Brexit

Imaginemos por un momento: Donald Trump gana las presidenciales en los EEUU de Norteamérica; el Reino Unido se separa de la Unión Europea… si esto último sucedió, por qué no podría suceder lo anterior. Todo aquello que nos parece inverosímil puede, en un momento determinado, en una ventana de oportunidad, convertirse en realidad. No cabe duda que, después de Brexit, Trump es más verosímil que nunca. La pregunta que cabe hacerse no es tan sólo cómo se configurará la realidad una vez que estos hechos suceden, sino cómo es que llegaron a suceder. Los medios tienden a reflejar un estado “natural” de las cosas: así son, que cambien es noticia; pero podríamos pensar al revés: que hayan sido de cierto modo hasta ahora es precisamente la excepción. Inglaterra, desde su geografía isleña, ha sido siempre una nación de alianzas pero profunda independencia de Europa y por lo tanto del mundo. Los EEUU heredaron esa naturaleza y la consolidaron ocupando un continente. El imperialismo va de la mano con una visión egocentrista, ejemplar, y dominante del mundo. En otras palabras, usando un vocablo muy abusado en nuestro Uruguay, ni el Reino Unido ni los EEUU son estados “solidarios”; la realidad termina en sus fronteras. Por eso la opción “Leave” parecía una pesadilla liviana de la que todos despertaríamos el viernes 24 de junio de 2016 con un suspiro de alivio; pero amanecimos para enterarnos que la verdadera esencia de los pueblos prevalece. Inglaterra volverá, Brexit mediante, al curso de su auténtica historia.

Pensemos en el Estado de Israel: cumplió 68 años de independencia formal. El año próximo el Sionismo político y formal cumplirá 120 años. En términos históricos, esos tiempos son casi insignificantes. En los 3500 años de historia judía que contamos desde la supuesta salida de Egipto hasta nuestros días, el Estado de Israel, sea monarquía bíblica o democracia parlamentaria moderna, no ha sido la norma sino la excepción, no ha sido la realidad sino la aspiración. La creación del Estado de Israel en 1947/8 fue, abusando del término, una ventana de oportunidad (ver P. Johnson, “Historia de los Judíos”). De hecho, buena parte del mundo percibe ese Estado como un accidente histórico que debe ser corregido; entre ellos incluyo judíos. Sin embargo, los judíos y sionistas asumimos el Israel-Estado como una noción incuestionable. Esa es la fuerza de las ideologías: transforman la realidad. Precisamente, por ser ideologías, deben estar especialmente bien alertas a la “norma” histórica, de modo de saber a qué se enfrentan. En Israel el tema es claro dada su vulnerabilidad en el contexto de la zona.

Acaso David Cameron sobreestimó su capacidad y liderazgo, o subestimó la naturaleza de su pueblo: cuando quiso reforzar una ideología (unión aduanera y económica), su pueblo la rechazó claramente. ¿Por qué, frente a las amenazas que llegan de África y Oriente Medio atravesando la Unión, el país que no cambió ni su moneda ni la mano por la que conducen, querría permanecer en una alianza política cuyos costos hoy son altísimos? Si Inglaterra rompió con el papado romano en el siglo XVI, bien puede romper con la EU en el siglo XXI.

Los EEUU están llenos de matones xenófobos y chauvinistas como Donald Trump. La complejidad y los costos del sistema electoral norteamericano impiden que cualquiera de ellos prevalezca. La corrección política ha prevalecido, aunque el país ha tenido su dosis de presidencias poco convencionales: un granjero de maní (Carter), un actor (Reagan), y ahora un afroamericano (sí, respeto el uso del término tal como gustan en los EEUU); la próxima será el matón o una mujer. Entre tanto han alternado familias políticas como los Kennedy o los Bush o políticos de carrera como Johnson, Nixon, y Clinton. Está claro que la población de los EEUU, en toda su vastedad y variedad (como uruguayos no empezamos siquiera a entender el concepto de variedad tal como se da en los EEUU), está llevando su Presidencia hacia nuevas alternativas: que Trump haya prevalecido sobre políticos de carrera como Bush, Rubio, Cruz y Kasich, y que Sanders haya librado la batalla que libró ante Hillary son pruebas claras de esa dirección. Por lo tanto no digamos más: “no puede ser…”, porque sí puede. Yes, we can.

En Uruguay elegimos a José Mujica presidente; no han pasado dos años desde que dejó el gobierno y nos enteráramos, ante una nueva crisis económica mundial, lo mal gobernante que él y su equipo fueron. Sin embargo, sigue siendo “el Pepe”. Yo no lo voté pero la mayoría de mis compatriotas sí. ¿Quién es uno para juzgar las decisiones soberanas de un pueblo? De igual modo, cuando la Ley de la Pretensión Punitiva del Estado no pudo ser derogada en dos oportunidades, quienes promovieron su derogación debían haber acatado a las mayorías en lugar de buscar la forma de torcer su voluntad.

Los sistemas democráticos son la mejor opción para garantizar las libertades y los derechos de las minorías, pero no garantizan que las decisiones de las mayorías sean las “correctas”. Es que lo “correcto” no es sólo subjetivo sino históricamente relativo. No importa que la libra se desplomó, que el Reino Unido tendrá un cambio político y de liderazgo trascendente, y que la vida de los ingleses y sus inmigrantes ha tomado un nuevo e incierto rumbo: hay un mandato soberano que cumplir. Si desconocemos esta regla, el sistema democrático colapsa. Al mismo tiempo, si subestimamos la historia y la naturaleza de los pueblos en aras de ideologías laboriosamente construidas, corremos el riesgo de que estas naufraguen cuando se enfrentan con la realidad.

El verdadero desafío de un líder es conducir a sus liderados hacia los cambios que él (o ella) propone a lomos de la historia. Son procesos graduales y largos que seguramente insumen más de un líder. Es la única forma de no despertar un día con un Mujica presidente, un plebiscito favorable a la escisión, o Trump como presidente del país más poderoso del mundo. Si sucede, se necesitarán nuevos líderes para lidiar con la nueva realidad; mientras no aparezcan, las “pesadillas” se perpetuarán.

Ianai Silberstein, 26 de junio de 2016