más cerca de Dios que otras naciones, el fundador del cristianismo – San Pablo Apóstol – estipuló en su famosa Epístola a los Gálatas que “no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Jesucristo” (Gálatas 3:28).
Y debemos subrayar una vez más que a pesar del enorme impacto del cristianismo, definitivamente ésta no era la primera vez que un ser humano predicaba una ética universal. La Biblia está lejos de ser la fuente exclusiva de la moral humana (y por suerte que es así, visto las muchas actitudes racistas, misóginas y homofóbicas que contiene). Confucio, Lao Tse, Buda y Mahavira establecieron códigos éticos universales mucho antes que Pablo y Jesús, sin saber nada de la tierra de Canaán ni de los profetas de Israel. Confucio enseñó que cada persona debe amar a los demás como se ama a sí mismo alrededor de 500 años antes que el rabino Hillel el Viejo. Y en una época en que el judaísmo aún mandataba el sacrificio de animales y el exterminio sistemático de poblaciones humanas enteras (los amalecitas y los cananeos), Buda y Mahavira ya daban instrucciones a sus seguidores para evitar dañar no sólo a todos los seres humanos, sino a cualquier ser vivo que pudiera sentir, incluyendo los insectos.
Sólo en los siglos XIX y XX vemos una contribución judía verdaderamente extraordinaria para la humanidad en su conjunto, específicamente, el rol de los judíos en la ciencia moderna. Además de nombres tan conocidos como Einstein y Freud, alrededor del 20 por ciento de todos los ganadores del Premio Nobel en ciencias han sido judíos, aunque los judíos constituyen menos del 0,2 por ciento de la población mundial. Pero hay que subrayar que ésta ha sido una contribución de judíos individuales más que del judaísmo como religión o cultura. La mayoría de los científicos judíos importantes de los últimos 200 años actuaron fuera de la esfera religiosa judía. De hecho, los judíos comenzaron a hacer su notable contribución a la ciencia recién cuando abandonaron las ieshivot para ingresar a los laboratorios. Antes de 1800, el impacto judío en las ciencias era limitado. Como es natural, los judíos no desempeñaron ningún papel significativo en el progreso de la ciencia en China, en la India o en la civilización Maya. En Europa y Oriente Medio, algunos pensadores judíos como Maimónides tuvieron una influencia significativa sobre sus colegas gentiles, pero el impacto judío en general fue más o menos proporcional a su peso demográfico. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, el judaísmo tuvo poca incidencia en el estallido de la Revolución Científica. A excepción de Spinoza (que fue excomulgado por la comunidad judía como premio a su labor), casi no se puede nombrar a un solo judío que sea fundamental para el nacimiento de la física, la química, la biología o las ciencias sociales modernas. No sabemos qué es que los antepasados de Einstein estaban haciendo en los días de Galileo y Newton, pero con toda probabilidad estaban mucho más interesados en estudiar el Talmud que en estudiar la luz y la gravedad. El gran cambio recién se produjo en los siglos XIX y XX, cuando la secularización y el movimiento de la Ilustración judía hicieron que muchos judíos adoptaran la visión del mundo y el estilo de vida de sus vecinos gentiles. Entonces los judíos comenzaron a unirse a las universidades y centros de investigación en países como Alemania, Francia y los Estados Unidos. Los eruditos judíos trajeron de los guetos y shtetls importantes legados culturales. El valor central de la educación en la cultura judía fue una de las razones principales para el extraordinario éxito de los científicos judíos. Otros factores incluyeron el deseo de una minoría perseguida de demostrar su valía, y las barreras que impedían a los judíos con talento progresar en instituciones más antisemitas tales como el ejército y la administración estatal.
Sin embargo, aunque los científicos judíos traían con ellos desde las ieshivot una excelente disciplina y una profunda fe en el valor del conocimiento, es difícil decir que también trajeron un bagaje útil de ideas y conocimientos concretos. Einstein era judío, pero la teoría de la relatividad no era “física judía”. ¿Qué tiene que ver la fe en lo sagrado de la Torá con el conocimiento de que la energía es igual a la masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado? En aras de la comparación, Darwin era un cristiano e incluso comenzó sus estudios en Cambridge con la intención de convertirse en un pastor anglicano. ¿Implica esto que la teoría de la evolución es una teoría cristiana? Sería ridículo decir que la teoría de la relatividad es una contribución judía a la humanidad, al igual que sería ridículo darle el crédito al cristianismo por la teoría de la evolución. Del mismo modo, es difícil ver algo particularmente judío en la invención del procedimiento de síntesis del amoníaco por Fritz Haber (Premio Nobel de Química, 1918); en el descubrimiento del antibiótico estreptomicina por Selman Waksman (Premio Nobel de Medicina y Fisiología, 1952); o en el descubrimiento de los cuasicristales por Dan Shechtman (Premio Nobel de Química, 2011). En el caso de los eruditos de las ciencias humanas y sociales – como Sigmund Freud – su herencia judía quizá tuvo un impacto más profundo en sus percepciones. Sin embargo, incluso en estos casos, las discontinuidades son más aparentes que los vínculos supervivientes. Los puntos de vista de Freud sobre la psiquis humana eran muy diferentes de los del rabino Joseph Caro o del rabino Iojanán ben Zakai, y no descubrió el complejo de Edipo leyendo detenidamente el Shuljan Aruj (el código de la ley judía) o la Mishná.
Para resumir, el énfasis judío en la educación y el aprendizaje probablemente significó una importante contribución al éxito excepcional de los científicos judíos. Sin embargo, fueron pensadores gentiles quienes sentaron las bases para los logros de Einstein, Haber y Freud. La Revolución Científica no fue un proyecto judío, y los judíos recién encontraron su lugar en ella cuando se mudaron de las ieshivot a las universidades. De hecho, la costumbre judía de buscar respuestas a todas las preguntas mediante la lectura de textos antiguos era un obstáculo muy importante para la integración judía al mundo de la ciencia moderna, donde las respuestas provienen de observaciones y experimentos. Si hubiera algo en la propia religión judía que necesariamente lleva a descubrimientos científicos, ¿por qué entre 1905 y 1933, 10 judíos alemanes seculares ganaron premios Nobel en química, medicina y física, pero durante el mismo período ni un solo judío ultra-ortodoxo, búlgaro o yemenita ganó un premio Nobel?
Para no ser sospechoso de ser un “judío que se odia a sí mismo” o un antisemita, me gustaría hacer hincapié en que no estoy diciendo que el judaísmo sea una religión particularmente perversa o ignorante. Todo lo que digo es que no fue de particular importancia para la historia de la humanidad. Durante muchos siglos, el judaísmo fue la humilde religión de una pequeña minoría perseguida que prefería leer y contemplar en lugar de construir imperios y quemar herejes en la hoguera.
Los antisemitas suelen pensar que los judíos son muy importantes. Los antisemitas imaginan que los judíos controlan el mundo, o el sistema bancario, o por lo menos los medios de comunicación, y que ellos tienen la culpa de todo, desde el calentamiento global a los ataques del 11 de setiembre. Quisiera decir a los antisemitas: supérenlo. Los judíos pueden ser un pueblo muy interesante, pero si se mira el panorama general, es necesario advertir que han tenido un impacto muy limitado en el mundo. A lo largo de la historia, los seres humanos han creado cientos de diferentes religiones y sectas. Un puñado de ellas – el cristianismo, el islam, el hinduismo, el budismo y el confucionismo – influyeron en miles de millones de personas (no siempre de la mejor manera). La gran mayoría de los credos – como la religión bon, la religión yoruba y la religión judía – tuvieron un impacto mucho menor. Uno de los valores centrales y más bellos del judaísmo es la modestia. Haríamos bien en tomarnos este valor en serio.
Yuval Noah Harari, Haaretz, 31 de julio de 2016
Traducción: Daniel Rosenthal.