Jaime Yavitz Z»L
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
“Elegía”, Miguel Hernández
Estoy seguro que Jaime Yavitz Z’L hubiera querido que lo recordáramos así: con una cita literaria de su amado idioma castellano. Jaime no nos recitó a Hernández sino a Lorca; Hernández y Machado fueron cosa de Serrat; Federico García Lorca fue cosa de Jaime. Un día simplemente entró en clase (teníamos quince años los mayores), abrió la edición de las obras completas de Editorial Aguilar (la misma que estaba en casa desde siempre) con sus hojas papel avión y comenzó a leer: “Romance Sonámbulo” (“verde que te quiero verde”), “Romance de la casada infiel” (“que yo me la llevé al río”), y algunos días más tarde, superado el shock inicial, el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejía” (“A las cinco de la tarde”), explicación contextual completa y sin censura mediante. Se necesitaba coraje, carisma, y capacidad; él tenía las tres cualidades. Por alguna misteriosa razón la Escuela Integral decidió contratarlo para dar clases de teatro en su secundaria; Jaime era por entonces un actor judío en la Comedia Nacional, recién regresado de una beca en París. Su llegada al patio de la escuela fue una turbonada de aire despabilador. Para muchos de nosotros nada fue igual una vez que se instaló en las aulas y se hizo cargo de actos, ceremonias, y toda la producción artística de la institución.
Jaime alentó nuestro afán creativo. Tomó nuestra torpe creatividad y le dio forma formal y verosímil. Sea teatro, sea música, sea baile, la ceremonia de los cuartos años en el Solís fue un collage de creatividad estudiantil dirigida por un profesional de la Comedia. Vaya lujo. Marcó un antes y un después. Se instituyó un nuevo género: el “collage”, teatro, canción, y baile unidos en una misma línea argumental, en contraste con las tradicionales presentaciones de bailes israelíes, sketches de Kishon, y coros de niños cantores. Jaime nos permitió conmover a nuestros padres y sensibilizarnos a nosotros mismos. Cualquiera sea el derrotero de toda esa generación, nadie escapó al hechizo de las tablas, los camarines del Solís, y la terminología teatral. Jaime Yavitz Z’L nos culturizó.
En lo personal, estoy seguro que sin su presencia hubiera sido más difícil definir una vocación neta por las letras que ya estaba claramente insinuada; estaba todo ahí, pero Jaime mostró que era posible vivir para ese mundo. Sus relatos de la interna de la Comedia Nacional; su descripción del talento de sus compañeros y maestros, desde la maravillosa Estela Medina hasta el inigualable Candeau; sus anécdotas sobre ensayos y furcios; su admiración por Vittorio Gassman, son todas ventanas que supo abrir a un mundo ajeno a nosotros. Por Jaime leí todo Lorca, todo Florencio Sánchez, todo Ibsen, e hice mis primeras armas con “Romeo & Julieta” (Shakespeare todavía no estaba a mi alcance). Por Jaime supe que estudiaría teatro aunque terminé estudiando literatura.
Jaime fue un judío comprometido. Me consta que su actividad comunitaria fue versátil e intensa. Por lazos familiares compartimos muchos años mesas de Pesaj y Rosh Hashaná. Su veneración por la familia, sus padres, su barrio, y la tradición, lo hacían una suerte de personaje tipo Tevye el Lechero del “Violinista en el Tejado”, subyugado por los sabores y aromas, y compenetrado con la recitación tradicional de su casa paterna de la liturgia de turno. Como el personaje de León Uris en “Mila 18”, André Androfski, se movía como uno más en la sociedad civil y la vida cultural y mediática uruguaya, pero ansiaba siempre la oportunidad de “volver a casa” a cumplir las tradiciones de sus ancestros. Era figura pública y era el judío del shtetl orgulloso y feliz.
Con los años dejamos de vernos y encontrarnos. No soy testigo de sus últimos años. Fuimos a verlo en tal vez su último gran papel, el Don Zoilo de “Barranca Abajo” por la Comedia Nacional en el precario teatro Victoria. Ya su estado de salud era precario también; él lo integró al personaje. Fue conmovedor.
La introducción de Miguel Hernández a su “Elegía” tiene una fuerza poética indiscutible. “Con quién tanto quería”: Jaime Yavitz Z’L nos enseñó a querer aquello que él amaba. Algunos abrazamos ese amor, otros se limitaron a apreciarlo; suficiente. Si mi generación es culta (y por cierto lo es) Jaime es uno de los grandes responsables que así haya sido. Se precisaba no sólo su cultura (muchos la tenían) sino su carisma, su magnetismo. No era erudito, era entusiasta; no era académico, era, si se me permite la expresión, casi “evangelizador”. Nos trajo una historia de un mundo maravilloso de palabras e imágenes, de creatividad y juego, que por un rato nos despegaba de la pelota y nos hacía mirar hacia otros lugares y protagonistas montevideanos.
Que su alma se entrelace con el flujo de la vida. Amén.