De Pilar Rahola a Pérez-Reverte
Decía el escritor Joan Fuster del gran personaje histórico catalán llamado Barón de Maldá: «Fue un hombre muy importante, lástima que fuera tonto». El escritor español Arturo Pérez-Reverte es, a tenor de la influencia y la venta de libros, un hombre exitoso, es decir, un hombre importante. Lástima que sea inteligente. Y no, no hago ningún malabarismo dialéctico, sino que expreso una convicción que considero dolorosa: la maldad siempre es más soportable cuando se produce desde la falta absoluta de inteligencia. Obviamente no disculpo las actitudes inmorales y crueles que han gestado, a lo largo de la historia, notables imbéciles. El mismito Franco fue, según todos los indicios, un personaje gris, triste, bastante iletrado y de recursos mentales limitados. Y, sin embargo, el mal que hizo aún lo tenemos grabado en la piel resistente de la memoria, allí donde anida el dolor. A pesar de ello, cuando una actitud xenófoba, intolerante, autoritaria, discriminatoria, es gestada desde un cerebro presentable, perfectamente enlustrado por la lectura y la universidad, y dotado de una capacidad analítica notable, entonces tengo la impresión de visualizar la derrota de la inteligencia. ¿Qué debía sentir Teodor Herzl, educado en el iluminismo alemán y admirador de los valores ilustrados franceses, cuando vivió la enorme locura colectiva de odio del affaire Dreyfus? «Había cesado la vida y se había iniciado el cosmos», relató él mismo, mientras contemplaba los saqueos de tiendas a judíos, la destrucción de las aulas de la Universidad de Rennes, desde donde se había pedido una revisión de la condena, el intento de asesinato de Fernand Labori, el abogado defensor de Dreyfus, las violentas arengas de «La libre Parole», incitando al odio antisemita, incluso la militante actitud judeofoba de un hombre que él admiraba como Paul Valery ¡Y todo ello en Francia, la patria de las libertades!. Ante este panorama, nada quedaba en pie. Si no servía la cultura, la civilización, en definitiva la ilustración para superar al antisemitismo, qué podía servir? De ahí, de la convicción que la asimilación de los judíos a los países donde vivían, no pararía el odio, y que no había otra salida que conseguir el derecho internacional, nacía el sionismo político moderno. No hace falta añadir que el Holocausto, con el asesinato planificado y sistemático de seis millones de judíos, convirtió al sionismo en mucho más que una idea política moral: lo convirtió en el cuerpo ideológico de una urgencia histórica. El clavo ardiendo de la supervivencia.
La derrota de la inteligencia. Tengo la impresión de que el nuevo antisemitismo, vertebrado en artículos, comentarios, expresiones y todo tipo de gestos, es, hoy, patrimonio de la inteligencia. Cogen su bandera desde intelectuales renombrados hasta periodistas con pedigree, y es desde las tribunas naturales del pensamiento -periódicos, universidades, fórums de debate- desde donde se consolida como concepto colectivo. El artículo de Pérez-Reverte en el diario español ABC que motiva esta reflexión mía, no es excepcional, sino desgraciadamente común a una actitud políticamente correcta, aunque sea profundamente inmoral: la nueva judeofobia, estructurada con más o menos inconciencia, desde tribunas notables de la intelligentsia europea. ¿Exagero? Veamos el fragmento del artículo de Reverte, escrito bajo la excusa de una carta a la tradición católica española de los Reyes Magos. Asegura nuestro buen hombre que, para poder llegar los Reyes a España, tendrán que hacer un largo camino y sobrevivir a dos tipos de «hijos de puta», los marines norteamericanos y, «cuando pasen por Israel, se las verán con la variedad hijo de puta ultra con trenzas, kipá en el cogote, escopeta y tanque Merkava». Es decir, como buen izquierdoso jurásico, con nómina Wall Steet de yuppy de las letras, pero con mala conciencia de adolescente mafaldero (una especie de Michael Moore a la española), Reverte considera enemigos a los dos únicos representantes de los valores democráticos en la zona, los americanos y los israelíes. Al mismo tiempo, no considera ningún problema que los pobres Reyes Magos tengan que vérselas con unas cuantas feroces dictaduras teocráticas, una educación sistemática en el fanatismo nihilista, decenas de grupos terroristas organizados, perfectamente nutridos por fortunas del petrodólar (cuya ausencia total en la solidaridad mundial con las víctimas del tsunami, nos da la medida de su naturaleza moral), y una cultura masiva que no ha gestado ni una sola democracia en su historia. Muy clásico de determinada izquierda que, con la excusa de la defensa de la libertad, se va a la cama con todos los enemigos de la libertad.
Podríamos hablar de simplismo. Sin duda, al simpático amigo Reverte sus muchas lecturas no le animan a desarrollar un análisis complejo. Pero tampoco ello no es excepcional. Ilustres y sólidos pensadores se permiten caer en un reduccionismo estúpido cuando hablan de Medio Oriente, quizás porqué la imbecilidad está permitida cuando se trata de denigrar a norteamericanos y a israelíes. También podríamos hablar de maniqueísmo, pero ello sería redundar en lo cotidianamente obvio: el maniqueísmo es la escuela periodística que impera en la información y en la opinión sobre el conflicto árabe-israelí. Sin embargo, de los muchos ítems críticos señalables, me permito significar el fundamental. Me permito hablar, estrictamente, de prejuicio, de profundo, arraigado, explícito prejuicio, un prejuicio no siempre asumido y cuya dialéctica se fundamenta en diversos tipos de intolerancia epitelial. La intolerancia a los judíos, entendidos como el colectivo que mejor expresa los valores individuales ¿Es extraña ese alergia judeofoba en una izquierda clásica que siempre combatió el libre mercado, la libertad individual y todo aquello que comportaba los fundamentos de la cultura occidental? De hecho, ¿no son los judíos, Occidente puro? Por supuesto hay que agradecerle a Pérez-Reverte que nos ponga fácil la crítica con su retrato esteriotipado del judío, en línea directa con los esteriotipos que ha retratado, a lo largo de la historia, toda la gramática antisemita, des de Goebbels hasta Henry Ford. Viejos esteriotipos, nuevo lenguaje.
La alergia patológica a los malvados yankees, una alergia arraigada en la medula ósea de la cultura estalinista, y cuya patología no solo no se curó con la caída del Muro de Berlín, sino que, hoy por hoy, sustenta buena parte del discurso de determinada izquierda estúpida. I, al final del camino, el odio a si mismo. O, ¿qué es Reverte sino la expresión del éxito del individuo sobre el totalitarismo, la intolerancia y el fanatismo? ¿Qué es un escritor leído, sino el éxito de la ilustración? Como siempre ha sido a lo largo de la historia, odiando a los judíos, los europeos hemos practicado un enfermizo, grotesco y suicida odio a nosotros mismos.
En fin. Podría decirle al laureado escritor Pérez-Reverte que el único hijo de puta es aquel que ayuda a perpetuar la maldad ancestral del antisemitismo. Pero mi alma feminista se pregunta, ¿qué tendrán que ver las pobres putas con todo esto? Aunque quizás algo tengan que ver, ya que lo de Pérez-Reverte hinca el diente en la más rotunda pornografía. ¿O no es pornografía pura jugar al simplismo maniqueo y al odio racial? Ya sé que hay muchos Pérez-Reverte en estos tiempos que corren, tan dados al ensalzar a los progres enriquecidos con mala conciencia. Pero cada vez que choco con uno de ellos, ¿qué quieren que les diga?, vuelvo a palpar la herida., la honda herida que deja la inteligencia cuando es derrotada por el prejuicio.
Pilar Rahola, RadioJai, 2 de junio de 2016