Lod: Shavit y después
La vida te da sorpresas. La oferta de paseos era la siguiente: el mundo LGTB en Tel-Aviv; el mundo de las artes en Tel-Aviv; una caminata demandante por el “Israel Trail”; y una visita a la ciudad “mixta” de Lod.
La primer oferta no tuvo quorum; por razones obvias la caminata convocó a pocos veteranos; la oferta de Lod duplicó la oferta de las artes. Conclusiones: con un promedio de edad en torno a los sesenta años la caminata era para unos pocos; la sensibilidad artística para algunos, los más tranquilos; el mundo LGTB resultó ser un espejismo multicolor que no le interesó a casi nadie. La convivencia de judíos y árabes en una misma ciudad, sin embargo, convocó a la mitad del público objeto de la oferta. ¿Acaso sirve esta muestra cómo estadística? Dudo. Sin embargo, queda claro qué temas interesan realmente y qué temas no.
La opción de visitar Lod y su realidad multicultural surgía, tal como lo explicaba la propuesta, del capítulo sobre Lydda en el libro de Ari Shavit “Mi Tierra Prometida”. Lo curioso es que el mismo libro dedica también un espacio considerable al mundo LGTB de Tel-Aviv, Jerusalem, y todas sus implicancias en la vida israelí. En forma contundente los beneficiarios de estos paseos optamos por la cruda realidad negro sobre blanco en lugar de los promocionados arcoíris multicolores. Será que el mundo LGTB no ofrece amenazas sino curiosidades, mientras que la convivencia con nuestros vecinos (literalmente) árabes constituye el desafío de la hora. Cuando el mundo occidental está siendo jaqueado por ISIS más vale empezar a diferenciar a vecinos de enemigos, a conocer los matices, y entender realidades y aspiraciones. A quince días de esa visita la Kneset acaba de aprobar una controvertida y difícil ley respecto a la adhesión de las minorías al Estado. Nunca una propuesta resultó tan pertinente. Allí fuimos.
Lod o Lydda está en el centro de Israel, próximo al aeropuerto Ben-Gurión (que antes se denominaba Lod). Fue escenario de una de las mayores expulsiones de árabes en la Guerra de Independencia de 1948, tal como lo describe crudamente Shavit en su libro. Él mismo pinta un Lod actual empobrecido y deteriorado, olvidado al margen de las grandes autopistas de Israel. Como buen periodista que es, por sobre toda ideología, esa ha sido la realidad de la ciudad: a merced del narcotráfico, la trata de blancas, y todo tipo de crímenes. Una ciudad sin esperanza. La mayoría de su población es árabe, compuesta por: quienes se quedaron en 1948 y son desde entonces ciudadanos israelíes; beduinos trasladados desde desierto (para dar lugar a bases militares); colaboradores de Israel de los territorios ocupados (Gaza en especial) con sus familias. Hay un porcentaje chico de judíos, entre ellos mayormente una gran población etíope y una incipiente de religiosos nacionalistas. El fenómeno, a diferencia de otras ciudades, es que viven todos, generalmente, mezclados, a diferencia del resto de la sociedad israelí donde se forman claros guettos. Aquí un edificio está compartido por árabes, judíos, y judíos etíopes.
Después de años de ostracismo, abuso, y corrupción Lod quiere resurgir de sus cenizas. Conste que por ahora sólo se ven las cenizas; el resto es metáfora. Una incipiente población judía joven, los mismos que colonizan Judea y Samaria, se han propuesto “colonizar” Lod con el simple cometido de dotar de vida judía a la ciudad. De modo que uno ve grupos religiosos, árabes, y etíopes. Comparten edificios y plazas públicas, trámites, y centros comunales. Sin embargo, no es un proyecto integracionista. Ninguno cree en la integración sino en la más simple y básica convivencia. Dicho esto por cada uno de los grupos, en forma inequívoca.
Las actividades y propuestas son inherentes a cada grupo. Nadie se hace planteos ni ilusiones de actividades conjuntas. Conocer al vecino y administrar los espacios comunes de un edificio son la expresión máxima de colaboración; con ello están más que satisfechos. Traducido en un lenguaje más occidental (cosa que a los visitantes nos costaba aprehender desde nuestras percepciones ideologizadas), juntos pero no entreverados. Tanto los judíos como los árabes con quienes tuvimos oportunidad de conversar hicieron hincapié en esta postura: mantener identidades a ultranza a la vez que conocerse, saberse, y convivir.
En una o dos generaciones sabremos qué ha pasado con Lod y con otras ciudades “mixtas” de Israel. Mientras tanto, está claro que muchos, en ambos bandos, han entendido que no se trata de hacer la guerra y prevalecer (solamente), sino de aceptar las realidades y auto-conservarse. De alguna manera, hay dos frentes: el de las fronteras y el terrorismo, y el de la vida puertas adentro, en los barrios y espacios públicos. En Lod están dando batalla, árabes y judíos, en este frente. No sin dificultades, pero con logros concretos, prosaicos, y tenaces.
Todo el proyecto está basado en ideologías. Las ideologías mueven el mundo, ya sea hacia el terror y la muerte, o la convivencia y la vida. Como dijera la joven y visionaria directora del liceo árabe modelo del “barrio del ferrocarril” de Lod (el más peligroso de Israel desde el punto de vista criminal), Shirin Natour Hafi, “de aquí no saldrá un jihadista”. Cuando éstos surgen de la nada y en todos los rincones del mundo, no se trata de una aspiración menor.
Inshala. Alevai.
Ianai Silberstein, 20 de julio de 2016