Keyboard-less
Los fieles lectores de TuMeser se habrán sorprendido por el largo silencio de casi un mes. El sitio web quedó congelado en el tiempo, aunque hay temas que exceden este factor: Brexit ya trajo sus consecuencias políticas iniciales (Cameron ya no es Primer Ministro en el Reino Unido), a la vez que uno ha vuelto de Israel para, de hecho, prepararse para el próximo retorno. La pregunta es: por qué este silencio. La respuesta es simple.
Falta de teclado.
La primera vez que escribí en un teclado de computadora hace más de veinte años tuve la absurda y maravillosa sensación de ser un concertista de piano. La fluidez con que corrían mis dedos sobre el teclado me dio una sensación de excitación y potencial como pocas veces había sentido en mi vida; de pronto las palabras surgían en la pantalla casi más rápido de lo que yo podía pensarlas, eran legibles, corregibles, y suponían un placer sensorial muy básico: el tacto. Con simplemente rozar las teclas mis ideas se plasmaban en verde sobre un fondo negro a una velocidad que jamás había experimentado.
Hice toda una carrera en literatura aporreando el teclado de una Lettera 32 de Olivetti; una máquina de escribir portátil. Hasta hoy mis hijos me preguntan cómo corregía; les explico que reescribir una página y arrugar hojas de papel eran parte de la rutina. El proceso era lento y físicamente demandante: las teclas se golpeaban, no se acariciaban. Había que retener una idea el tiempo suficiente para tipearla, o garabatearla en un papel. Nuestra primer IBM PC fue una bendición. Hasta hoy, y supongo que así será para siempre, sentarme frente a un teclado y una pantalla no es sólo una bendición sino una modesta forma de crear y comunicar.
Robo mediante, me quedé sin notebook. Así partí de viaje, munido de una Tablet y un teclado accesorio por Bluetooth; funcionando. O sea, técnicamente funcionando. El problema es que yo me quedé, por primera vez en mi vida computarizada, sin teclado. No sólo es demasiado pequeño sino que no está bien configurado (soy negado en esas cuestiones) y sólo escribía algo parecido al castellano; o al inglés; o al francés, si escribiera en francés. Después de un primer intento en un simple mail familiar me di cuenta que no podría escribir una palabra que mereciera su publicación en tiempo real mientras no me hiciera de un teclado de verdad. Así llegamos al día de hoy.
Mi amigo y traductor Daniel Rosenthal se esforzó con un artículo sobre Brexit que quedó enseguida obsoleto y ya no compartiremos. A un nivel más personal, cada día surgían experiencias, reflexiones, ideas, anécdotas que hubieran merecido una aproximación escrita. Todas se fueron amontonando en mi reserva de intenciones; veremos cuántas ven la luz de una pantalla para eventualmente ser leídas por alguien.
Mi pequeño celular Samsung prestó sus servicios en forma impecable. Pude mantenerme en contacto en tiempo real, encontrar caminos y líneas de subte, horarios de museos y sinagoga, confirmar reservas, y hasta volcar alguna crítica respecto a los lugares visitados. Del mismo modo que sostengo que Whatssap es maravilloso pero no es comunicación en un sentido profundo sino inmediato, cualquier pantalla táctil no es más que imagen, ícono, y un lenguaje muy básico, conciso, y denotativo.
Así como en su momento precisamos la pluma, la tinta, y la hoja de papel llena de manchas y borrones, y más adelante la máquina de escribir pesada y mecánica, hoy precisamos de un teclado ergonómico y una pantalla que nos devuelva, como un espejo, aquello de nosotros mismos que queremos volcar: en papel o en otras pantallas.
Esperemos ponernos al día más o menos pronto y que TuMeser siga acercando las aproximaciones, las preguntas, las reflexiones, que nuestros lectores han elegido por más de seis imperfectos años.